Esto sí que es algo interesante de leer... ¡Ah! ¡Khayman tenía un diario! Sólo se ha salvado parte, pero ¿qué importa? Se puede leer. No creo que a un muerto le importe que leamos ciertas cosas.
Lestat de Lioncourt
Recuerdo los mares dorados alzándose
allí donde mi vista lograba alcanzar. El mundo caía a nuestros
pies. La sangre se convertía en alfombra de pétalos de rosa para el
tirano al que servía, pero besaba sus pies agradecido por su bondad
hacia mi familia. Mi padre siempre había sido leal al rey y yo no
iba a ser diferente. Mi amor por Enkil, así como mi lealtad, era muy
conocida y valorada tanto por él como por su esposa. Si bien, ella
jamás fue leal a su rey.
Los hijos que ella lograba tener con
los hombres que iban a su alcoba, todos parte de la milicia, eran la
descendencia de su esposo. El rey sólo odiaba a los amantes de su
mujer porque pudiesen quitarle el trono, el cual había heredado de
su poderoso y comprensivo padre. Sólo la codiciaba como símbolo de
su poder, pero jamás como una mujer. Nunca vi deseos algunos por su
parte de atraparla entre sus brazos como un hombre haría con la
mujer que desea o ama. Sin embargo, solían dialogar durante largas
horas y reír ante los rumores que se propagaban por la corte. Amaban
jugar a distintos juegos de mesa y decidían leyes conjuntamente.
Eran como hermanos con apariencia de matrimonio. Enkil era
absolutamente leal a Akasha en ese aspecto y ella a él.
Sólo los escuché discutir una noche y
era por mí. Enkil estaba convencido que era el nuevo amante de su
desleal esposa en la cama. Akasha aún no había puesto sus ojos
sobre mí. Yo tan sólo era su leal y valiente general, un mayordomo
más y un sirviente afín a las leyes por poco populares que fueran.
Se sentía traicionado. Su corazón me pertenecía, yo lo sabía y
ella también. Por eso mismo, cuando la discusión se finalizó sentí
cierta amargura.
Mi corazón nunca fue suyo, aunque sí
le quería a mi modo. Akasha poco después me tentó en su
habitación. Deseaba conocer mi lealtad. Ella me besó acariciando
mis espesos y largos cabellos, enredó sus dedos en mis mechones y me
miró a los ojos completamente obnubilada. Sin pudor llevó mi mano
derecha a su vientre y la deslizó hasta el borde de la apertura de
su sexo, el cual palpitaba acalorado deseando sentirme.
Sabía que no debía. Conocía los
sentimientos de Enkil y que era leal a mí, cosa que yo no era. Había
sido desleal con cuanta mujer decidió venir a mi cama. Disfrutaba de
las carnes jóvenes de las nuevas esclavas, bañadoras reales y
delicadas mujeres libres que decidían ejercer la prostitución como
medio rápido de conseguir riquezas. Pero saber no impidió que no
cediera.
Mis dedos acariciaron su clítoris, se
hundieron en su estrecho orificio y la penetraron lentamente mientras
la besaba. Ella echó sus brazos entorno a mi cuello, rodeándolo con
cuidado, dejando que sus senos, cubiertos tan sólo por una ligera
tela de lino, rozaran mi torso desnudo. Sólo cortaba aquellos besos,
lentos y largos, para gemir suavemente cerca de mis labios. Acabé
recostándola en un diván cercano, lamiendo suavemente su clítoris,
para paladear su sabor. Cuando quise percatarme de mis actos,
negándome a la excitación del momento, ya estaba dentro de ella
penetrándola fuertemente mientras apoyaba mis manos en sus caderas.
Me miraba dichosa, completamente entusiasmada por aquel acto
indecente y salvaje. Ella le estaba arrebatando a Enkil lo único que
creía absolutamente suyo.
Sé que ella lo admiraba, pero también
codiciaba todas las cosas que poseía. Yo empecé a ser de ambos. Era
un juguete roto que ambos niños requerían. Él jamás supo que yo
era infiel a sus caricias y ella disfrutaba de nuestros encuentros.
No era el único. Tenía varios amantes y siempre jóvenes, fuertes y
hermosos. Nunca sentí celos. No la amé jamás de ese modo. Mi amor
por Enkil era mayor al amor que yo le profesaba a ella, pero aún así
la quería con sus defectos y virtudes hasta que Amel envenenó
aquella vida.
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