Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 20 de septiembre de 2015

Informaciones

De nuevo un Archivo Talamasca que nos mueve en otro plano, en el plano que estamos indagando ahora mismo: nuevos seres, nuevos tipos de vida.

Lestat de Lioncourt


Allí estaba él. Sentado como de costumbre en aquel sillón de espalda alta, con orejas y fuertes brazos. Aquel mueble tenías las patas de madera talladas con garras, como las de unos fieros leones, y su tapizado negro le ofrecía un aspecto temible, pero a la vez muy atractivo. Era cómodo, sin duda alguna, y el favorito de David Talbot. Se solía sentar a leer el periódico a altas horas de la noche, tras haber salido a cazar un par de diablos perdidos en ésta jungla que Lestat se empeña en llamar Jardín Salvaje.

Su rostro era sereno. Parecía calmado. Los archivos se apilaban en una mesa cercana. La chimenea estaba apagada, pues el otoño aún no había interrumpido con fuerza. Fuera los árboles se mecían suavemente. La noche era agradable. Todavía se podía salir con una ligera sudadera y disfrutar del sonido de un tráfico insomne. Pero él estaba allí, como cada noche a la misma hora. Después se marchaba, viajaba por los aires y buscaba a su compañera Jesse. Conmigo sólo pasaba unas horas breves, me comunicaba algunas noticias nuevas sobre los vampiros y los restantes seres. A veces, sin que fuese muy seguido, salíamos juntos a buscar emociones, al igual que lo hacía con Lestat, Armand o cualquier otro vampiro. Era extraño.

Me quedé en la puerta, con mis pies desnudos y mi peto sucio. Había estado correteando por la ciudad tras un par de criminales. A veces me comportaba como el desequilibrado que todos recordaban, pero no era así. Volvía a ser el hombre mordaz, de mente inquieta, que quería saber la verdad. Mi pelo revuelto me daba un aspecto algo aniñado, pese a mis casi treinta años. Era responsable de mí mismo, pero a la vez no lo era. Un niño perdido, por así decirlo, en un mundo de vampiros antiguos, tan antiguos como miles de civilizaciones, caminando por ahí fuera mirándonos como objetos frágiles y compadeciéndose de sus miserias, que son también las nuestras. No sé que podía ver él en mí, pero yo sí veía miles de cosas en mí. Siempre crítico conmigo, más que con otros... salvo si ese “otro” es Armand.

—¿Estás solo?—pregunté indeciso.

A veces había espíritus a su alrededor que sólo él podía ver. Entes que parecían torturadas, pero a la vez aliviadas al encontrar en él una fuente de información y paz. Él era solícito, los escuchaba y hacía oír sus voces. No todos podíamos ver a todos los fantasmas. Incluso había vampiros que tenían por imposible contactar con fantasmas y espíritus.

—Sí, ahora sí—dijo con calma—. Estoy intentando entrevistarme con algunos fantasmas y espíritus. Pero todo es en vano.

—¿En vano?—murmuré acercándome a él—. ¿Aún no te han podido aclarar nada sobre el fantasma de Raglan?

—No, pero me han asegurado que sí existen otros seres que no se han puesto en contacto con los vampiros. Al menos, de momento—parecía dispuesto a conversar, pero no me atrevía a indagar.

Tomé una silla, la arrastré hasta donde él estaba y me senté frente a frente. Él parecía observarme con meticulosidad. Habíamos hallado ciertas preguntas a cuestiones ya existentes. Algunas tenían diversos archivos en la Sede Central de Talamasca. El mundo estaba en crisis, pero al menos no era una infundada por una guerra de vampiros. Había tregua. El silencio era ensordecedor. Amel ya no nos torturaba. Sin embargo, las guerras humanas estaban sacando a la luz a otras criaturas, seres que buscaban refugio en tierras más prósperas. David Talbot, que siempre tuvo los archivos a mano, tenía acumulados a su lado informes muy antiguos. Algunos de ellos aún no habían sido informatizados. Gremt le había permitido sacarlos, yo mismo estuve presente en aquella conversación tardía cuando el sol estaba a punto de salir.

—¿Y Jesse?—pregunté recostándome en la silla.

—Está recopilando información que ahora falta en sus archivos, los está logrando gracias a Gremt. Se encuentra reunida no muy lejos de aquí—explicó—. ¿Por qué no me preguntas más sobre mis indagaciones? Tu alma de periodista parece necesitarlo.

—No lo sé. Tal vez espero que tú lo hagas.

Sí, lo esperaba. Más bien lo deseaba. Quería que él fuese quien me desvelase todo como si fuese un truco de magia. Él y su tono agradable, de acento puramente británico y con unos gestos pausados para nada comunes en un hombre joven. Él no lo era, por supuesto. Era el alma de un anciano en el cuerpo de un muchacho, porque eso era pese a su traje a medida y sus cuidadas palabras. Sin embargo, en sus ojos brillaba una chispa que había visto en Lestat. Era la chispa de un hombre inquieto, de la necesidad pura de conocer y comprender. Admiraba a ambos porque se resistían a aceptar el mundo tal y como lo vendían otros.

—Hay hombres lobo, pero no han tenido contacto con nosotros—se encogió de hombros—. Del mismo modo que durante mucho tiempo los Taltos no tuvieron conocimiento de los vampiros y los vampiros de los Taltos. Es el mismo motivo—explicó con calma mientras cruzaba su pierna derecha sobre la izquierda—. He hablado con otros fantasmas de nuevos espíritus, muy similares a Memnoch, Gremt o Amel.

—¿No era el demonio?—dije apretando los regazos de mi silla.

—Según Lestat y otros espíritus, inclusive Amel, opinan que es uno de los suyos. Sin embargo, aún es demasiado pronto para darle un nuevo punto de vista—argumentó incorporándose—. Ya he bebido suficiente por hoy, también he conversado demasiado. Me apetece deambular sin más, ¿quieres acompañarme?


Tan sólo asentí. A él no le importaba mi aspecto ni a mí me interesaba quedarme allí. Quería caminar. Deambular me ayudaba a observar la verdad de las calles. Estar en la ciudad, como si realmente fuese libre, me hacía sentirme en paz.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt