Yo estaba fuera cuando la reunión comenzó. Luchaba contra Maharet, ¿recuerdan? Esto es parte de esa conversación.
Lestat de Lioncourt
—Los sueños a veces se convierte en
pesadillas y se confabulan en tu contra. Te condicionan. Te aíslan.
Finalmente te matan. Debes saber elegir cuales son los idóneos,
cuales los que debes alcanzar para llegar a la felicidad y
finalmente, y aquellos que no debes tocar. Hay que ser realista—decía
mirando la hoguera encendida. Las llamas lamían la piedra y la
chimenea se tragaba el oscuro humo negro de la leña. Fuera llovía.
El rostro de Arjun era iluminado fugazmente por las llamas dándole
un aspecto siniestro, pero atractivo. Aquellos ojos oscuros y
almendrados, su piel tostada y ese cabello negro, sedoso y largo
cayendo sobre sus prendas blancas. Era hermoso, pero era un soñador
arruinado por los siniestros deseos de Amel.
—Te confundes—dijo Flavius
sentándose a su lado—. Los sueños no tienen la culpa de tu
desgracia, ni de la desgracia de otros tantos—tomó sus manos entre
las suyas y las apretó con cierta fuerza, haciéndole sentir que
estaba allí y que no le temía—. Tú ya no eres un soldado, ni un
príncipe, ni un ser convertido en dragón dormido entorno a sus
viejos recuerdos y pertenencias. Eres un ser distinto a los demás,
pero igual a todos. Formamos parte de una tribu. Los sueños son
ahora conjuntos, son sueños bondadosos y los sueños individuales,
los cuales he podido vislumbrar cuando contemplas a Pandora, no son
los de un villano—soltó sus manos y se mantuvo firme mirando al
frente. Los ojos de Flavius eran claros, de un verde intenso, y su
cabello era castaño con reflejos dorados. Era hermoso, tan hermoso
como Arjun.
Pandora se sentía satisfecha que ambos
dialogaran. Los observaba desde el otro rincón de la sala. Marius
derrochaba entusiasmo, ni siquiera la miraba, y ella guardaba un
profundo silencio, muy respetable, al igual que Armand. La música
ascendía y descendía como si fuera un relámpago en medio de la
noche. El resto de inmortales conversaban de temas menos profundos.
Tan sólo se ponían al día. Reían, bailaban, soñaban y olvidaban
el trágico suceso que los había reunido. Armand simplemente
aguardaba escuchando a ambos inmortales.
—He matado inocentes...—susurró a
punto de llorar.
—Fue Amel. No fuiste tú—sonrió
girando su rostro hacia él. Un rostro griego, hermoso y perfecto.
Ambos se miraron unos segundos y luego
se echaron a reír. Amaban la poesía, la música y contaban con
cierto talento en las artes escritas. Pandora los eligió por su
nobleza, por la fuerza que emanaban y el amor hacia el arte. Ellos
eran sus hijos, sus creaciones, y los amaba. No dejaría de amarlos
jamás. Se sentía orgullosa y digna de estar a su lado, de ser amada
de distinto modo por ambos. Flavius tenía un amor de hermanos, un
amor para nada romántico, que la envolvía en sus fuertes brazos con
un cariño inmensurable. Arjun era distinto, pues él la amaba como
mujer y como compañera.
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