Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

jueves, 4 de junio de 2015

Ira

Marius y su ira. Es demasiado irritable, pero esta vez la culpa es suya. Llegó tarde, ¿verdad?

Lestat de Lioncourt


Se personó frente a mí. Llevaba sus viejos atuendos. No había nada de “bárbaro” en él. Sus pies estaban calzados con unas simples sandalias de cuero de suela baja, su túnica era roja como la sangre y sus cabellos se encontraban sueltos, ligeramente desarreglados, aunque su rostro estaba despejado. Tenía una belleza comparable con la de Jesucristo en los altares, pero no era más que el hipócrita que seguía siendo la causa de mi maldición.

Olía a pinturas. Podía aspirar los distintos químicos que había usado para intentar limpiar la pintura de su piel inmortal, casi marmórea, mezclado con el incienso y la cera. Había estado pintando otra vez algunos frescos con la técnica de antaño. No sabía porque había regresado a mí, buscándome en el enjambre de la ciudad y hallándome en aquel tugurio que solía frecuentar Benjamín. Él estaba en un reservado, bebiendo de sus pocos amigos mortales y sonriendo encantador a los halagos de todos esos ineptos. Por mi parte, como siempre, me hallaba en la barra del bar intentando soportar la insulsa charla del camarero. No sabía como él, un ser que decía detestar esos ambientes, estaba allí buscándome con aquellas ropas que parecían de carnaval y con sus ojos inyectados en una rabia incomprensible.

—Te he estado buscando—dijo en tono severo—. ¿Por qué no estabas en tu apartamento?

—Hago vida social—respondí recostado de lado sobre la barra—. Te presento a Marcos. Él es el camarero más insufrible que conozco, pero su compañía es mil veces más enriquecedora que la tuya—susurré con malicia en un tono que aquel idiota mortal no podría escuchar—. Ah... los padres... ¡Qué pesados!—dije en voz alta—. Marcos, ¿alguna vez te han decepcionado tanto que te han roto el corazón en mil pedazos? Mi padre lo ha hecho tantas veces que ya perdí la cuenta.

El muchacho se quedó observando al idiota que tenía frente a él. Un idiota majestuoso, con un aire imponente, que miraba con rabia al chico. Creo que sólo veía a una cucaracha con un impecable uniforme. Sin embargo, el chico era atractivo. Tenía una boca llena, muy apetecible, y unos ojos castaños profundos y sensuales. Su piel era tostada, como la de Benjamín, y su cabello corto dejaba entrever que era rizado y espeso. Sin embargo, su diálogo era insufrible y sus sonrisas coquetas inaguantables.

—Vine a por ti. No quiero reproches—respondió.

—Armand—la voz de Antoine destacó de entre la multitud.

Allí estaba él, el músico que acepté en mi vida y en mi nueva historia, caminando entre los hombres y mujeres que atestaban el local. Vestía un traje negro impecable y una camisa azul pastel a juego con sus hermosos ojos. Cuando llegó hasta nosotros me abrazó, rodeándome por la cintura, mientras dejaba un pequeño beso en mi frente.

Marius estalló en cólera silenciosa. Finalmente dio media vuelta sin decir nada más, para luego marcharse del local. Minutos después una ráfaga de aire hizo explotar todos los cristales hiriendo a numerosos clientes. Varias alarmas de los vehículos cercanos empezaron a sonar, sus cristales habían estallados y algunos estaban quemándose. Olía a goma quemada, pero también a tapicería y plástico que se consumía con rapidez. Muchos empezaron a chillar e intentaron huir por la puerta trasera. Benjamín apareció abrazándose a mí, pero yo no tenía herida alguna. Antoine también se encontraba ileso.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt