Benji y Armand tienen una relación afectiva muy importante. Para mí, aunque no sé ustedes, salió ganando con la imprudencia de Marius al convertir al muchacho en vampiro.
Lestat de Lioncourt
Sus labios temblaban. Parecía confuso.
Había estado toda la noche llorando mientras veía su propia imagen
en esas viejas cintas de VHS. Ni siquiera yo existía para él cuando
las grabó. Parecía mucho más firme en cada palabra, pero en esos
momentos era un conglomerado de sentimientos mezclados, enlazados
hasta lo más profundo, y convertidos en poesía para la desgracia.
Se había quedado ligeramente vacío tras conocer los verdaderos
sentimientos de quien siempre ha amado, pese a todo, y que no ha
podido olvidar. Jamás comprenderé como pudo mantener la fe en
Marius. Yo jamás habría sostenido sobre mis hombros mi felicidad si
dependiese de él.
Estábamos sentados en el salón. El
programa había terminado pronto. Sybelle y Antoine se escabulleron
temprano para una cacería rápida. No quedaba ya restos de las
pertenencias de Louis. A solas, él y yo, soportando el paso del
tiempo y del silencio. Sus lágrimas manchaban mi camisa blanca, pero
eso jamás me preocupó. Intentaba consolarlo, pero no sabía las
palabras adecuadas.
Siempre me pareció cautivador, con una
mirada profunda más allá de lo que yo podía comprender, y me
perdía en él como si fuese un misterio sin resolver. Tomé la
decisión de besar su boca. Mis labios rozaron los suyos sin timidez,
mi lengua se hundió abriendo sus dientes y se enredó con la suya.
Él no opuso resistencia.
Podía notar como sus manos se
convertían en puños, apretando las solapas de mi chaqueta. Mi
corazón empezó a bombear como el de un adolescente, cosa que
siempre seré y que no me importa ser en lo más mínimo. Sin
embargo, me asusté cuando me percaté que podía estar pensando en
él. Eso me alteró. Decidí cortar el beso y mirarlo con severidad.
Él no lo hizo. Sus párpados estaban cerrados, su boca entreabierta
y su expresión era dulce. Poseía unas mejillas sonrojadas muy
hermosas, como si fueran melocotones maduros, y sus lágrimas le
daban un aspecto similar al milagro de un santo. Un ángel. Sí, un
ángel. Todos dicen que parece un ángel y es cierto.
—Benji...—susurró en un ligero
murmullo, se acomodó en mi pecho y me abrazó con entrega.
—¿Me amas?—pregunté jugando con
algunos mechones de su pelirrojo cabello.
—¿Por qué preguntas esa
tontería?—dijo hundiendo su rostro en mi cuello, para dejar suaves
roces de sus labios y una escueta lamida.
—Me amas, pero ¿por qué no tanto
como a él?—lo tomé del rostro, pues quería ver sus ojos cuando
me hablase. Necesitaba ver el verdadero efecto de mis palabras.
—Son amores distintos, pero igual de
fuertes. No son comparables. Amo a todos, pero de forma distinta. Y,
que no te quepa duda Benji, te amo. Te amo desde que te vi. Amo ese
rostro ligeramente redondo, algo infantil como el mío y lleno de
sabiduría. Cuando te veo a veces veo un niño, por la ilusión que
derrochas, pero también al adulto que habita en ti y que sabe
ofrecerme una compañía mucho mejor que cualquier otra—sus dedos
desabrochaban mi camisa. Eran rápidos, finos y ligeramente fríos.
Tenía la piel algo tostada por la exposición al sol de hace unas
décadas, pero eso le imprimía una belleza sofisticada—. ¿No te
basta?—preguntó justo antes de ofrecerme una lamida de comisura a
comisura de mis labios.
Guardé silencio. Decidí que era mejor
no reprocharle nada. Sus manos eran seda. No podía detenerlo. Me
quitó la chaqueta, la camisa y el sombrero que ocultaba mi cabello
revuelto. Sin mucho cuidado me revolvió aún más el pelo mientras
se acomodaba sobre mis piernas.
—Tengo algo que me dio
Fareed...—balbuceé cuando noté lo que pretendía—. Pero sólo
tengo para uno...
—¿Dónde?—dijo apoyándose en mis
hombros.
—En el bolsillo de la
chaqueta—respondí—. No pensaba usarlo.
—Aja...—susurró impasible.
Veía dolor en sus ojos, pero también
deseo. Una idea rondaba su cabeza. De inmediato agarró mi chaqueta,
sacó el inyectable y me pinchó. Un delicioso calor me quemaba. Mis
pantalones se abultaron. Él decidió bajar la cremallera y sacar mi
miembro, de una proporción algo menor que el suyo. Sus dedos se
movían suavemente, pero apretaban mi glande. De inmediato eché la
cabeza hacia atrás sin saber controlarme. Él me besó en la frente,
las mejillas, los labios y el cuello. Cuando quise darme cuenta se
había quitado la ropa y se recostaba en el suelo, boca arriba,
mirándome insinuante.
No me controlé. De un arrebato caí
sobre él metiéndome en aquel estrecho agujero. Sentía la presión
y su atenta mirada. Aquello era el paraíso. Era como beber sangre,
pero aún más placentero. Era más cálido e íntimo. Mis manos se
apoyaron en el suelo. Las suyas se acomodaron en mis costados y sus
piernas se abrieron aún más. Levantaba su cadera, la movía al
contrario que la mía, y en algún momento, sin yo desearlo, le llené
con mi semen. Él sonrió dulcemente volviendo a besar mi rostro.
—Mi hombrecito... —susurró cerca
de mi oreja derecha—. Ahora me has marcado como tuyo y puedo
considerarte mi hombre. El único—dijo ayudándome a salir de él.
Me recosté a su lado, lo atraje hacia
mí y decidió no decir nada. No sabía como tomar aquellas palabras.
¿Me estaba concediendo una nueva categoría? ¿Había ganado a la
sombra de Marius? No quise preguntar. Sólo pensé que Fareed debía
darme más de esos inyectables de hormonas.
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