Lestat de Lioncourt
Muchos creen que la vida es como un
cuadro que hay que contemplar, pero no participar en éste. Es decir,
tienen el pincel en la mano y temen añadir una nota de color. Hay
que tomar riesgos. Nunca se sabe si empeoraremos o saldremos con una
obra aún más magnífica. Tenemos que involucrarnos. Hemos quedado
atrás, con las manos en los bolsillos, mientras vemos los crímenes
de guerra, la miseria, el deseo inesperado del caos propio de un
Titán que se aproxima hasta nuestros sueños y las fronteras
intelectuales, más que de piedra y verjas, que se interponen entre
los mundos que somos cada quien.
Cuando paseo por la ciudad decido
observar a todos y cada uno. Me involucro en la imagen hedonista de
Lestat. Observo a todos con el amor que él les tiene, pero acabo
odiándolos por miserables y defectuosos. He llegado a correr hacia
la iglesia más cercana, arrodillarme ante el crucifijo con la imagen
de Jesús y rezar hasta que me dolían las rodillas. Veo maldad allí
donde observo. No soy capaz de palpar los matices que otros conciben
con tanta facilidad.
Benjamín dice que poseo una mente
simple, pues creo en el bien y el mal absoluto, pero no en una
encantadora mezcla de ambos. Me dejo llevar por el desánimo y el
desaliento, me hundo en el dolor y acabo rememorando cada uno de mis
fracasos. Nunca quise ser líder ni cabecilla de nada, pero me
impusieron un destino propio de un Mesías. Jamás quise caminar
descalzo, sin rumbo, por París. En ocasiones, aunque no son
demasiadas, pienso que debí morir aquel día en la nieve junto a mi
retablo. Sin embargo, muchas cosas no hubiesen pasado y eso, sin duda
alguna, habría convertido al mundo, mi mundo y el mundo de todos, en
algo muy distinto.
Pese a la oscuridad me gusta el cuadro.
Aunque no observo la amabilidad en los rostros humanos, ni tampoco
síntoma de inteligencia privilegiada, me dejo llevar por la
tecnología que avanza mucho más que las almas podridas de todos los
que se creen salvadores. ¡No hay salvadores! Y aún menos entre
aquellos que venden su propio país a empresas multinacionales,
intereses financieros y billetes de aroma ilegal.
En éstos momentos desearía un abrazo,
que alguien me tomara de la muñeca y me obligara a pintar con más
fuerza y ánimo. Quizás debería buscarlo a él, a quien fue mi
maestro y creador, pero temo no ser más que un recuerdo ahumado en
un viejo espejo y no una pintura que mejorar.
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