Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 15 de junio de 2015

Tienes a mi corazón

Jesse tiene a David, pero también a mí si lo desea.

Lestat de Lioncourt


Acabamos sentándonos frente a lo que fue un paraíso. Todo estaba en ruinas. Aún podía escucharse los ecos del pasado recorriendo cada pedazo de piedra, y de cada muro que aún soportaba el paso del tiempo y de un asalto despiadado, mientras que la jungla parecía querer engullirnos con sus altos árboles, sus frondosos arbustos y sus aromáticas plantas que atraían a numerosos insectos y animales pequeños. Manteníamos un silencio sepulcral, como si estuviésemos frente a un ataúd en mitad de un funeral, dejando que las lágrimas mancharan nuestras mejillas.

Thorne estaba a lo lejos, observando los restos de lo que fue nuestro refugio y orígenes. Él se lamentaba entre sollozos mientras recogía algunas pertenencias. Encontró el cepillo de plata de Maharet, con el cual peinaba sus largos cabellos y que siempre estaba sobre su pequeño tocador. Lo tomó entre sus manos y lo acarició suavemente. No estaba por allí el espejo a juego. Ambos objetos se los había regalado él con todo el amor que se puede ofrecer ofrendas a una madre, una amiga, una compañera y una guardiana feroz de misterios, cariño y silencio. Muchas cosas había guardado Maharet entre sus labios, las mismas quizás que su desdichada gemela.

Los cuerpos del Guardián y las Gemelas estaban ya en sus respectivas tumbas. Los tres se habían enterrado juntos, como juntos estuvieron siempre pese a las distancias y el tiempo perdido. No sentía sus almas en aquel lugar, no había conexión alguna y el mundo parecía sumirse en una paz extraña. No había aves que cantaran dulcemente, pues todas habían huido. Tampoco estaba el habitual sonido de la radio que susurraban canciones de Lestat día y noche. Ellos ya no estaban allí. La biblioteca prácticamente había desaparecido y con ella parte de su memoria, pero no de la nuestra.

Siempre las tacharon de salvajes, pero en realidad eran sabias y nobles. El mundo no fue justo para ellas. Se vieron envueltas en intrigas palaciegas, mentiras, reproches y odio. Ellas que simplemente querían danzar en las cuevas, alzar sus brazos hacia las estrellas y escuchar a los espíritus que cantaban sus verdades.

Él era un guardián, pero también un guerrero. Despreciaba las palabras de Rhoshamandes cuando aseguraba que no sentía lástima por Khayman, pues había arrebatado vidas en el campo de batalla. Falso. Él había luchado por salvar dos vidas. Eran dos vidas tan valiosas como las semillas que propagaron por el mundo. Se había convertido en el Benjamín del Diablo para salvaguardar el mundo. Hipócrita y falso. Una lengua de serpiente, eso era. Sin embargo, se le había perdonado la vida. No obstante no podía soportar contemplarlo por más de unos minutos. Podía ver en él el acto salvaje que había ocurrido a pocos metros de nosotros. La muerte de las Gemelas y su protector.

—Mi familia ha quedado reducida a humo, cenizas, escombros y escasos enseres—susurró—. Veo el anochecer de los tiempos frente a mí. La noche más oscura ha llegado y yo me siento perdida. Maharet era mi luz, Khayman mi soporte y Mekare era la esperanza que nunca llegó. Me siento sola—dijo estrechándose a sí misma.

La fina chaqueta de tela tejana a penas cubría bien su exuberante escote. Su camiseta sin mangas se pegaba a su piel por la ligera sudoración. Su rostro estaba manchado por las lágrimas y su cabello revuelto, como a veces estaba el de la hermosa y atenta Maharet. Busqué sus manos y las llevé a mi pecho. Allí, bajo la fina tela de mi camisa gris, latía un corazón que se conmovía por su dolor.

—Me tienes a mí. Yo estoy aquí—dije mirándola a los ojos—. Y no pienso dejarte.


De inmediato sentí sus brazos rodeándome mientras los míos la rodeaban a ella. La reconstrucción era dolorosa, pero necesaria. El mundo pronto vería de nuevo alzándose aquel lugar, ese templo de sabiduría y paz, donde podríamos ir todos a homenajear el recuerdo de aquellos grandes luchadores por la libertad y la verdad.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt