Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 28 de diciembre de 2015

Mi adorada Stella

Yo conocí a Stella, pero su historia me la contaron otros. Yo sólo vi a una niña fantasma, muy similar a Claudia en tamaño y en edad. Sólo eso. Lo demás lo tuve que averiguar de boca de los Mayfair y Talamasca. Igualmente pasó con Lasher.

Lestat de Lioncourt


—Déjame—dijo acomodándose el peinado.

Había cortado su pelo hacía poco. Tenía un corte llamativo, muy común en esa época, que en ella quedaba demasiado bien. Podía contemplar perfectemente su largo cuello de cisne, de piel blanca y carne suave. Su aroma era delicioso. Cuando se perfumaba solía quedarme cerca de ella, aspirando su aroma como si fuese una flor, mientras mis manos se deslizaban bajo sus faldas cortas e insinuantes.

—Déjame—repitió arrugando su frente, frunciendo así sus cejas negras perfectamente delineadas.

—Qué risa...—susurré cerca de su nuca, dejando que mi aliento erizara su piel.

Tenía los pechos turgentes, aunque no demasiado grandes. Sus caderas eran amplias, pero su cintura estrecha, y le daba una hermosa figura similar al de una guitarra. Creo que había logrado captar la belleza de su padre, Julien Mayfair, en esos ojos azules y profundos. Tenía una mirada de fiera increíble y nadie cuestionaba que sus palabras eran firmes, aunque todos creían que estaba algo perdida.

—Impulsor... —su respiración se hizo agitada cuando logré bajar sus medias, así como su ropa interior, provocando que mis fantasmagóricos dedos se introdujeran dentro de su vagina.

Tan sólo tenía dieciocho años, pero ya nos conocíamos demasiado bien. Habíamos jugado demasiado al gato y al ratón. Éramos viejos conocidos de gemidos y arañazos, así como de súplicas y sábanas arrugadas. Ella entrecerró los ojos sin perder detalle a su rostro en el espejo, el cual dejó de mostrar serenidad para ser reflejo de su pecaminosa alma. Sus labios, pintados con un apasionado rojo, se abrieron mostrando sus pechos dientes. No dudó en abrir bien sus piernas y dejar que mis juegos prosiguieran.

Sus manos, pequeñas y cálidas, acabaron sobre sus propios pechos oprimiéndolos. Sentía que el aire se le escapaba, que no podía contenerse, y soltó un terrible gemido. Con firmeza la arrojé al suelo y le abrí las piernas, para introducir mi miembro fantasma en ella abarcándola por completo. Su clítoris dilató y sus rodillas temblequeaban, como toda su figura, mientras rogaba que la rompiera por la mitad.

Durante varios minutos sus gemidos aumentaron en número, pero también se elevaron en sonido, su espalda hacía hueco con el suelo y sus caderas se alzaban. Sus manos oprimían cada vez más sus senos, los cuales fueron liberados abriendo los botones de su rebeca y rasgando su blusa. Los botones se diseminaron por la habitación rodando de un lado a otro, rebotando y cayendo incluso bajo la cómoda. Su sujetador de encaje negro, tan delicado y llamativo, terminó sobrando mientras ella lo bajaba para mostrar sus redondos y duros pezones.

—Lámelas, lámelas... hazme sentir tu lengua—rogó con los ojos obnubilados por el placer y la voz tomada por la lujuria.

No dudé en apretarlos con mi boca, provocando que gritara de deseo, mientras sus manos se aferraban a mi cabello. Ella podía verme perfectamente. Contemplaba al hombre bien vestido, de cabello oscuro y ojos claros que tan bien conocía. Podía sentir el vello de mi rostro contra la aureola de su pezón, así como el peso de mi cuerpo inmaterial. Y yo, como no, me sentía más vivo y dichoso complaciendo a mi bruja.


Stella, oh mi Stella... ¡Cuánto extraño esos juegos!  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt