Marius y su ira. Es demasiado irritable, pero esta vez la culpa es suya. Llegó tarde, ¿verdad?
Lestat de Lioncourt
Se personó frente a mí. Llevaba sus
viejos atuendos. No había nada de “bárbaro” en él. Sus pies
estaban calzados con unas simples sandalias de cuero de suela baja,
su túnica era roja como la sangre y sus cabellos se encontraban
sueltos, ligeramente desarreglados, aunque su rostro estaba
despejado. Tenía una belleza comparable con la de Jesucristo en los
altares, pero no era más que el hipócrita que seguía siendo la
causa de mi maldición.
Olía a pinturas. Podía aspirar los
distintos químicos que había usado para intentar limpiar la pintura
de su piel inmortal, casi marmórea, mezclado con el incienso y la
cera. Había estado pintando otra vez algunos frescos con la técnica
de antaño. No sabía porque había regresado a mí, buscándome en
el enjambre de la ciudad y hallándome en aquel tugurio que solía
frecuentar Benjamín. Él estaba en un reservado, bebiendo de sus
pocos amigos mortales y sonriendo encantador a los halagos de todos
esos ineptos. Por mi parte, como siempre, me hallaba en la barra del
bar intentando soportar la insulsa charla del camarero. No sabía
como él, un ser que decía detestar esos ambientes, estaba allí
buscándome con aquellas ropas que parecían de carnaval y con sus
ojos inyectados en una rabia incomprensible.
—Te he estado buscando—dijo en tono
severo—. ¿Por qué no estabas en tu apartamento?
—Hago vida social—respondí
recostado de lado sobre la barra—. Te presento a Marcos. Él es el
camarero más insufrible que conozco, pero su compañía es mil veces
más enriquecedora que la tuya—susurré con malicia en un tono que
aquel idiota mortal no podría escuchar—. Ah... los padres... ¡Qué
pesados!—dije en voz alta—. Marcos, ¿alguna vez te han
decepcionado tanto que te han roto el corazón en mil pedazos? Mi
padre lo ha hecho tantas veces que ya perdí la cuenta.
El muchacho se quedó observando al
idiota que tenía frente a él. Un idiota majestuoso, con un aire
imponente, que miraba con rabia al chico. Creo que sólo veía a una
cucaracha con un impecable uniforme. Sin embargo, el chico era
atractivo. Tenía una boca llena, muy apetecible, y unos ojos
castaños profundos y sensuales. Su piel era tostada, como la de
Benjamín, y su cabello corto dejaba entrever que era rizado y
espeso. Sin embargo, su diálogo era insufrible y sus sonrisas
coquetas inaguantables.
—Vine a por ti. No quiero
reproches—respondió.
—Armand—la voz de Antoine destacó
de entre la multitud.
Allí estaba él, el músico que acepté
en mi vida y en mi nueva historia, caminando entre los hombres y
mujeres que atestaban el local. Vestía un traje negro impecable y
una camisa azul pastel a juego con sus hermosos ojos. Cuando llegó
hasta nosotros me abrazó, rodeándome por la cintura, mientras
dejaba un pequeño beso en mi frente.
Marius estalló en cólera silenciosa.
Finalmente dio media vuelta sin decir nada más, para luego marcharse
del local. Minutos después una ráfaga de aire hizo explotar todos
los cristales hiriendo a numerosos clientes. Varias alarmas de los
vehículos cercanos empezaron a sonar, sus cristales habían
estallados y algunos estaban quemándose. Olía a goma quemada, pero
también a tapicería y plástico que se consumía con rapidez.
Muchos empezaron a chillar e intentaron huir por la puerta trasera.
Benjamín apareció abrazándose a mí, pero yo no tenía herida
alguna. Antoine también se encontraba ileso.
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