Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 26 de diciembre de 2015

Extraño amor

Armand y Daniel... una extraña pareja, ¿no lo creen? Aquí pueden leer sus primeras y únicas navidades.

Lestat de Lioncourt


Estaba allí de pie con aquella ropa tan moderna, similar a la de cualquier joven de diecisiete años, observando la ciudad con cierta curiosidad. Tenía las manos colocadas sobre el grueso cristal y contemplaba el tránsito como si fueran hormigas. Creo que dentro de él se debatía el deseo de la sangre por mero placer, por gozo supremo, y no por sed. Sus ojos castaños estaban ligeramente cerrados, pero aún así el reflejo del cristal los mostraba enormes y profundos. Tenía sus hermosos cabellos de fuego cortos, pues había decidido que esa noche no se mostraran con su longitud correspondiente. Poseía un rubor extraño en sus mejillas, síntoma de haberse alimentado de más, y sus labios parecían más llenos que nunca.

La camiseta celeste con alas blancas en la espalda, esponjosas y bien definidas, se la había obsequiado como regalo navideño. En realidad sólo había sido amable, pero él lo tomó como un gesto de amor infinito. Quizás lo hizo porque hasta ese momento nadie le había regalado nada, salvo silencio y frías mentiras. Por un momento olvidé las noches en vela, sus insoportables quejidos y lamentos, el despertador sonando cada pocos minutos y las cintas de vídeo en el microondas a punto de explotar. Sí, lo había olvidado. Creo que lo hice porque se supone que en éstas fechas debemos dejar las diferencias a un lado, aunque parece absurdo. Debería ser todo el año, pero la falsedad de una bonita sonrisa no dura demasiado.

Creo que los jeans los había comprado él, aunque conociéndolo no habría pagado por ellos. Sería de cualquiera de sus víctimas. A veces prefería obviar esos detalles. No quería pensar que llevaba la ropa de un muerto. Y, las deportivas, eran unas clásicas converse azul y blancas, con el típico logotipo y suelas antideslizantes.

—Son tus primeras navidades a mi lado...—dijo jugando con sus dedos sobre el cristal—. No te he comprado nada. Creí que no te gustaría celebrar éstas fechas...

—Cómprame una botella de whisky cara, ponle un lazo y sorpréndeme—comenté levantando mi vaso corto y cuadrado, de fondo grueso, con un par de hielos y un poco de whisky que él mismo me había servido nada más llegar.

Él se giró mirándome con cierta inocencia, intentando averiguar si me burlaba o lo decía seriamente. Creo que se llevó una sorpresa cuando comprobó que no era una broma, sino algo que sentía. Me conformaba con un poco de alcohol para poder mantenerme entre la locura y la cordura, para poder escribir.

Rápidamente, sin que yo lo previese, vino hacia mí echándose a llorar. Me abrazó con fuerza, aunque no con su fuerza real. Sino con una presión típica de un niño lloroso que parecía necesitar que lo abrazaran, sosegaran y le hiciesen sentirse cómplice o parte de algo. Manchó mi camisa blanca con sus lágrimas, pero no me importó. En aquellos días nada me importaba. No solía vestir con decencia, mis camisas siempre estaban arrugadas porque dormía con la ropa del día anterior y seguía con ella hasta pasado el medio día. Hice que se subiera sobre mis piernas y acaricié sus cortos cabellos pelirrojos.

Era hermoso. Incluso con el rostro lleno de lágrimas rojizas. Estaba condenado a no entenderlo, ni a que me entendiera, pero lo amaba. Juro que aún lo amo. Algo en mí provoca que lo ame aunque no pueda soportarlo demasiado tiempo.


—Te amo—dije muy bajo mientras hundía mi rostro en su tierno y tibio cuello—. A mi modo, extraño y singular, te amo.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt