Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

martes, 9 de junio de 2015

Evil and the violinist.

—¡Y qué se supone que quieres que haga!—gritó en mitad del abarrotado mercado.

Llevábamos días sin llevarnos algo caliente a la boca. Sólo teníamos una hogaza de pan duro y una botella de tinto casi acabada. Hacía más de una semana que habíamos llegado a una situación extenuante. Me sentía débil. Estaba acostumbrado a no llevarme nada a la boca durante algunos días, pero tras una buena jornada de caza al fin conseguía alimentarme, aunque fuese con un par de conejos. Sin embargo, en París era imposible. La vivienda se había llevado parte del dinero que mi madre nos había ofrecido. Al no encontrar trabajo serio, o al menos que nos durara más de unos días, terminamos mendigando en las calles. Pero no siempre surtía efecto mis piruetas y su violín.

—Confía en mí—dije acercándome a él—. Conseguiré algo para que tú puedas tocar en uno de esos fabulosos teatros.

—Eres un ingenuo—murmuró—. Sólo toco porque me siento feliz al hacerlo. No hay nada de mágico o maravilloso en lo que hago.

—Te equivocas—mené la cabeza y lo tomé del rostro con mis manos. Mis dedos apretaron sus pómulos y acariciaron sus labios, carnosos y seductores, mientras sus ojos me miraban con escepticismo—. Provocas que otros sean felices. Eso es maravilloso.

—Y dime, ¿todos llegan a tener tu pésimo gusto? Soy mediocre...—dijo con una cansada risa bastante hiriente, llena de furia contenida y de rabia hacia él mismo—. Ya lo decía mi padre...

—¿Qué decía?—pregunté.

—Que tú tienes muchos pájaros en la cabeza y que yo sólo soy un inútil. Acabaremos muertos, pues desheredados ya estamos—respondió quitando mis manos de encima suya—. Búscame ese trabajo soñado. Hazlo. Y de paso, porqué no, consigue uno para ti.

—¡Hombre de poca fe!—exclamé herido en mi orgullo.

—Hombre no. Demonio, amigo mío. Soy un demonio y París es mi infierno—susurró dando media vuelta para perderse por el mercado.

No fui tras él, pues sabía donde podía encontrarlo. Cuando llegó la noche, y las calles estaban desiertas salvo por las putas y malhechores, me introduje por el callejón del modesto edificio donde vivíamos. En la boardilla sonaba su melancólica visión del mundo. Al abrir la puerta lo abracé, pero él me apartó. Deseaba seguir tocando.

Había estado celebrando el haber encontrado trabajo para ambos. Días atrás le habían pedido que fuese parte de una troupe en un pequeño teatro. Él lo había rechazado alegando que el mundo le deparaba mejores triunfos que convivir con una pandilla de fracasados. Pero yo había regresado y aceptado el trabajo. Mejor eso que morirse de hambre, me dije.

—Hueles a fulana—dijo parando en seco, para luego mirarme colérico—. ¿Es que no tienes suficiente con el calor que hallas en nuestra cama? ¿Por qué monsieur Lioncourt? ¿Por qué? ¡Dímelo!—gritó furioso.

—Eso es secundario. Vengo con buenas noticias—dije intentando no caerme. Aún estaba ebrio por las emociones y por el vino—. Tú y yo ya somos parte de ese teatro. Tocarás allí y luego buscaremos un sitio mejor.

No dijo nada. Tan sólo salió por la ventana y decidió tocar para París. Pues el tejado era su lugar, como si su alma fuese la de un gato, y allí rendía culto a la escasa libertad que en esos momentos poseíamos.


Lestat de Lioncourt   

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Lestat de Lioncourt