Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

jueves, 24 de diciembre de 2015

Leche derramada en el jardín del Edén

Lasher regresa... señores.

Lestat de Lioncourt 


Las luces de la casa estaban encendidas. La vida parecía haber regresado al hogar, con una calidez que hacía tiempo que no se sentía y con unas risas tan fuertes que parecían mover los viejos cimientos, y el jardín estaba iluminado tímidamente con algunas luces de colores esparcidas cerca de los arbustos. La noche no era demasiado fría, pero sí húmeda y algo ventosa. Los árboles movían sus copas ligeramente vacías y la hojarasca hacía tiempo que se había convertido en un habitual de la acera próxima. El tráfico era nimio y las casas colindantes parecían festejar del mismo modo el nacimiento de Jesucristo.

La vieja cancela, gruesa y de cerradura profunda, estaba ligeramente abierta. Parecía una vieja señal, un recuerdo, a lo que había sido él y toda su historia. De vez en cuando una ráfaga de aire la movía haciéndola sonar como en una película de ciencia ficción. Sin embargo, nadie salía a cerrarla porque nadie notaba su crujido. La música era demasiado alta, así como las conversaciones aceleradas y bañadas en alcohol, como para poder percatarse de aquel murmullo incesante.

Bajo el roble se hallaba aquel pequeño montículo, ya cubierto de una espesa capa de césped, donde nadie había dejado siquiera una rosa en su nombre. La fecha era la clave. La hora pronto iba a darse en el reloj del salón y él, como no, estaba a punto de echarse a llorar. Algunas nubes se acercaban al techo de la vivienda, revueltas y oscuras, deseando descargar la lluvia que se precipitaría como un alivio para su alma.

Metió sus grandes y suaves manos, tan suaves como las de un niño y tan manchadas de sangre como las del criminal que era, en los bolsillos de su elegante pantalón. Vestía de smoking, igual que cualquier invitado de la gran fiesta de la familia Mayfair, y poseía unos elegantes zapatos italianos que le daban el toque idóneo a su aspecto aseado. Sus enormes ojos azules mostraban el dolor, la amargura y las esperanzas rotas que se acumulaban en cada rincón de su alma. Suspiró pesadamente y echó a caminar por el sendero, para luego entrar a la parte trasera del jardín.

Allí, a un lado, estaba la piscina donde Stella Mayfair solía nadar y donde ahora lo hacía Rowan Mayfair, la que fue su madre. Con cierto temor, aunque también curiosidad, se aproximó al borde para contemplar sus rasgos tan similares a sus padres. Era una mezcla genética excepcional que le hizo desear reír, pero sólo sonrió amargamente apartándose del borde y contemplando las estrellas.

Era noche cerrada. Quedaban unos minutos para las doce. Dentro todos parecían haberle olvidado. El nombre de Lasher se había desvanecido, el Hombre era un cuento para que los niños no pudieran dormir de noche y el Impulsor era sólo una vieja creencia que ya se había devaluado con el paso del tiempo.

Echó la vista atrás, en sus recuerdos, y sintió vértigo. Tuvo que apoyarse en uno de los muros de la mansión mientras venían a él las frases con voces distorsionadas, imágenes cargadas de aromas y sentimientos mezclados, que le embriagaban más que una copa de ponche. Se humedeció los labios con la punta de su lengua y tembló. Parecía confuso, como cuando tuvo que escribir su historia porque perdía el hilo de los acontecimientos, aunque recobró la compostura.

—Mis brujas...—murmuró—. Suzanne, Deborah, Charlotte, Jeanne Louise, Angelique, Marie Claudette, Margerite, Julien, Mary Beth, Stella, Antha, Deirdre y Rowan... Trece brujas y una puerta... trece amantes y una madre—dijo abrazándose a sí mismo.

Entonces escuchó a su padre, brindando por su nueva familia, y sintió que su corazón se oprimía. Un corazón que no latía realmente, pero que ahí estaba. Se acercó a la ventana y observó a la joven de ojos profundos y azules, piel de mármol y labios carnosos entonar una carcajada fresca. Ella era una hembra de su raza, una mujer que ya conocía porque su espíritu le era familiar.

El olor de las hembras podía sentirlo como si fuese una jauría de perros lanzándose a su yugular. Era inquietante poder reconocerlo pese a ser un espectro, a volver a ser un ente sin cuerpo. Entonces trazó un plan. Decidió quedarse allí, aguardando, mientras todos iban adulando a la joven y hermosa hija de Michel Curry y Rowan Mayfair. Una hija engendrada gracias a otra hembra Taltos que bailaba girando como una niña, completamente absorta, por la música que sonaba. Un joven y robusto joven, también un macho como él lo había sido, guardaba silencio con una taza de leche caliente en la mano. Había otra hembra, pero mucho más seria y desafiante, que no parecía querer participar en la fiesta aunque seguía el ritmo moviendo su pie derecho insistentemente.

Allí quedó contemplando la vida, una vida que ya no era suya. Lasher había regresado. Un día de navidad. Otro día como aquella noche. Había vuelto para quedarse. Deseaba esa mujer, la mujer Taltos que poco a poco fue reconociendo.

—Eres hermoso incluso como mujer—dijo con un brillo melancólico en sus ojos.


Sí, sin duda era el viejo brujo. Él había vuelto a la vida y había ocupado el cuerpo de la que iba a ser la heredera. Al fin había logrado ocupar el lugar que siempre le correspondió y llevar la pesada esmeralda entorno a su delicado cuello de cisne.

“Regresará el cordero al rebaño con los ojos tristes, el alma rota y los deseos renovados. Volverá con un sueño cruel agitando su corazón, con la venganza en sus labios y las manos heladas como su alma. Querrá hacerse con el poder y lo hará con calma. Será la oveja blanca entre las demás, siendo negra como sus intenciones, porque sólo la maldad acaba venciendo. La bondad no dura demasiado. La pureza sólo debe hallarse en la leche materna y en las sábanas donde el pecado queda plasmado.”  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt