Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

martes, 29 de diciembre de 2015

Gracias a ti

Fareed y Seth son una pareja singular. Me agrada que existan personas que quieren saber sobre el pasado para mejorar el futuro. Y bueno... se ve que "coordinan" bien.

Lestat de Lioncourt


Había dejado en su recámara, donde solía pasar largas horas en la noche leyendo e indagando por la red de redes, un sobre con los resultados genéticos se había logrado realizar gracias a la generosa ayuda de Gregory. Aquel vampiro milenario, fuerte, educado y lleno de historias que aún no había narrado, ni siquiera a mí en la intimidad, me había permitido tomar muestras de su piel, saliva y sangre para comprarla con otros vampiros y, sobre todo, con Seth.

Siempre rondó en mi cabeza la posibilidad de parentesco entre ambos. Seth tenía su porte, pero poseía la delicadeza de rasgos que tuvo su madre. Desde que él se presentó ante Lestat, como hijo legítimo y biológico de Akasha, provocó que muchos giraran su rostro hacia la envidiable figura del sosegado guerrero Nebamun. Ella jamás amó a Enkil como pareja, sino como un hermano, y sus vínculos sentimentales con aquel guardián fueron revelados sin tapujos.

El sobre contenía una larga lista de resultados, no sólo vinculados al ADN, y una carta donde le explicaba que él era su padre. Su padre estaba vivo, se había convertido en un mutante gracias a los caprichos de su madre. Había permanecido en silencio, sin conocer con certeza si la criatura que Akasha llevó en su vientre, durante miles de años. Incluso permaneció sin decir nada el día que ella decidió hacerlo inmortal.

Por eso mismo vino a mí, a mi pequeña habitación, donde mantenía el contacto con el resto del mundo, con mis científicos y doctores, con una sonrisa de satisfacción. Era la primera vez en mucho tiempo que sonreía de ese modo. Sus ojos oscuros parecían tener luz propia. Sus labios, carnosos y seductores, comenzaron a moverse para repetir una y otra vez la palabra “Gracias” en su idioma natal.

Él me había enseñado a leer, hablar y escribir en egipcio. Disfrutaba explicándome cada uno de sus conceptos. Por eso mismo, Seth, me hablaba de ese modo con la euforia de un niño. Era mi regalo de Navidad atrasado por algunos días, pero también lo era el de Gregory. Ambos podían respirar aliviados con la firme convicción que eran familia. Una familia que iba más allá del vínculo de la sangre y la sospecha.

Me incorporé y salí de detrás de la mesa. Él seguía hablando y moviendo sus manos. Siempre me han hipnotizado sus manos de dedos largos. Acomodé mi bata metiendo mis manos en los bolsillos, intentando evaluar el momento, para finalmente sacarlas y tomarlo del rostro besándolo. Mi lengua cálida se introdujo en su boca, aún más ardiente. Él no me rechazó, sino que colocó sus brazos alrededor de mis hombros apoyando sus brazos desnudos sobre éstos.

Sólo iba con un pantalón amplio, de lino blanco, que resaltaba su piel bronceada. Había decidido tomar el sol, hacer como otros tantos, y darle un color atractivo a sus rasgos por siempre jóvenes, de un muchacho de no más de veinte años. Sus pezones estaban algo más cafés, quedando resaltados frente a su piel ligeramente achocolatada. Su vientre, firme y ligeramente marcado, me atraía tanto como su torso y sus hombros. Sin pudor coloqué mis manos sobre el cinto del pantalón, para recorrerlo lentamente hasta el cierre. Sólo era un nudo, un pequeño lazo, que desaté. Hice que la prenda cayera y mostrase su miembro ligeramente duro.

—Hazme tuyo...—dijo al separar mi boca de la suya.

Fui hacia el mueble cercano, para abrir la pequeña puerta que daba a un frigorífico minúsculo. Allí había una nueva inyección, la cual lograba mayor prolongación de la excitación sexual y un tiempo menor de reacción. Tomé una dosis para mí, así como para él. No dudamos en probarla. Seríamos los conejillos de indias.

Amé a Seth nada más verlo la primera vez. Caí seducido por sus rasgos y su forma de desenvolverse. Sin embargo, acabé profundamente seducido la primera vez que ambos logramos estar unidos, entre las sábanas revueltas de una habitación y con la única compañía de una lamparilla de noche a media luz.

Su habitación no estaba lejos. Usualmente dormía con él, salvo las mañanas que terminaban siendo inquietas porque unos resultados no eran favorables. El trabajo a veces me absorbía, pero él comprendía la necesidad que tenía de querer sanar el mundo. Era nuestra misión y legado.

Cuando entramos en ella comprobé que había encendido velas aromáticas, regado pétalos de flores en la cama y logrado un ambiente erótico casi desconocido para mí. Era un hombre de ciencias, pero él tenía el corazón de un poeta. Con calma me senté en la cama recostándome sobre el colchón y él cayó sobre mí.

Sus labios no tardaron demasiado en hacerse notar sobre mi cuello, mientras él me desnudaba. En menos de un minuto estaba desnudo, con él sobre mi torso deslizando su lengua y sus manos acariciando mi miembro. El calor se convirtió en llamas, comenzando a arder en el interior de mi cuerpo como en el suyo, y sus caderas empezaron a moverse como si fuera una serpiente de cascabel.

Quedé allí, sobre el mullido colchón, mientras él bailaba rozando sus duros, y redondeados, glúteos sobre mi vientre y miembro. Sus cabellos, con aquel corte de príncipe egipcio, se movían suavemente por el ritmo que poseía su pelvis. Mis manos viajaron sus muslos, desnudos de vello así como gran parte de su figura, mientras él dejaba las suyas sobre mis pectorales apretando mis pezones contra las palmas.

Sentía mi cabeza hundirse en los cómodos cojines envueltos en satén azul pavo real e hilo de oro. Mis sensaciones se perdían gracias al confort, placer y los aromas, pero también a sus canciones. Él empezó a cantar para mí en un tono bajo y sensual. Su vientre se movía erótico, del mismo modo que sus caderas. Para su pueblo los músicos estaban bien considerados, pues la música estaba relacionada con grandes celebraciones religiosas y festivas. La música intercedía ante los dioses y los sentimientos.

Su miembro, como el mío, estaba completamente erecto cuando guardó silencio y se sentó en los pies de la cama. Sin demasiado preámbulo lamió el glande, lo rodeó con sus labios y engulló todo el miembro introduciéndolo hasta mis testículos. Movía su cabeza de forma que me hizo perder el hilo de mis pensamientos. Coloqué mis manos sobre sus cabellos, tirando de ellos, mientras dejaba que mis gemidos fuesen libres. Y, cuando me tenía a su merced, se subió sobre mí nuevamente, tomó mi pene y lo llevó a su entrada. Con un sólo movimiento rápido, y desesperado, se penetró.

De nuevo comenzó a bailar sobre mí, pero con mi sexo en su interior. Sus jadeos, gemidos y súplicas cada vez tenían mayor fuerza y violencia. Aquello me hizo salir de mi pasividad, tomando el control. Lo arrojé contra la cama y empecé a penetrarlo con un ritmo aún más fuerte. Él gemía mi nombre y me miraba con necesidad. Duramos de ese modo algunos minutos, los cuales estuvieron llenos de arañazos, mordiscos y palabras llenas de pasión. Nunca nos decíamos palabras sucias, pero sí nos alentábamos a conquistar el paraíso.

Al acabar caí agotado sobre su torso, algo más estrecho que el mío, y sus manos quedaron sobre mis omóplatos, los cuales estaban cubiertos de marcas que iban cerrándose. Empapados en sudor sanguinolento, lágrimas de placer y satisfacción empezamos a sentir que el sueño venía. Sin embargo, antes de caer en el otro mundo, en el mundo de los sueños, habló.

—Tengo un padre...—susurró riendo bajo—. Y un gran amante... —añadió tras un hondo suspiro—. Sólo queda que me des un hijo... como a Lestat.


Al despertar no le pregunté por ese deseo, pues él tampoco comentó nada al respecto. Aunque sí llamó a Gregory y estuvo al teléfono por más de dos horas. No paraba de hablar sobre una reunión importante para todos, al menos para los más cercanos, pues quería celebrarlo. Deseaba que todos supieran que el ciclo se había cerrado y las dudas volado.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt