FELIZ DÍA DE NAVIDAD.
Lestat de Lioncourt
El hospital estaba silencioso. La
mañana de Navidad era como otra cualquiera. El único murmullo que
se escuchaba era el metálico de los distintos utensilios, carros de
limpieza y montacargas. Las enfermeras se hallaban en su lugar de
descanso, algo adormiladas con un café en la mano, mientras los
vigilantes de seguridad mantenían sus ojos fijos en las diversas
cámaras de seguridad. Los pacientes aún no se habían incorporado,
pero algunos empleados comenzaban a trabajar en su nuevo turno, y
otros tomaban duchas calientes para salir de allí hacia sus hogares.
Los niños de la planta de pediatría
dormían en sus camas, las cuales tenían colores divertidos y se
hallaban en habitaciones cargadas de fantasía. Sin embargo, un
hospital era un hospital aunque el Mayfair pareciese más un hotel,
un spa o una sala de juegos. Aquellos niños estaban allí, privados
de celebrar las fiestas como merecían, y soñaban con despertar en
sus cómodas camas junto a sus familiares.
Una furgoneta llegó aparcando en la
acera aledaña al hospital. Un joven, de unos veinte años, bajó con
sus impresionantes dos metros de altura. El joven vestía un
impecable traje hecho a medida en color gris humo, pero su camisa era
de un rojo llamativo y su corbata verde abeto, colores indiscutibles
de la navidad. Junto a él aparecieron dos mujeres, una rubia e
impresionante enfundada en un traje de elfa, y otra una sofisticada
mujer de negocios con un traje oscuro aunque con algunos detalles
festivos en su cabello, como apliques, en su cabello rojo fuego, con
forma de muérdago.
Ellos eran los descendientes de Ashlar
y Morrigan, los Taltos que revolucionaron a la familia Mayfair.
Solían trabajar y vivir en aquellas instalaciones, aunque poco a
poco habían retomado el legado paterno. Oberon amaba los negocios,
pero también la diversión. Miravelle disfrutaba de comprobar los
juguetes que su hermano diseñaba con los diversos expertos en la
materia, con los numerosos jugueteros que eran como elfos de Santa
Claus para ella, y Lorkyn disfrutaba de contabilizar las ventas y
beneficios.
Habían regresado a su hogar, donde
todavía vivían gran parte del tiempo, con un camión repleto de
juguetes que ni siquiera podían encontrarse en las tiendas.
Tecnología de vanguardia mezclado con la fabricación artesanal. Los
niños disfrutaban de aquellas muñecas, osos de peluche y juguetes
para el aprendizaje.
—Señor Templenton, ¿desea que
descarguemos el camión ya?—preguntó uno de sus trabajadores, que
había manejado el vehículo hasta la puerta del hospital desde la
fábrica.
—Haga bajar a sus compañeros y
descarguen—dijo mirando el edificio con las manos metidas en los
bolsillos.
¿Cuántas veces había hecho eso su
padre? Muchas veces. Él lo sabía porque los recuerdos de su padre
vivirían en su corazón, agitaban su alma y le perseguían en las
noches. La bondad de Ashlar siempre estaba presente y le provocaba
cierta congoja. Deseaba ser como él. Ansiaba tener su magnetismo en
los negocios, su inteligencia y bondad. Ellas también deseaban tener
algo de su madre y su padre. Querían tener la fuerza necesaria para
mantenerse unidos, pues era el mayor sueño de ambos.
No tendrían una isla caribeña, pero
Nueva York podía ser su isla y Nueva Orleans un oasis. La empresa
estaba siendo todo un éxito y pronto tendrían diversas sucursales.
Si habían ido al hospital era para agradecer a la familia su apoyo,
así como demostrarle a los niños que Santa Claus puede venir aunque
sea en un camión.
Rápidamente los empleados desfilaron
junto a ellos hasta las diversas habitaciones, dejando los regalos
con sus tarjetas correspondientes. Era sólo las siete de la mañana.
Todavía el cielo estaba oscuro. Los pequeños intentaban descansar,
aunque el nerviosismo lo tenían alerta. Por ello no tardaron
demasiado en despertar, abrir los regalos como auténticos salvajes y
gritar de emoción.
Rowan acudió rápidamente ante el
revuelto de los empleados y niños, pero no riñó a los tres jóvenes
Taltos. Simplemente sonrió satisfecha. Era Navidad y aquella
travesura era algo lleno de amor y bondad. La oscuridad del jardín
se había despejado y ahora brillaba el sol de un invierno distinto a
los demás.
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