Memnoch vuelve a la carga. Y bueno, mes amis, razones tiene.
Lestat de Lioncourt
Todos quieren ser bendecidos. Todos
desean tener respeto. Todos desean ser enardecidos. Todos quieren ser
la estrella fugaz que permanezca en las noches de un verano eterno.
Pero no es posible. Los seres humanos son como flores que germinan,
florecen y se mueren. Son la semilla del cambio, o un veneno
demasiado atractivo. Tienen distintas formas, esencias y colores,
pero son básicamente lo mismo. No dejan de ser muerte. Mueren todos
los días un poco, desgastan sus horas y su tiempo cada noche entre
sábanas llenas de sueños, pesadillas, sexo e insomnio. Todos
codician la juventud eterna y se esfuerzan por complacer a las
miradas de quienes se cruzan con ellos en las aceras.
Quieren ser los mejores, los más
atléticos, los más importantes en la vida de otros, llamar la
atención con sus victorias y ocultar bajo las alfombras sus más
humillantes derrotas. No son humildes, aunque lo intentan. No son
pacíficos, aunque intentan cambiar sus actos violentos no olvidando
su historia. Pero la historia se repite. Siempre se repite. He visto
los mismos errores en miles de almas, como si estuviesen programados
antes de nacer, y esos errores han truncado sueños, momentos
imposibles, vidas y también, porqué no, muertes.
Estoy cansado de observar siempre lo
mismo. Es como un desfile de hormigas que ya he visto demasiadas
veces. Se esfuerzan demasiado y no son felices. Nunca son felices.
Jamás serán felices si están subsistiendo con mentiras, escalando
metas demasiado altas y ocultando lo que realmente aman. Tienen deuda
consigo mismos, pero también con el mundo. Esa deuda nunca decrece.
Es una deuda que jamás quedará solventada.
Algún día habrá un gran silencio y
esas calles, absolutamente abarrotadas, no serán más que parte de
la dinamita. El mundo llegará a su fin, así como llegará el fin
del universo. Todo tiene un fin. Pero mientras me entretendré
jugando con sus dudas, sus miserias, sus sueños, sus logros, su
orgullo, su verdad y su mentira.
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