Flavius y Arjun, así como Pandora, se han hecho amigos. Un trío extraño que es posible ver caminando juntos, conversando. Me alegra que ellos pudieran reunirse y conocerse mejor que nunca.
Lestat de Lioncourt
—No te veo tan temible.
Aquellas palabras sacaron a Arjun un
alegre risotada. Hacía tiempo que aquel inmortal de origen hindú,
como noble, no reía de forma tan libre. La pena le había ahogado,
la soledad le había enterrado y el dolor se había hecho su compañía
más fiel. Sin embargo, allí reunido con tantos rostros nuevos como
conocidos, se sintió vivo y olvidó por unos instantes la pesadilla.
El fuego quemando a cientos de jóvenes,
las ascuas consumiendo todo, el olor a sangre y el humo ascendiendo
hacia el cielo nocturno, el cual se tiñó de luto mucho antes que él
apareciera. Los había hallado de improvisto, con su mente turbada,
matándolos a todos sin oportunidad alguna. Ese recuerdo permanecía
en su mente y se repetía, a punto de volverlo loco, pero el conocer
a otros y el ser perdonado por Pandora, a la cual jamás dejó de
amar, le hizo sentirse nuevamente libre y confiado.
—Gracias, supongo que puedo tomarlo
como un halago—comentó acomodándose en aquel hermoso diván
cercano a la chimenea.
Vestía un dhoti blanco, así como una
kurta del mismo color, con unos bordados dorados muy llamativos. Su
largo cabello negro, que no había sido cortado ni domado aquella
noche, caía sobre sus hombros dándole un aspecto cuasi salvaje
aunque majestuoso. Sus profundos ojos negros se clavaban en los
claros, soñadores y bondadosos de Flavius. El antiguo esclavo griego
parecía más vivo que nunca, sobre todo gracias a su nueva pierna
que aún parecía cobrar vida propia. Flavius vestía ropas más
europeas, pero igualmente cómodas. Sólo llevaba un pantalón tejano
y un suéter de cuello alto, cosa que provocaba que Arjun lo
observara imaginándolo con las viejas prendas típicas de la Roma o
Grecia antigua.
—Sí, así es—explicó—. No
comprendo porqué Pandora te temía.
—No creo que fuese a mí, sino a mis
sentimientos.
Arjun no tomó aquel comentario como
una insolencia, sino como un comentario lleno de inocencia. No había
suspicacia en él, ni maldad y menos crueldad. En Flavius veía un
igual. Pandora había dado la oportunidad a un buen hombre y él lo
estaba empezando a amar, aunque no podía decírselo. Era un amor de
hermandad, así como algo cómplice, pues la humildad y bondad de
Flavius le hacía sentirse cómodo.
—Miedo al amor—comentó Flavius.
—Quizás a enfrentarse a un amor
distinto al de Marius—dijo recostándose mejor en aquella pieza.
—Un amor para nada egoísta—apuntilló
el griego.
—No, simplemente un amor
distinto—susurró Arjun.
—Me alegra que alguien la ame tan
profundamente—una sonrisa dulce apareció en el rostro de Flavius,
dándole un aspecto muy soñador.
—A mí me alegra muchísimo conocerte
a ti—dijo incorporándose, para tomar asiento al lado de Flavius,
en el otro extremo del diván donde se encontraba su acompañante.
Ambos había elegido esos muebles cómodos, elegantes y en un rincón
apacible de la sala. La música sonaba de fondo, pero como si fueran
las olas de un mar casi en calma—. He oído hablar en numerosas
ocasiones sobre tus grandes virtudes, tu pasión por la literatura y
tu gran fidelidad.
—Siempre seré fiel a Pandora, pues
ella es mi creadora y una de mis mejores amigas—aseguró—. Creo
que no he conocido mujer que la iguale.
—Puedo decir lo mismo—respondió.
—¿Qué harás ahora?—preguntó
Flavius con ciertas inquietudes, pues él se hallaba nervioso con
respecto al futuro.
—Viajar con ella, si así lo desea.
¿Y tú?
—Temo elegir—murmuró el griego—.
No quiero elegir. Deseo estar con los inmortales que tanto aprecio,
pues son como mi familia, pero no deseo perder el contacto con ella.
—Siempre puedes escribir cartas
llenas de cariño sincero y buscarme a mí, para que podamos vernos
los tres. Será un placer poder conversar contigo en cualquier
momento y circunstancia, pues incluso en éstas, que no son las más
propicias, me siento infinitamente agradecido y feliz por conocerte.
Aquella invitación, tan simple como
atractiva, fue aceptada por Flavius. Meses más tarde de aquel
encuentro, cuando Arjun esperaba distraerse con un nuevo libro de
poesía en una abarrotada librería, escuchó la voz de Flavius
llamándolos. Pedía una cita. Quería ver a su vieja amiga y a su
nuevo amigo. Ella estaba inmersa en sus compras habituales, pues
desde la visita de David escribía todas las noches aunque fuesen
frases breves. Arjun la rodeó por la espalda, despejó su cuello
dejando el cabello hacia el lado izquierdo y susurró en su oído las
buenas noticias.
Noches más tarde paseaban los tres por
Londres, como si fueran un mismo ser. Conversaban sobre el mundo, la
interrupción de la tecnología, los nuevos avances en la ciencia, la
cultura que muchos despreciaban y los clásicos de la poesía que
enamoraban todavía a sus palpitantes corazones.
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