Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 27 de diciembre de 2015

Rhoshmandes

Concuerdo con varias cosas de Rhoshmandes en su relato. Es decir, acepto que ella era hermosa y provocaba pánico, también que no comprendo del todo como pudo dejar a tantos viejos vampiros vivir. Quizás no era tan cruel, tan sólo deseaba hacerse entender y eso, sin duda alguna, pesa en mi conciencia. No sé si en la suya también.

Lestat de Lioncourt


Estaba allí, en plena oscuridad, rodeado de un hedor insoportable. Mi túnica celeste se había manchado con la suciedad de aquella bodega. Mis ojos se estaban acostumbrado a la oscuridad, y, por supuesto, mataba por un poco de agua o vino. Tenía calor en aquella húmeda pocilga y mis manos temblaban por el nerviosismo. Los grilletes eran pesados, pero eso no era lo peor. No me importaba llevar grilletes, aunque sí desconocer el rumbo de mi propio navío y lo que había sucedido con mis hombres, animales y diversa carga que había transportado a lo largo del Mar Egeo. Ya no era la pérdida económica, sino la de mi orgullo y libertad.

Tuve un mal presentimiento al salir de Creta, pero intenté dejarlo atrás. No me gustaba ser agorero ni menospreciar mis ofrendas a los dioses. Sin embargo, había caído en manos de unos seres que habían aparecido en plena noche, arrebatado el timón a mi mejor marinero y acorralado a los restantes hombres, diez en total, con una facilidad pasmosa. Aquellos elegantes caballos que iban a trotar por las calles de Roma, los que yo mismo había elegido sabiamente, los había escuchado caer por la borda. El barco se movía rápido en la noche, pero durante el día parecía estancado.

Llevaba dos días de viaje sin saber dónde y porqué, tampoco cuánto íbamos a tardar en llegar a donde quisiera que fuese. Mis pensamientos más amargos, los más terribles de todos, se encendía como una antorcha en la oscuridad. La misma antorcha que me quemaba y me hacía gemir de dolor. Me lamentaba, lo reconozco, y despreciaba mi destino. Hubiese querido perecer esa misma noche cuando entraron en mi alcoba, me sacaron de mi cama y me lanzaron mis vestiduras en la celda de los esclavos. Los mismos esclavos que habían muerto minutos antes, con los cuales compartía calvario siendo ya apestosos cadáveres.

Allí, alejado del mundo consciente, tuve una revelación. Dos jóvenes bajaron hacia donde me encontraba. Por las prendas supe que no era un pueblo que yo conociese como la palma de mi mano. Sin embargo, sus rasgos me eran llamativos e incluso ligeramente atractivos. Poseían una belleza mágica y sus cuerpos estaban dotados de una musculatura excepcional. Tenían la piel tostada por el sol, pero también por su raza, y poseían unos ojos profundos llenos de angustia, soberbia, verdad y miedo. Era una mezcla exquisita que agradecí. Si eran ellos los que debían ejecutarme que lo hicieran rápido, pues parecían diestros por como sostenían las espadas. No sufriría más agonía.

Sin embargo, sólo abrieron la celda y me hicieron caminar a su lado. Subí por la estrecha escalera hacia la superficie del barco y bajé hasta tierra firme. Allí una hilera de antorchas marcaban el camino hacia mi nueva prisión. Pero lo que hallé fue la bienvenida de un príncipe o un Dios. Dentro de una construcción excelsa, alta y con detalles extraños en los muros, los cuales después apreciaría que era escritura egipcia, habían mujeres deseosas de complacerme en todos los sentidos.

Comí, bebí y sentí la calidez de sus manos limpiando el hedor del sudor, el orín y la muerte. Me limpiaron como si fuese un tesoro y me dieron el placer que sólo un hombre puede conocer a la perfección. Cuando salí del baño me ataviaron con prendas de lino y oro, también me colocaron sobre la cabeza agua de flores que perfumaron mis cabellos, y por último calzaron mis pies con unas sandalias de cuero nuevas.

Esa noche pasé de ser un mártir a convertirme en un guerrero, a ser de nuevo lo que había dejado de ser por unos meses. Lo fui gracias a Akasha, que me convirtió en un proscrito a la luz del sol y mi nombre, el nombre que jamás rechacé, sonó con fuerza entre vítores y alabanzas: Rhoshmandes.


Siempre sería su hijo, pero no soy lacayo. Algo de mí la amaría hasta el final, aunque jamás de forma ciega. La admiraría por su poder, sin embargo la temí por su nula capacidad de comprender el mundo y sus verdaderas necesidades. Aprecié su belleza, del mismo modo que ella apreció la mía. Me convertí en hombre libre cuando huí de ella, aunque bien pudo matarme... Nunca comprenderé porque jamás se alzó en mi contra.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt