Marius siempre fue un ser ateo, aunque tuvo sus momentos de dudas. Para él no hay nada más cierto que el momento en el cual vivimos.
Lestat de Lioncourt
Viví en la época de Jesús. Pude
observar como el mundo se llenaba de charlatanes que decían haberlo
conocido, seguido y apreciado. Contemplé a los hombres y las mujeres
sacrificar sus días por las historias de la Biblia. Ellos pasaron de
ser perseguidos a ser bien vistos en la sociedad, minando a ésta con
sus textos de bondad, milagros y resignación. Vendían una esperanza
envuelta en papiro y tinta. Decían ser esclavos de la verdad.
Alzaban sus voces en los templos, calles, plazas y en cualquier lugar
donde pudiesen tener cierto aforo. Los veía en los mercados,
inclusive. Ellos se detenían frente a la gran masa, empezaban a
recitar las historias que había vivido su supuesto Mesías, Dios
entre los hombres, para luego señalar a otros juzgándolos como
pecadores por no seguir la fe, las palabras expuestas como testimonio
verdadero y por no hacer honor a las virtudes exclamadas.
Muchos creían en ello, otros
comenzaban a dudar de los viejos dioses y el resto terminó
influenciado. La fe movió montañas. Se incrustó en sus temerosos
corazones. Aisló al mundo del juicio de la razón, para dejarse
llevar por algo más allá que la filosofía y las ciencias. Poco a
poco se sumergió en la oscuridad, el terror y la masacre. Las
guerras, el hambre y la miseria asolaron países donde intentaban
imponer la buena voluntad. Muchos mataron en nombre de Dios, igual
que habían hecho en nombre de otros dioses. No eran mejores, pues
eran igual de miserables. Sus buenas acciones se convirtieron en
papel mojado, quizás por la sangre y las lágrimas de un infiel o un
insensato que dudó por un segundo lo que decía en ellos.
No soy mejor que ellos. Pero he vivido
durante milenios. Jamás diré que tengo mayores virtudes que un Dios
que no los escucha, si es que tiene oídos. Creo que han dado la
espalda a la verdad, a la auténtica verdad, que es dudar de todo y
preguntarse los verdaderos orígenes del poder. La filosofía ha
vuelto, pero a duras penas es leída o practicada, la ciencia ha
quedado atrasada por los siglos de terror y la sociedad está
dividida aún entre la riqueza y la pobreza. Muchos sacerdotes
indignos se pasean hablando de piedad, voto de pobreza y honor, pero
viven en palacios lujosos con el estómago caliente.
Admito que no es la única religión de
la cual tengo quejas. Me quejo de todas. Todas y cada una. No me
importan su nombre, su Dios o dioses, pues todas son mentiras para
atar al pueblo. Es cierto, por supuesto, que tuve dudas cuando vi el
Velo de la Verónica y escuché la historia de Lestat, pero también
puedo asegurar que Dios no existe. Para mí no hay ningún Dios. Para
mí sólo hay buenas o malas acciones, leyes justas o injustas,
virtudes o desafíos a una vida terrible donde el egoísmo impera.
Todos tenemos defectos, por lo tanto todos deberíamos ir al
Infierno.
El Cielo no te espera, sólo te está
esperando la luz de la verdad...
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