Lestat de Lioncourt
Estoy aquí. Mírame. Soy la sombra de
tu habitación, esa que se mueve suavemente como las semillas de un
diente de león. Me disemino en miles de pequeñas gotas de lluvia y
caigo sobre ti, con caricias indecentes llenas de pecado. Besaré tus
mejillas frías, lameré tus labios carnosos de fruto prohibido y
acariciaré tus caderas mientras rezo por ti, por mí, por el demonio
y el ángel que se hallan en el cabezal de tu cama. Quiero
estrecharte con ternura y a la vez romperte con el pecado.
Soy el fantasma que canta suavemente en
tu oído, recitando poemas eróticos, que alzan tu alma a otro
territorio mucho más maravilloso que el paraíso. Oh, amada mía.
Estaremos juntos en un lecho de espuma de mar, delicioso sudor y
perfume de tierra mojada. Fuera está lloviendo, pues lloro por tu
suerte y la mía. Te amo tanto, te quiero viva, pero ellos te desean
moribunda.
Quiero que te pierdas conmigo por el
valle. Deseo que corras descalza sobre la hierba recién cortada y
subas al árbol donde escribiste mi nombre. Soy tu Impulsor, cariño.
Me he convertido en El Hombre que te aguarda. Necesito arrancarte la
morfina que te mata. Estás marchitando. Te están alejando. Amor
mío, Deirdre, te estoy perdiendo y no quiero. Pronto llegará mi
momento y tú no lo verás. Tan hermosa, tan joven aún y te has
convertido en flor marchita sobre un piano que nunca fue tocado.
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