David siempre confió en mí, cosa que ni yo mismo hago.
Lestat de Lioncourt
Cuando todo depende de ti sientes un
escalofrío, nervios y la sensación de estar flotando sin un arnés
de seguridad. Jamás comprenderé como él puede soportar esa
sensación tan vertiginosa. El peligro nos pisaba los talones, la
vida se escapaba de nuestras manos y no teníamos lugar alguno en el
cual ocultarnos hasta lograr salir ilesos. La muerte imperaba, con el
caos y la desesperanza. Los mensajes no calaban, pues el frío del
miedo estaba congelando los huesos. Las miradas eran las de hienas a
punto de lanzarse unos contra otros. El mundo, ese que parecía un
territorio magnífico para todos, se convirtió en un jardín con
flores más venenosas y caminos truncados.
Dependíamos de él. Yo sólo podía
ser uno de sus pilares. Deseaba que se apoyara en mí tanto como
volver a verlo. Se hallaba perdido para el mundo. Ni siquiera había
dejado un mensaje la última vez que nos cruzamos una mirada de
angustia, tragedia y pérdida. Recordé los ojos verdes de Merrick y
apreté los puños. Me dije a mí mismo que debía salvar a todos los
que pudiese. Sería un líder, pero necesitaba esa mirada hipnótica,
llena de esperanza y fe.
El mundo sin Lestat está vacío. Es
una catástrofe. Comprendes que él es la clave, la energía
primigenia, que lo hace tener sentido y seguir rodando. Él debía
regresar. Tenía que salvarnos. La oscuridad no podía vencernos. Él
debía liderar, pues conocía con mayor profundidad los misterios que
nos rodeaban. Su fuerza, su voz y su presencia eran símbolos de
victoria. La suerte siempre le había rodeado y el desaliento jamás
había sido parte de él. Teníamos que hacer un milagro mucho mayor
que llevarlo a los altares.
Entonces, cuando todos pensaban que él
era el villano, apareció. Su rostro níveo, cincelado por el poder
que contenía, apareció como la máscara de un héroe. Se convirtió
en abanderado. Pidió que siguiésemos aprendiendo, hundiéndonos en
la brea del misterio y alcanzar la raíz para extraer el problema.
Supimos entonces que él escuchaba esa voz, que le había incluso
consolado, y comprendimos que era un problema mucho mayor. El miedo
no carcomió mis sentidos, pero decidí ser prudente. Con mi
prudencia y experiencia, así como su fortaleza y fe... logramos
avanzar y sobrevivir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario