Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 20 de abril de 2015

El hombre que necesitas

Benji y Armand tienen una relación afectiva muy importante. Para mí, aunque no sé ustedes, salió ganando con la imprudencia de Marius al convertir al muchacho en vampiro.

Lestat de Lioncourt


Sus labios temblaban. Parecía confuso. Había estado toda la noche llorando mientras veía su propia imagen en esas viejas cintas de VHS. Ni siquiera yo existía para él cuando las grabó. Parecía mucho más firme en cada palabra, pero en esos momentos era un conglomerado de sentimientos mezclados, enlazados hasta lo más profundo, y convertidos en poesía para la desgracia. Se había quedado ligeramente vacío tras conocer los verdaderos sentimientos de quien siempre ha amado, pese a todo, y que no ha podido olvidar. Jamás comprenderé como pudo mantener la fe en Marius. Yo jamás habría sostenido sobre mis hombros mi felicidad si dependiese de él.

Estábamos sentados en el salón. El programa había terminado pronto. Sybelle y Antoine se escabulleron temprano para una cacería rápida. No quedaba ya restos de las pertenencias de Louis. A solas, él y yo, soportando el paso del tiempo y del silencio. Sus lágrimas manchaban mi camisa blanca, pero eso jamás me preocupó. Intentaba consolarlo, pero no sabía las palabras adecuadas.

Siempre me pareció cautivador, con una mirada profunda más allá de lo que yo podía comprender, y me perdía en él como si fuese un misterio sin resolver. Tomé la decisión de besar su boca. Mis labios rozaron los suyos sin timidez, mi lengua se hundió abriendo sus dientes y se enredó con la suya. Él no opuso resistencia.

Podía notar como sus manos se convertían en puños, apretando las solapas de mi chaqueta. Mi corazón empezó a bombear como el de un adolescente, cosa que siempre seré y que no me importa ser en lo más mínimo. Sin embargo, me asusté cuando me percaté que podía estar pensando en él. Eso me alteró. Decidí cortar el beso y mirarlo con severidad. Él no lo hizo. Sus párpados estaban cerrados, su boca entreabierta y su expresión era dulce. Poseía unas mejillas sonrojadas muy hermosas, como si fueran melocotones maduros, y sus lágrimas le daban un aspecto similar al milagro de un santo. Un ángel. Sí, un ángel. Todos dicen que parece un ángel y es cierto.

—Benji...—susurró en un ligero murmullo, se acomodó en mi pecho y me abrazó con entrega.

—¿Me amas?—pregunté jugando con algunos mechones de su pelirrojo cabello.

—¿Por qué preguntas esa tontería?—dijo hundiendo su rostro en mi cuello, para dejar suaves roces de sus labios y una escueta lamida.

—Me amas, pero ¿por qué no tanto como a él?—lo tomé del rostro, pues quería ver sus ojos cuando me hablase. Necesitaba ver el verdadero efecto de mis palabras.

—Son amores distintos, pero igual de fuertes. No son comparables. Amo a todos, pero de forma distinta. Y, que no te quepa duda Benji, te amo. Te amo desde que te vi. Amo ese rostro ligeramente redondo, algo infantil como el mío y lleno de sabiduría. Cuando te veo a veces veo un niño, por la ilusión que derrochas, pero también al adulto que habita en ti y que sabe ofrecerme una compañía mucho mejor que cualquier otra—sus dedos desabrochaban mi camisa. Eran rápidos, finos y ligeramente fríos. Tenía la piel algo tostada por la exposición al sol de hace unas décadas, pero eso le imprimía una belleza sofisticada—. ¿No te basta?—preguntó justo antes de ofrecerme una lamida de comisura a comisura de mis labios.

Guardé silencio. Decidí que era mejor no reprocharle nada. Sus manos eran seda. No podía detenerlo. Me quitó la chaqueta, la camisa y el sombrero que ocultaba mi cabello revuelto. Sin mucho cuidado me revolvió aún más el pelo mientras se acomodaba sobre mis piernas.

—Tengo algo que me dio Fareed...—balbuceé cuando noté lo que pretendía—. Pero sólo tengo para uno...

—¿Dónde?—dijo apoyándose en mis hombros.

—En el bolsillo de la chaqueta—respondí—. No pensaba usarlo.

—Aja...—susurró impasible.

Veía dolor en sus ojos, pero también deseo. Una idea rondaba su cabeza. De inmediato agarró mi chaqueta, sacó el inyectable y me pinchó. Un delicioso calor me quemaba. Mis pantalones se abultaron. Él decidió bajar la cremallera y sacar mi miembro, de una proporción algo menor que el suyo. Sus dedos se movían suavemente, pero apretaban mi glande. De inmediato eché la cabeza hacia atrás sin saber controlarme. Él me besó en la frente, las mejillas, los labios y el cuello. Cuando quise darme cuenta se había quitado la ropa y se recostaba en el suelo, boca arriba, mirándome insinuante.

No me controlé. De un arrebato caí sobre él metiéndome en aquel estrecho agujero. Sentía la presión y su atenta mirada. Aquello era el paraíso. Era como beber sangre, pero aún más placentero. Era más cálido e íntimo. Mis manos se apoyaron en el suelo. Las suyas se acomodaron en mis costados y sus piernas se abrieron aún más. Levantaba su cadera, la movía al contrario que la mía, y en algún momento, sin yo desearlo, le llené con mi semen. Él sonrió dulcemente volviendo a besar mi rostro.

—Mi hombrecito... —susurró cerca de mi oreja derecha—. Ahora me has marcado como tuyo y puedo considerarte mi hombre. El único—dijo ayudándome a salir de él.


Me recosté a su lado, lo atraje hacia mí y decidió no decir nada. No sabía como tomar aquellas palabras. ¿Me estaba concediendo una nueva categoría? ¿Había ganado a la sombra de Marius? No quise preguntar. Sólo pensé que Fareed debía darme más de esos inyectables de hormonas.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt