Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

miércoles, 16 de septiembre de 2015

La reina

Akasha puede vivir como espíritu, aunque no ha sido encontrada. Tan sólo se ha hallado ésta nota, la cual no podemos atestiguar si realmente la escribió su ente. Se encuentra en Talamasca.

Lestat de Lioncourt



Sentada frente al televisor, con las luces tenues de la habitación apagadas, me sentía inmersa en un mundo distinto y cambiante. Podía escuchar en la radio los gemidos del mundo frío, como el metal, y lleno de guerras que no se apaciguaban. Los hombres se habían erguido como una raza superior, desprovistos de corazón salvo si contabilizaban la recaudación de sus acciones en bolsas. Gobiernos enteros, naciones de descerebrados, se lanzaban al consumismo y al delirio provocado por crisis bursátiles, las cuales acrecentaban la diferencia entre ricos y pobres.

Dejé que mi alma se mezclara y endureciera, pero a la vez se llenara de conocimiento. Permití a mi mente agudizarse. Comprendí lo que allí fuera ocurría. Entendí al fin que fui una estúpida a dar mayor importancia a los hombres, a crear a un ejército de vástagos que se unieron en mi contra y decidí que las mujeres debían tomar el control. Ellas, como yo, habían sido relegadas y ultrajadas con el paso de los siglos. No eran tan importantes como se merecían. Creí que un mundo de mujeres era lo correcto, pero quizás también me equivoqué. Me di cuenta en el instante en el cual discutía con mi propia descendencia, reunidos para cometer un atroz crimen contra su Madre, su Reina.

Sin embargo, no es eso lo que quiero contar ahora. No deseo despreciar el momento que me ha dado éste mundo. Quiero mantener la compostura y recordar los viejos tiempos, esos donde fui una mujer poderosa y temida. El amor no llamó del todo a mis puertas, pero sí el honor y el orgullo. Deseo hablar del primer día en el cual supe que estaba encadenada a él, a un hombre que jamás me amaría.

Enkil se encontraba en los jardines del palacio. Olía a flores silvestres, el aceite que envolvía su piel le daba un aspecto aún más dorado. Sus ojos eran salvajes amatistas color ámbar. Poseía una elegancia digna de un rey, no de un príncipe. Su padre había buscado a una digna reina para él y lo había hecho lejos de un reino próspero, como era Kemet, para hallarme a mí. Era tan joven como yo, pero poseía un alma más delicada. Supe que él no sería capaz de amarme, pero sí de codiciarme porque era su puerta al trono.

—Nunca he visto a una mujer como tú—dijo con su tono amable, casi servicial, para luego inclinar suavemente su cabeza hacia la derecha—. ¿Has sufrido alguna inclemencia durante el viaje? Envié a mis mejores hombres a custodiar la caravana de sirvientes, así como de enseres, que traías contigo—explicó acariciando algunas flores de llamativos colores, las cuales surgían de una tierra oscura y cercana a las marismas de aquel gran río Nilo.

—¿Crees que podré servirte como reina, mujer y como madre de tu futura descendencia?—pregunté intentando ser persuasiva.

—Me ayudarás a tener poder y prestigio, ¿qué más da si me sirves como mujer?—aquello me hirió en el orgullo, pero entonces descubrí que él no estaba interesado en mí como amante.

Era avispado. Comprendí su corazón y lo amé a mi modo. Él me apreciaba, escuchaba mis comentarios y hacía cumplir mis caprichos. Era leal a él por el mismo motivo que él era leal conmigo y me dejaba ser yo misma, revolviendo mis necesidades y luchando con mis demonios.

Él no fue el hombre que más he amado, pero admito que cuando lo destruí fue porque ya no quedaba nada en él. Sólo permanecía la codicia de ostentar un trono que le venía grande, tan grande como lo fue en su día Kemet. Mi gran amor fue el padre de Seth, el cual no era más que un muchacho que intentaba subir algunas posiciones en el ejército.

Nebamun apenas llegaba a los dieciocho años, pero rebasaba en estatura a Enkil y poseía una musculatura digna de un Dios. Observé durante mucho tiempo su piel trigreña que parecía puro bronce gracias a las horas de guardia bajo el sol. Sus marcados pectorales, sus fuertes brazos y sus carnosos labios fueron fuente de mis más perversos sueños. Buscaba a ese hombre en cada rincón de mi cama y acabé alejándome de mi habitual amante, para centrarme en aquel poderoso y joven guerrero.

Recuerdo vivamente como temblaba sobre mi figura, mucho más menuda y pequeña que la suya, abriéndose paso entre mis muslos cálidos y suaves. Él lamía mi cuello, besaba mis pechos y bebía de mis pezones mientras sus caderas se movían con la fuerza de mil hombres. Mis gemidos retumbaban por las paredes de mi habitación, las sábanas de lino y oro caían al suelo empapadas en sudor, y mis manos arañaban sus costados. Jamás estaba lo suficientemente satisfecha para verlo marcharse de mi lecho. Siempre deseaba retenerlo a mi lado, deslizando mis dedos por su rostro serio y preocupado. Temía morir, pero nada más ser una Diosa entre los mortales le concedí la inmortalidad, lo hice parte de mis guerreros predilectos e impedí de ese modo que Khayman, enviado por Enkil, lo matara debido a miedos y celos.

Acabé siendo traicionada porque se enamoró de una mujer muy distinta a mí. Jamás pude aceptarlo.


Allí sentada, con los brazos sobre aquel trono de oro, contemplaba el mundo aspirando el aroma de las flores. Enkil permanecía mudo, del mismo modo que yo lo hacía. No necesitábamos movernos, sin embargo yo sentí la necesidad de apartarme de él, romper con el pasado y crear un nuevo mundo. La traición de mi hermoso Nebamun, así como la traición ruin de los hombres, me hizo comprender que las mujeres necesitaban sublevarse. Pero fallé. Fallé de nuevo.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt