Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 20 de abril de 2015

Memorias




—Supongo que tengo que aceptar todos los golpes que recibo—dije parando mis pasos a pocos metros de él. Él tenía una revista en sus mano, observaba minuciosamente las fotografías a color de las diferentes noticias artísticas de Francia. La pequeña tienda era acogedora, pero estaba a punto de cerrar. También sentía que se cerraba él a mí, a cal y canto, como si no quisiera entender mis palabras susurradas con desesperación y quebranto—. Es un misterio como mi temperamento sigue vivo junto a mi sonrisa—di un paso al frente y él me miró directamente a los ojos, dejando la revista en su lugar—.Te busco allí donde voy. Observo tu lento y elegante caminar, comprendo cada uno de tus simples movimientos y acepto esas miradas lejanas de reproche, tristeza y cínico placer. Jamás podría apostar por todos tus pensamientos, pero sé que te entiendo mejor de lo que crees. Me odias por todos esos planes desafortunados que hice contigo, por mi estilo de vida y por el carisma que no uso en tu contra—abrí mi chaqueta y acomodé mis brazos en mi pelvis. Miré un segundo hacia abajo, agachando la cabeza como si estuviese vencido, y al alzarla sus ojos parecían tener un brillo distinto. Creo que era el reflejo de los míos—. Ves en mí a un miserable que sólo sabe hacer promesas sin cumplirlas jamás. El fuego que arde en tu alma es tan fuerte como las simples palabras de reproche que me has lanzado sin pronunciarla.

—¿Y aquí es donde debo reír como colegiala y lanzarme a tus brazos?—preguntó sarcásticamente. Sus labios parecían más carnosos que nunca. Eran apropiados para besarlos y callar así sus hirientes palabras—. Dime. Quizás estoy equivocado—se giró por completo hacia mí, acomodando un mechón de sus largos cabellos ondulados, y guardó sus manos en los bolsillos de su americana—. ¿A qué has venido?

—Hoy he venido ante ti porque quiero aceptar que te necesito—afirmé con rotundidad—. En mi memoria siempre estás con una leve sonrisa amarga, extendiendo tus brazos mientras me aceptas a tu lado—. En ese momento, suspiró hastiado, pero me dejó continuar—. Nunca podremos huir uno del otro. Sé que has cruzado un océano para estar cerca, y ser así una estaca en mi perturbado corazón. Y yo, como es costumbre, he salido a tu encuentro completamente desesperado—acabé muy cerca de él, tras una zancada, tomándolo por los brazos. Pude apretar ligeramente mis dedos sobre esos brazos algo delgados, envueltos en aquella americana hecha a medida tan elegante, y le miré a los ojos directamente sin importar que me aplastara con sus esmeraldas—. ¿Alguien reza por nuestro amor para que lo conservemos? ¿Lo haces tú o lo hago yo por inconsciencia?

—¿A qué dios? ¿A uno ciego?—murmuró relajando sus brazos, para acomodarlos entorno a mi cuello. Sus largos y fríos dedos acariciaron mi cuello, y un par de mis mechones, mientras apoyaba sus muñecas sobre mis hombros cubiertos por mi adorada chaqueta roja. Yo decidí tomarlo por la cintura de inmediato—. ¿Vas a mirarme mucho tiempo como si fuese el culpable de todo y tú un corderito? Un cordero de Dios, por supuesto.

—Creí que quien amaba echarle la culpa al otro eras tú—dije con una ligera sonrisa canalla. Él arrugó la nariz y estuvo a punto de soltarse, pero de inmediato lo besé pegándolo contra la estantería.

Hay culpables. No hay inocentes. Todos somos lobos. Todos somos corderos. Sólo hay que aceptar los sentimientos y el destino. Nada más.

Aquel beso fue intenso. Sus manos rodearon mis marcado mentón, apretando dulcemente mis facciones, mientras sus piernas se abrían provocadoras. Mi rodilla derecha acabó rozando su entrepierna y el soltó mis labios para mirarme sin tapujos. Recordaba perfectamente nuestra primera noche. Mis atractivas mentiras y verdades, las sombras del puerto y el deseo contenido. No tenía que decir nada. Estábamos allí bajo la atenta mirada de la joven de la tienda, con París colándose de fondo por la puerta acristalada de la entrada y la suave llovizna que comenzaba a caer. Creo que volví a enamorarme una vez más. Como siempre lo hago. Cada vez que lo tengo cerca caigo de nuevo en su extraña dualidad y sus elaboradas mentiras, tan similares a las mías. Un par de monstruos hermosos en medio de la capital del amor.

—Te amo—dijo abrazándome con fuerza. Dejó atrás ese siniestro muro de indiferencia y extraña fortaleza—. Lo he dicho otra vez, como un maldito idiota, y sin importarme nada. ¿Estás feliz?

—No—respondí provocando que frunciera su ceño—. Yo también te amo—susurré apretándolo contra mí—. Ahora sí. Estoy feliz por mi osadía—me aparté de él, para tirar de su mano y hacerlo caminar bajo la lluvia—. ¡Al carajo todo! ¡Volvamos a ser esos dos caballeros de otras épocas!

—¿Pero tiene que ser bajo la lluvia?—preguntó dejando que la lluvia empapara su rostro.

—¿Por qué no? ¿Temes enfermarte? Oh, vamos... —dije entre carcajadas—. ¡Ya deberías conocerme!

—¿A qué te refieres?—susurró confuso, apretando su paso para aferrarse a mi brazo derecho. Sus dedos se entrecruzaron con los míos y su cabeza se apoyó en mi hombro.

—Hago mil locuras a diario, pero no me arrepiento de ninguna. No. No me gusta—comenté mirando al frente. El paisaje urbano era hermoso, podía decirse que una delicia, y él jugaba nervioso con mis dedos. Siempre mostraba una imagen seductora, elegante y firme. Podía parecer un cordero, un ángel de Dios o un brutal asesino. Tenía su carácter. Conocía todas sus facetas. Esa, sin duda alguna, era la más ilusa. Louis siempre desnudaba su alma sin percatarse, pues conmigo no podía ponerse una máscara. Conocía bien el significado de cada una de sus miradas y sus actos—. Quizás crearte fue la mayor de todas, pues muchos siempre te han catalogado del más débil de todas mis creaciones. Tal vez por eso siempre he intentado protegerte incluso de mí mismo. Pero tú no eres débil. Juegas muy bien tu papel. Eres un asesino astuto. Ahora posees una fuerza maravillosa, Louis—me detuve en mitad de la calle, le tomé del rostro de nuevo y volví a besarlo compartiendo unas gotas de mi sangre. Sus mejillas se ruborizaron y sus ojos se llenaron de un brillo aún más especial que el de minutos atrás—. Para mí eres el más peligroso, pues matas indiscriminadamente como las criaturas más perfectas de nuestro supuesto creador. Eres como una pantera, un león, un lobo o cualquier animal que mata por instinto. Eres un animal de instinto aunque quieras aparentar ser un caballero—dije acariciando sus pómulos con mis pulgares—. Muy similar a mí.

—Instinto—musitó.

—Instinto, cher—repetí.

De inmediato me abrazó salvaje, como un animal herido se lanza a su captor, para besarme con una pasión inconcebible. Me abrió la chaqueta y coló sus manos bajo mi arrugada camisa negra. Palmó mi vientre y el borde de mi pantalón, deslizó sus dedos por mis costados y palpó mis pectorales, mientras su lengua se desenvolvía con furia en mi boca. Paró bruscamente el beso con un mordisco en mi labio inferior, un pequeño sorbo de mi sangre se escapó a su boca, y luego me miró.

—Louis... —balbuceé.

—Llévame a tu maldito refugio y sigamos la discusión allí—chistó bajando sus manos, no sin antes provocarme al arañar mi piel—. Supongo que es lo más sensato. Y, aunque sea un animal de instinto, mi instinto me obliga a ser sensato. No como tú, mon coeur—dijo girándose suavemente mientras caminaba unos pasos frente a mí.

Yo caminaba, es cierto, pero no podía dejar de pensar en sus caricias y su boca compartiendo conmigo tantos secretos.

Al pasar por una calle, sin tránsito alguno de vehículos o personas, ambos alzamos el vuelo, como si fuéramos dos aves migratorias, hacia el castillo. No tardamos más de unos minutos. Al llegar allí lo conduje a mi habitación. En una pequeña nevera, situada a pocos metros de la cama, había un pequeño frasco y una jeringa. No dudé en administrarnos las hormonas como una vez hizo Fareed conmigo. De inmediato nuestras ropas se perdieron y él acabó recostado en la cama, entre los mullidos almohadones y las sábanas revueltas, mientras abría sus piernas incitándome a penetrarlo tan fuerte que el cabezal chocó contra la pared de piedra.

El primer gemido erizó mi piel. Sus manos se aferraron a mis hombros, clavando sus uñas, mientras abría fiero su boca mostrando sus colmillos. Tenía los ojos ligeramente cerrados, pero los míos no perdían detalle. Cada movimiento de mi pelvis era más rítmico, pero también más violento. Sus muslos me contenían con el calor que nunca poseyeron. Su miembro se encontraba duro, envuelto en su suave vello rizado y negro, y se rozaba contra mi vientre. Mis gemidos llegaron a ser tan altos como los suyos y él no dudó en buscar mis labios.

Recordé que la última vez que estuve en una situación similar, en aquel castillo, fue a escondidas con Nicolas. Él no hacía ruido y sólo me empujaba a dejarme llevar. De pie, en un rincón oscuro, de espaldas a mí y con las manos aferradas al muro le hice el amor más brusco que conocía. Louis decidió buscar la comodidad, pero también la perversión de dejar huella en mi cama. Ya no sería igual dormir allí. No podría ver mi lecho desvinculado a ese acto.

Su respiración se agitaba, nuestros corazones bombeaban con fuerza, y cuando quise percatarme él eyaculaba manchando mi vientre. Tuvo unos ligeros espasmos que me provocaron de manera deliciosa. Acabé dentro de él, mientras sus muslos me apretaban entorno a la cadera. Al salir noté como sus piernas temblaban. En realidad, él temblaba de pies a cabeza. Un par de lágrimas mancharon sus mejillas, las mismas que yo lamí notando la sal y la sangre en cada gota.

—Gracias por crear conmigo estas salvajes memorias—susurré cerca de su oído.


Él no contestó nada. Tan sólo me abrazó.

Lestat de Lioncourt   

No hay comentarios:

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt