Tarquin Blackwood es un joven vampiro que conocí hace unos años. No sé qué habrá sido de él, pero esto lo escribió noches antes de volver a New Orleans ya convertido en un vampiro.
Lestat de Lioncourt
Aún puedo escuchar el sonido del
viento meciendo las copas de los árboles. Es como si no me hubiese
movido de aquel lugar. Estoy todavía en aquel paraíso mientras la
luz del sol se cuela entre las enormes ramas cargadas de tiernas y
verdes hojas. Puedo sentir el calor sofocante del verano y escuchar a
los insectos zumbar cerca de mis orejas. Estoy allí, apoyado en uno
de esos gruesos troncos, y puedo observar el mundo como si fuese
inmenso e imposible de abarcar. Mis pies están de nuevo descalzos y
notan la tierra removida bajo estos, la hierva crecida acariciando
mis tobillos desnudos y las hormigas intentando subir por mis
pantalones. Quiero correr, pero prefiero quedarme allí unos segundos
más. El sol brilla en un cielo que parece haber sido pintado y
sacado de uno de esos frescos italianos que tantas veces he visto en
los libros. Deseo viajar, pero en esos momentos me da pereza. Me
estoy despidiendo de mi vida, mis sentimientos, la verdad y los
misterios.
Tengo tan sólo dieciocho años. Poseo
un carácter bondadoso, pero también solitario. Me he acostumbrado a
estar a solas con el monstruo que me susurra que me ama, un monstruo
terrible que acaricia mis cabellos oscuros y me mira con esos ojos
tan similares a los míos. Es mi doble, pero desconozco porque se
parece a mí y qué desea realmente. Él me habla de amor y yo le
hablo de necesidad. Quiero conocer a otros, amar y ser amado por algo
tangible.
Hace tan sólo unas horas que mi
corazón comenzó a latir al recordar un rostro mientras le doy
nombre. Es un rostro de piel blanquecina, parecida a la tez de las
muñecas de porcelana, salpicada de pecas y con las cejas muy
pelirrojas. Ese rostro tiene unos ojos enormes de color verde, muy
profundos y que hablan de miles de cosas que yo todavía desconozco.
Tan sensual, tan viva y tan distante. Atrae cuando mueve sus labios
respondiendo a mis incoherencias. Hace tan sólo unas horas que deseo
volver a verla con la inquietud de un hombre enamorado, aunque
únicamente la he visto una vez. He visto a esa mujer con ese rostro
una única vez. Una mujer hermosa, casi una niña, que se reía de
mis torpezas y las aceptaba con una simplicidad maravillosa. Ella se
llama Mona. Es Mona Mayfair. Desconozco porque a mi tía no le agrada
esa chica, pero deseo tenerla a mi lado para siempre.
He vuelto a ese momento porque lo
necesitaba. Quería recuperar esos segundos antes de cerrar los ojos
en mitad de la oscuridad. Ya no volveré a ver ese sol, ni disfrutaré
del color del cielo azul, tampoco sé si la volveré a ver. Fueron
dos años lejos de ella y no pude volver a tenerla como los días
siguientes a esa maravillosa mañana, esa mañana en la cual descubrí
que ya no era un jovencito sino un hombre. Un hombre con unos deseos
constantes de amar y ser amado.
Ahora la oscuridad me absorbe. No soy
libre. No puedo viajar por el mundo como pretendía. Tengo que mentir
y alimentarme. La mujer de ésta noche, esa pobre y estúpida novia,
yace muerta en la habitación que debía ser el culmen de su
felicidad. Yace manchada de sangre, su vestido se ha convertido en un
símbolo del dolor y la tragedia. La bestia que yace en éste lugar,
en el encierro inmortal, tiene todavía sueños que desea conquistar.
Necesito que el día desaparezca para marcharme lejos de aquí. No
quiero verme convertido en un paria. Quiero volver a casa.
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