Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 19 de diciembre de 2015

La voz de la Tribu: Emisión 12

Emisión de la Tribu muy diferente... e inquietante. Ésta vez tenemos algo que quizás pueda interesarles a un grupo de personas que amen a los Mayfair... ¡Qué los hay! O eso espero. Son una familia muy atractiva. 

Lestat de Lioncourt



La radio se había trasladado fuera del estudio. Todos habían viajado cientos de kilómetros hacia el sur, hacia New Orleans, donde se encontraba el próximo entrevistado. Aquella conversación sería breve, un pequeño diálogo taciturno mientras él quisiera.

Para Antoine era caminar por una ciudad llena de recuerdos, la mayoría buenos, mientras su compañera, Sybelle, sólo recordaba las noches lluviosas encerrada junto al piano, tocando con talento diversas piezas de Beethoven. Esa vez no tocarían. Sólo estarían presentes por puro capricho. Ella llevaba un vestido negro ajustado que llegaba hasta las rodillas, con un escote barco y mangas cortas, junto a un elegante abrigo de piel sintética que aparentaba ser pelo de zorro. Tenía los labios pintados de un carmín intenso, el cabello caían ondulado sobre sus prendas y se asemejaba a las viejas actrices de Hollywood. Él, por su parte, vestía unos tejanos de vestir y un suéter negro de cuello alto, junto a una gabardina también oscura. Su pelo lo llevaba suelto, lacio como no. Ambos caminaban por la casa juntos, intentando concentrarse en las descripciones que una vez obsequió Lestat a sus lectores, amigos y a sí mismo.

Daniel, sin embargo, acomodaba el equipo de sonido junto a los demás muchachos. Vestía como cualquier hombre joven, con unos jeans desgastados ligeramente anchos y una sudadera roja que resaltaba el color blancuzco de su piel. David llevaba su impecable traje negro, similar al de Benjamín al cual sólo añadía un bonito sombrero de ala ancha.

Michael Curry, brujo y padre de Taltos, se hallaba allí en su despacho. El mismo despacho que fue la alcoba de Julien. Un lugar, sin duda alguna, con mucha historia y demasiados pecados salpicados por todas partes. Todavía había un fantasma de Talamasca allí rondando, observando los muros donde perdió la vida, así como un puñado de Mayfair hambrientos de curiosidad. David podía observarlos, moviéndose zalameros y enigmáticos. Sobre todo, claro está, Stella que sonreía maravillada y coqueta ante la insistencia del antiguo director de la orden de detectives de lo paranormal.

Era curioso que el patriarca, el líder familiar por excelencia, no estuviese allí. Hacía meses que no se aparecía frente a nada ni nadie. Sin embargo, muchos pensaban que era por mero capricho o decepción. Mona Mayfair no daba señales de vida y eso, claro está, lo mantenía tenso. Un fantasma tenso... era curioso, y casi ilógico, decir algo así sobre un ser espectral. Pero lo era. Era cierto que Julien parecía terriblemente tenso en las últimas apariciones, como si no quisiera siquiera mostrarse al resto. Julien no era un ser normal, sino un monstruo extraordinario tanto durante su vida como durante sus largas décadas de muerte.

La entrevista comenzó como era habitual, pero la música era grabada. Sybelle no dudó en comenzar a bailar aferrada a Antoine, el cual se había quitado su abrigo. Con cuidado la sostenía por la cintura, besaba sus mejillas rozando sus labios con cariño y la contemplaba como si fuese una divinidad.

—Bienvenidos una noche más a nuestro encuentro. Estamos en un lugar poco habitual, lejos del estudio, para conversar con un hombre poco corriente. Hoy, en La Voz de la Tribu, tenemos el placer de conversar con Michael Curry—su voz tenía un tono adulto, muy atractivo, que mostraba unos matices agradables al oído. Era una bienvenida común, aunque todos sabían que no sería una entrevista cualquiera—. El señor Curry, para quienes no lo sepan aún, es un descendiente de uno de los bastardos de Julien Mayfair. Julien tuvo muchos hijos fuera del matrimonio y de la propia familia Mayfair, la cual tenía ciertas normas sobre los enlaces matrimoniales—explicó—. Julien tuvo relaciones con la monja de la escuela católica donde estudió su hija, y a la vez sobrina nieta, Stella Mayfair.

En ese momento Stella se echó a reír. Tenía la apariencia de una mujer adulta, aunque solía ser una niña a ojos de todos. Cuando volvió a aparecer era una pequeña, una jovencita, con calcetines blancos con encajes. Era hermosa. Sus pequeños y brillantes ojos azules encandilaban a David Talbot. Él parecía enamorado de la fuerza de esa aparición, pero no dijo nada.

—Michel contrajo matrimonio con la mujer que le salvó la vida, Rowan Mayfair. Ambas vidas quedaron truncadas por culpa del espíritu que manipuló a generaciones enteras. Su primogénito se convirtió en el envase perfecto para el fantasma de Lasher, el cual era conocido con otros nombres tales como Impulsor o El Hombre—cuando dijo eso se notó un cambio en los afables rasgos del brujo.

Él estaba allí sentado, con una camisa blanca de algodón y unos pantalones de vestir impecables como sus zapatos. Su rostro reflejaba bondad, pero en ese momento parecía consternado. Sin pretenderlo miró el árbol del jardín, donde yacía el cadáver de su hijo y de la hembra Taltos que tuvo con su propia madre.

—Él, como su esposa, entraron en la vida de Lestat cuando éste creó a su sobrina, Mona Mayfair, porque su prometido, Tarquin Blackwood, se lo rogó. La joven moría y él la salvó de los brazos de la muerte, como no. De nuevo hizo lo que quiso, cumplió su capricho, e hizo que la muchacha se librara de un destino fatal—dicho aquello sonrió mirando a los dulces ojos de Michael, aunque llevaba unas bonitas gafas de pasta negras—. Bienvenido.

Michael tenía las patillas blancas, algunos mechones blancos también en su barba y tupé. Sin embargo, seguía siendo un hombre muy atractivo y sin casi arrugas. Poseía unos ojos muy llamativos que parecían gemas preciosas. Sin duda alguna era hermoso, como todos los Mayfair, y poseía un encanto único. Él sonrió agradecido por su presentación, más extensa que en otras ocasiones, y se echó a reír.

—Gracias por venir a visitarme. Hacía tiempo que no veía a vampiros ni tenía conocimiento de ustedes, salvo si hablamos por cierto libro que llegó hace meses a mi despacho—comentó—. ¿Alguien sabe algo de mi sobrina? No encontré que él la mencionara.

Todos guardaron silencio. Era un secreto a voces. Mona y Quinn podían estar muertos. Aquella encantadora y lujuriosa pareja, los dos asesinos que Lestat entrenó, se convirtieron en humo y cenizas. Sin embargo, ¿cómo decirle algo así? No, imposible. Prefirieron no decir algo que pudiese ser erróneo, pues suficiente había sufrido ya.

—No, hay jóvenes que aún no se han reportado—explicó David—. No se altere ni alarme. Posiblemente están heridos, pero vivos. Muchos de nosotros, cuando estamos heridos, solemos enterrarnos para curar heridas—señaló entonces a Antoine que bailaba junto a una descalza Sybelle, cuyos cabellos estaban revueltos y caían sobre sus hombros sin cuidado.

—Tiene razón—dijo.

—¿Podríamos preguntarle sobre algunas cosas que todavía no tenemos claras?—interrogó Benjamín.

—¿Y para qué habéis venido aquí si no es para eso?—preguntó, para de inmediato encender un cigarrillo y darle una calada. Fumaba despacio, con elegancia.

—¿Sabe su mujer que sigue fumando?—dijo Benji de improviso.

—Ahora sí, gracias por delatarme—respondió echándose a reír—. Dime, ¿qué preguntas tienes para mí?

—La primera es, sin duda alguna, saber cómo se sintió cuando supo que Rowan quería huir con Lestat—aquello fue una puñalada directa, pero él no se mostró molesto u ofendido.

—La amo y amo su felicidad. Ella creía que así huiría del dolor que nos perseguía, que la hundía y ahogaba, así que ¿por qué me iba a sentir mal? Creo que me sentí muy mal cuando supe que Lestat no se la llevó consigo—aquello sorpendió a todos—. Amo a mi mujer, pero la amo feliz y libre. Si yo no era capaz de hacer que fuese feliz, ¿por qué iba a atarla a mí? ¿Por un papel que decía que debíamos unirnos hasta la muerte? Tonterías—se encogió de hombros y echó hacia atrás en la silla del despacho, para luego mirar a ambos entrevistadores y a Daniel, que seguía revisando todos los aparatos—. Miren, ahora todo es distinto. Tenemos un futuro, pero antes no lo teníamos. Yo no podía darle un futuro. Amaba muchísimo a mujer, la sigo amando con todo mi corazón, pero si amas realmente a alguien permites, aunque no lo crean, cualquier cosa—tiró la colilla en un cenicero cercano y dio otra calada.

—¿Qué futuro poseen?—preguntó con curiosidad David—. ¿Una nueva empresa?

—No—negó—. Yo sigo siendo constructor. Amo que las casas cuenten de nuevo su historia, sean habitables y robustas. Deseo dar un lugar donde la vida tenga refugio y se pueda disfrutar a diario. Esa es mi función. Rescato ruinas para volverlas a convertir en paraísos—explicó—. Mi mujer es científica. Es neurocirujana. Una mujer brillante, firme, tenaz y centrada en la salud de sus pacientes. Quiere salvar vidas, tantas como sea posible, porque tuvo que quitar algunas... como bien sabrán—Talbot asintió, al igual que Benjamín.

Rowan mató a una niña cuando tenía unos siete años, aunque no lo hizo intencionadamente. No sabía de sus poderes. Ella desconocía que su mente era tan brillante. También mató a un hombre que quiso violarla siendo adolescente y a su padre adoptivo, el cual era detestable y ruin. Era una historia que conocimos porque los papeles de Talamasca, de los Mayfair y los Taltos, transcendieron a los medios. Si bien, la mayoría los tomó como relatos de ficción. ¿Quién iba a creer en fantasmas, brujas y Taltos? Nadie.

—¿Entonces?—interrumpió Benjamín.

—Siempre he querido un hijo que completara mi vida. Ella se unió a mi deseo. Estuvimos a punto de tener a Chris, pero Lasher nos arrebató el momento. Nos convirtió en seres vacíos, llenos de dolor y desaliento—estiró su mano, hacia una lata de cerveza que estaba ya casi terminada, y dio un trago. Luego dio una nueva calada al cigarrillo, tiró la colilla al cenicero, y los contempló a ambos—. Gracias a la ciencia, muestras de tejido y una de nuestras parientes, una chica cuyos datos no desvelaré, hemos tenido una hija.

—¿Bruja?—preguntó de inmediato David.

—Creímos que habíamos desvinculado el gen Taltos, dejándolo dormido, para tener una hija normal. Sin embargo...—llevó la boquilla del cigarrillo a los labios, pensó en decir la palabra pero se le atragantaba, y entonces la puerta se abrió.

Era una mujer alta, hermosa y joven. Una mujer cuyo aspecto era muy similar al de Stella. Tenía una piel rosada muy fresca, de mejillas encendidas sin necesidad de maquillaje, y unos ojos profundos de color azules similares a los de Michael. Ella estaba allí, con un traje rojo arrebatador. Dentro de la casa, con la calefacción encendida, no hacía falta muchas prendas de abrigo... o zapatos. Estaba descalza y era alta, muy alta.

—Papá, no queda leche—dijo apoyada en el marco de la puerta.

Entonces los ojos de esa mujer y los de Talbot se cruzaron, se fundieron en un mutuo conocimiento y prácticamente comenzaron a luchar en silencio.

—¡Julien!—gritó de improvisto.

—Juliet—señaló la joven—. Julien es el hombre de la pintura de la escalera. Dicen que yo poseo su temperamento—sonrió con malicia—. Y algunos de sus encantos, ¿quieres probarlos?

—Y su alma, posees su alma...

—Tonterías—comentó Michael, aunque se notó que dudó. Mentía. Ese era el proyecto. Ese era su futuro. Una hija Taltos, maravillosa y sensual, que poseía un carácter dominante y que sabía como rechazar a los hombres. Pudo ver en ella a Michael en su belleza, así como a Rowan en su inteligencia, pero el resto era de Julien. Su padre lo sabía, pero lo intentó ocultar—. Se parece a Julien, es cierto, y tiene un temperamento muy similar al de Stella.

—Padre, no hay leche—dijo impaciente.

Michael se levantó, aplastó el cigarrillo en el cenicero y sacó la cartera de su pantalón. Dio un par de pasos, hacia ella, para ofrecerle un par de billetes.

—Ve a la tienda. Cómprate helado de leche merengada, unos cuantos litros de leche y una cajetilla de cigarrillos para mí—indicó.

—No le diré nada a mamá si tú los echas ahora, de inmediato. Cuando venga de la tienda no quiero verlos, me asustan. Tienen la piel fría y los rasgos... —iba diciendo, intentando parecer inocente.

Él la echó de la habitación, cerrando la puerta a sus espaldas, para luego mirar a todos. Suspiró cansado, como si no supiera qué decir, para luego alzar la voz y pedir, con toda educación, que se marcharan.

—Debo decirles que tienen que marcharse. Es una lástima, pues me agradan las visitas—comentó—. Si hablan con Lestat, por favor, quiero que le den un abrazo de mi parte.

Todos tomaron sus cosas. Daniel guardó todo apresuradamente. Antoine y Sybelle ayudaron al viejo periodista. David se quedó apoyado en la ventana, sin moverse, mientras el resto se marchaba. El no se iría. Él quería hablar con Michael porque habían compartido la vida de un hombre bueno, honesto y leal. Un hombre llamado Aaron Lightner.

—Por favor, es mejor que se vaya—rogó Michael.

No estaba indignado, sino preocupado. No quería que Talamasca se personara allí y pusiera su vida patas arriba, otra vez. Estaba preocupado. Necesitaba alejar a todos de su hija, de su pequeña, de lo que él consideraba un deber y una necesidad. Quería dar amor incondicional a ese ser, el cual ya formaba parte de sus vidas como siempre sucedió.

—¿Es lo que quiere Julien?—preguntó.

—Es lo que quiero yo—afirmó el brujo.

—Es Julien en el cuerpo de tu hija, lo sabes—dijo el vampiro.

—Márchate—rogó.

—Michael, lo sabes.

Se movió hacia el brujo, observándolo con cierto cariño. No sabía porqué pero le quería, a su modo le quería. Quería al hombre que tenía frente a él. Se había enamorado de su historia y su trato amable.

—¿Y qué si lo es?—contestó elevando el tono—. Ha logrado volver a la vida. Es alguien nuevo, con una nueva oportunidad, y se la merece. Se merece ser feliz, señor Talbot—sus ojos mostraban determinación y sus palabras fuerza.

Era un hombre de más de sesenta años, pero aparentaba unos cuarenta. Se conservaba con una belleza mágica, casi irreal, y una fuerza similar al de un joven. Sin embargo, su corazón era viejo. Un corazón que había sufrido. Un alma que había llorado demasiado. Quería ser feliz con una familia ligeramente normal.

—¿Y el resto de Taltos?—dijo intentando mantener el tono, aunque Michael lo había roto.

—Vivos, colaborando con el Hospital y los proyectos de Rowan—murmuró sintiéndose acorralado.

—Nació de una de los Taltos, ¿cierto?—susurró con suspicacia acercándose más a él.

—Sí, ¿eso cómo puedes saberlo?—preguntó.

—Meras suposiciones—indicó.

—Por favor, váyase.

No se lo confirmó con palabras, pero sí con hechos. El hecho de rogarle que se fuera, que se alejara de ellos, le dio a entender todo. David Talbot decidió marcharse de la habitación, dejando atrás a Michael intentando calmarse. Cuando bajó las escaleras la vio en la puerta, con las bolsas de la compra bajo sus pies y un cartón de leche en su mano derecha.

Era atractiva, muy deseable, y poseía un aroma que lo atraía como la miel a las moscas. Ella dejó el cartón en la mesilla cercana al paragüero, donde había un delicado jarrón cargado de flores silvestres naturales, y se acercó a él decidida. Ésta vez llevaba tacones, los cuales se escucharon por todo el hall. Él se quedó de pie, acomodando los gemelos de su camisa. Intentaba calmarse. No quería discutir. Sabía quien era, lo que había ocurrido con Lestat y una vez con él, cuando fue a indagar sobre Aaron.

—Es un placer volver a verte—dijo con una sonrisa peligrosa, como la de todas las mujeres que saben que pueden lograrlo todo. Una mujer fuerte, diferente al resto, y con una inteligencia soberbia.

Se acercó al vampiro, rodeando sus hombros con sus largos brazos, y apoyó su frente en él. Era mucho más alta, por los tacones y los algo más de diez centímetros que los diferenciaba. Coló sus manos por los ondulados cabellos de Talbot, dejando que sus dedos se movieran rápidos y seductores, para luego inclinarse besando suavemente sus labios.

—Dale a Lestat recuerdos de mi parte, Mr. Talbot—susurró.


Después se marchó de allí, dejándolo de pie frente a la puerta. Segundos más tarde estaba en la calle, caminando hacia el coche que le esperaba.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt