Armand debería sentirse afortunado porque ella le quiere. Sybelle es una mujer magnífica.
Lestat de Lioncourt
«Melodía desenfrenada es la que suena
en mi alma. Suena como si fuese parte de una película en blanco y
negro, con miles de palabras no dichas aunque comprendidas en cada
mirada y gesto. He abierto mi alma para que entraran tus caricias,
haciéndose hueco entre las notas musicales de tu piano, mientras
busco desesperado un beso de tus labios. Me aferro con fuerza a la
esperanza que mi brindas, al amor que me ofreces y a la paz que ronda
tus pies desnudos.
Siempre tuyo,
Armand.»
Recuerdo esa nota. Es como si aún la
conservara entre mis dedos, y no en una pequeña caja de zapatos
junto a viejas fotografías, un dibujo arrugado y notas, aunque
escuetas, que alguna vez mi madre me dejó por mi vieja vivienda. Tal
vez no te lo he dicho lo suficientemente alto o las veces necesarias.
Pero hoy lo haré, como siempre lo hago, estrechándote contra mi
cuerpo, rodeándote con mis brazos y besando tu frente. Te amo. Te he
amado desde el primer momento. No he tenido dudas en mi pecho. Jamás
he tenido miedo a este cambio.
Ayer te escuché llorar. Crees que
nadie te escucha, que estás a salvo en la penumbra de tu habitación,
pero pude oír claramente como suspirabas y murmurabas una vez más
su nombre. Has soñado con él, como hacías cuando sólo eras un
niño, y has mirado por la ventana esperando que él viniese a esta
isla. Tú eres Peter Pam, yo soy Wendy y quienes nos acompañan se
convierten en niños perdidos. Perdidos en el tiempo. Él se ha
convertido en un epitafio que cae sobre tu esperanza, aplastándola y
enterrándola junto a tu corazón.
Tal vez debí interrumpirte, secar tus
lágrimas y repetirte mil veces que yo te amo. Estás bendecido por
una belleza y una inteligencia soberbia. Pocos logran alcanzar los
siglos que tú has logrado vencer. Has matado a dragones temibles
convertidos en fuego, cenizas y viejas imposiciones. Has librado
batallas más poderosas que cualquiera en los Infiernos. Te has
convertido en un ángel sin alas, pero crees que tampoco tienes un
Dios que quiera bendecir tus cabellos. Y no es así. Yo te amo, estoy
aquí y puedo darte el consuelo de mis brazos. No lo olvides.
Te espero junto al piano,
Sybelle.
No hay comentarios:
Publicar un comentario