Lestat de Lioncourt
18 de Septiembre de 2013
He escuchado su corazón ésta noche,
como todas las demás, así como he podido aspirar su fragancia cerca
del alfeizar de una de las ventanas del salón donde Sybelle suele
tocar para mí, Armand y Benjamín. Ha venido de nuevo, quizás
buscando un milagro. Me pregunto porqué no llama al timbre, o usa
sus nudillos contra la puerta, porque no me importaría conversar de
forma sosegada, intentando dejar atrás el dolor y ser conscientes de
todo lo que nos une, sin embargo él parece que se contenta con
observarme en silencio.
Tiene un corazón fuerte, con un latido
único, que logra hacer temblar al mío. Admito que he suspirado con
la idea de verlo frente a mí, abriendo sus brazos e invitándome a
estar pegado a su pecho. Un milagro. Pero, no ocurrirá. Es demasiado
terco y yo demasiado estúpido.
Ahora, en medio de la soledad cargada
de silencio y recuerdos, me doy cuenta lo torpe que hemos sido.
Deberíamos compartir nuestro tiempo de otro modo, más allá del
rechazo y viejos miedos. Tendríamos que sentarnos, frente a frente,
con el firme propósito de no discutir, de recordar lo bueno que
hemos vivido y nos queda por vivir. Sin embargo, sufrimos. Sufrimos
como siempre lo hemos hecho.
Tengo entre mis dedos uno de los tanto
rosarios que me ha regalado. Es de cuentas de amatista negras, unido
con eslabones finos de oro blanco y una cruz colocada sobre el centro
de un diamante oscuro. Cuando me lo ofreció, guardado en un pequeño
saco de gamuza verde botella, sentí un extraño escalofrío. Fue el
día que nos separamos de nuevo. El último día que aguardamos
juntos las últimas horas de la noche. Recuerdo esa noche entre
silencios, dudas y miedos. Armand me esperaba aquí, donde viviría,
y él se marcharía buscando el cobijo de sus propios pensamientos.
Creí que sólo sería unos días,
quizás semanas o meses, pero ya son varios años. Más de una década
nos separa y las visitas están aumentando, aunque no nos decimos
nada. Él cree que no sé que ha venido, que ignoro todo lo que hace
y deshace, pero es falso. Sufro cuando lo noto cerca y no me habla,
busca o escucha. Ha pasado más de cien años, de heridas y
trifulcas, y aún nos dejamos la piel del alma en cada mirada y
palabra. Nos seguimos amando.
Soy consciente que jamás amaré a
nadie más. Acepto que puedo querer, ofrecer consuelo y atentas
palabras, pero mi corazón pertenece únicamente a Lestat.
No hay comentarios:
Publicar un comentario