Siempre he dicho que David es uno de los más sensatos. Me alegra haberlo transformado. Una de sus últimas cartas, de sus memorias.
Lestat de Lioncourt
Responsabilidad. Esa es una palabra que
no se encuentra en el diccionario de todos y cada uno de nosotros.
Tenacidad, esfuerzo, comprensión o empatía son otros dilemas
comunes. No es que seamos seres desprovistos de sentimientos. La
cuestión fundamental es que cada cual tiene un camino previo andado,
una concepción del mundo, un tiempo sobre la faz de la tierra y un
mundo interno que decide estallar ocasionalmente. Aprendí muchas
palabras que adquirió mi alma. Comprendí y palpé con mis dedos el
dolor, la soledad y también la derrota. Incluso cuando me he alzado
victorioso he visto la derrota junto a mí, he notado como me asía
entre sus brazos y ha cantando su nana devastadora.
Puedo recordar con precisión cada
baldosa de mi vieja recámara en la orden. Los libros que leía,
tocaba con mis dedos por el borde y acababa llevando conmigo hasta la
mesilla de noche. Los numerosos informes, los cuales se amontonaban
ocasionalmente en mi despacho o las corbatas que quedaron esperando
mi regreso. Vienen a mi mente numerosos recuerdos. Aquel lugar fue mi
mejor escuela. Aprendí que era la paciencia, tenacidad, orgullo,
placer y la dichosa responsabilidad de llevar todo sobre mis hombros.
Había un gran misterio que no se
resolvía jamás. La fundación de la orden era un detalle
inexpugnable, así como los Ancianos que decidían y debatían
nuestras misiones. Sin embargo, era algo que no me interesaba asumir
del todo. Podía dejarlo para el momento de mi muerte, pues creía,
por supuesto en vano, que cuando llegase me revelarían el secreto y
podría poner mis pies en la tumba con total tranquilidad. Pero no
morí. No puedo decir que esté muerto. Enterraron mi cuerpo, es
cierto, pero yo ya habitaba a otro que se había mutado gracias a la
Sangre.
Allí, entre aquellos gruesos muros y
múltiples bibliotecas, tuve grandes amigos, varios enemigos y
numerosas conversaciones que quedaron abandonadas a medias. Mi mejor
amigo, Aaron, acabó encontrando la muerte terriblemente engañado
por unos traidores. Aún siento cólera cuando recuerdo el nombre de
los susodichos, aunque tuvieron su merecido. Tuve grandes ayudantes y
discípulos. Sin embargo, de entre ellos, destaco a la intrépida e
inquieta Jesse Reeves y a la hermosa y magnífica Merrick Mayrair.
He sido un cazador, un hombre lleno de
sorpresas armado hasta los dientes. Pocas personas podían llegar a
mi corazón, pues mi alma era una selva más espesa que la que cruza
Brasil. Era un hombre de pocas palabras románticas, pero sí de una
acción eficaz. Reconozco que amé en muchas ocasiones a compañeros
míos, algunos eran hombres y otros mujeres. Merrick fue mi gran amor
y tormento. Decidí dejarla a un lado por su bien, más que por el
mío propio. Jesse, no obstante, era de esas criaturas que
desconocían su potencial y pasado. Gracias a ella la orden logró
recopilar información preciada y valiosa, la misma que usó Merrick
para consolar a Louis. Información de Claudia.
Pero, a lo que quiero llegar, nunca me
sentí acompañado realmente. Siempre me sentí algo solo. La soledad
es beneficiosa cuando estás empeñado en encontrar la verdad. No le
debes a nadie una explicación tras otra. Tú tienes el poder de ser
tu mismo y de condenarte si así lo deseas. Y me condené.
Ahora, frente a las ruinas de un mundo
que fue especial para mí, contemplo las estancias que fueron de
Maharet, Mekare y Khayman. Eran grandes personas, pues no creo que
por ser vampiros podamos ser desahuciados de ese término. Jesse era
la descendiente de Maharet y Khayman. Una mujer directa que tuvo como
buen amigo a Mael, un druida que según dicen aún está vivo pese a
sus terribles heridas. Contemplo los papiros destruidos, las cortinas
chamuscadas, la sangre, el hollín y todo lo que cubre ahora plantas
que nacen sin control. Jesse está situada a mi lado, apretando mi
brazo derecho con firmeza, mientras reúne fuerzas para hacerse cargo
de un legado que ha quedado maltrecho.
Ella, como yo en su momento, aprenderá
la palabra responsabilidad y, junto a mí, tendrá la esperanza como
mejor apoyo. No hay que desalentarse. El mundo nos necesita. Somos
una tribu. Todos y cada uno de nosotros tenemos un poder insólito.
No importa nuestro origen. Ni siquiera importa si somos de la misma
especie. El mundo entero es esa Gran Familia de la cual estaba tan
orgullosa Maharet.
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