Lestat de Lioncourt
Eres una composición erótica casi
irreal. Puedo contemplar tu estrecha espalda y tu delicada cintura
recostada sobre el mar de seda rojo de mi cama. Contemplo tus
cabellos de fuego rozando tus mejillas llenas, arrobadas, y tu boca
generosa, tan trémula, que suspira mi nombre mientras tus ojos
castaños, y enormes, me miran fijos con una súplica imposible de
desoír. Te he pintado en mis sueños miles de veces, pero también
en cada lienzo en blanco, como la espuma del mar, que se extiende
frente a mí. El murmullo de las aguas estancadas, el zumbido de los
insectos, el movimiento de las barcas y las conversaciones nocturnas
se propagaban como una mecha. La luz era tenue y tú resplandecías
como un ángel.
Recuerdo tus carnes tiernas, tu calidez
y como me recibías con esos besos ardientes, tan complaciente y
sumiso a todas mis ideas. Cuando llorabas parecías un querubín
misericordioso. Tus labios murmuraban injustas quejas y yo te callaba
con los besos más frívolos que conocía. Torturé tu alma
haciéndome desear y esperar, conquisté tus piernas con salvajes
juegos y permití que mi látigo marcara tu espalda como si fueras un
juguete. Era despreciable, pero así me amabas. Reconozco que me
comporté como un estúpido, aunque no parecías tener quejas
algunas. Me amabas. Era un amor tóxico y lleno de lujuria.
Caprichoso muchacho, erótico ser, con un alma atormentada como la
mía y con un deseo insaciable de ser amado. Y te amé. Juro que te
amé. Cuando pintaba tu cuerpo lo acariciaba con el pincel, murmuraba
poseías mientras dejaba que mi lengua rozara tu sexo y permitía que
tú me tomaras del rostro escuchando de mis labios las palabras que
tanto esperabas.
Amadeo, el mundo que conocimos se ha
destruido. No quedan siquiera cenizas o lágrimas en el lugar donde
yacimos. Todo lo que tuvimos ha desaparecido, ¿pero también lo
inmaterial? Ya no existe ese cuarto, ni las numerosas pinturas,
tampoco el olor a óleo, las caricias crueles, el tortuoso látigo y
mis fríos ojos contemplándote como a una presa, pues eres un igual
con un instinto animal similar al mío. Pero, ¿ya no existe nada
entre los dos? Sigo amándote, pero es un castigo terrible ver que no
eres el mismo. Muestras un lado perverso que no sé cómo controlar y
eso me aterra. Ya no eres inocente. La edad de la inocencia se nos
fue entre los dedos.
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