Emisión de la Tribu muy diferente... e inquietante. Ésta vez tenemos algo que quizás pueda interesarles a un grupo de personas que amen a los Mayfair... ¡Qué los hay! O eso espero. Son una familia muy atractiva.
Lestat de Lioncourt
La radio se había trasladado fuera del
estudio. Todos habían viajado cientos de kilómetros hacia el sur,
hacia New Orleans, donde se encontraba el próximo entrevistado.
Aquella conversación sería breve, un pequeño diálogo taciturno
mientras él quisiera.
Para Antoine era caminar por una ciudad
llena de recuerdos, la mayoría buenos, mientras su compañera,
Sybelle, sólo recordaba las noches lluviosas encerrada junto al
piano, tocando con talento diversas piezas de Beethoven. Esa vez no
tocarían. Sólo estarían presentes por puro capricho. Ella llevaba
un vestido negro ajustado que llegaba hasta las rodillas, con un
escote barco y mangas cortas, junto a un elegante abrigo de piel
sintética que aparentaba ser pelo de zorro. Tenía los labios
pintados de un carmín intenso, el cabello caían ondulado sobre sus
prendas y se asemejaba a las viejas actrices de Hollywood. Él, por
su parte, vestía unos tejanos de vestir y un suéter negro de cuello
alto, junto a una gabardina también oscura. Su pelo lo llevaba
suelto, lacio como no. Ambos caminaban por la casa juntos, intentando
concentrarse en las descripciones que una vez obsequió Lestat a sus
lectores, amigos y a sí mismo.
Daniel, sin embargo, acomodaba el
equipo de sonido junto a los demás muchachos. Vestía como cualquier
hombre joven, con unos jeans desgastados ligeramente anchos y una
sudadera roja que resaltaba el color blancuzco de su piel. David
llevaba su impecable traje negro, similar al de Benjamín al cual
sólo añadía un bonito sombrero de ala ancha.
Michael Curry, brujo y padre de Taltos,
se hallaba allí en su despacho. El mismo despacho que fue la alcoba
de Julien. Un lugar, sin duda alguna, con mucha historia y demasiados
pecados salpicados por todas partes. Todavía había un fantasma de
Talamasca allí rondando, observando los muros donde perdió la vida,
así como un puñado de Mayfair hambrientos de curiosidad. David
podía observarlos, moviéndose zalameros y enigmáticos. Sobre todo,
claro está, Stella que sonreía maravillada y coqueta ante la
insistencia del antiguo director de la orden de detectives de lo
paranormal.
Era curioso que el patriarca, el líder
familiar por excelencia, no estuviese allí. Hacía meses que no se
aparecía frente a nada ni nadie. Sin embargo, muchos pensaban que
era por mero capricho o decepción. Mona Mayfair no daba señales de
vida y eso, claro está, lo mantenía tenso. Un fantasma tenso... era
curioso, y casi ilógico, decir algo así sobre un ser espectral.
Pero lo era. Era cierto que Julien parecía terriblemente tenso en
las últimas apariciones, como si no quisiera siquiera mostrarse al
resto. Julien no era un ser normal, sino un monstruo extraordinario
tanto durante su vida como durante sus largas décadas de muerte.
La entrevista comenzó como era
habitual, pero la música era grabada. Sybelle no dudó en comenzar a
bailar aferrada a Antoine, el cual se había quitado su abrigo. Con
cuidado la sostenía por la cintura, besaba sus mejillas rozando sus
labios con cariño y la contemplaba como si fuese una divinidad.
—Bienvenidos una noche más a nuestro
encuentro. Estamos en un lugar poco habitual, lejos del estudio, para
conversar con un hombre poco corriente. Hoy, en La Voz de la Tribu,
tenemos el placer de conversar con Michael Curry—su voz tenía un
tono adulto, muy atractivo, que mostraba unos matices agradables al
oído. Era una bienvenida común, aunque todos sabían que no sería
una entrevista cualquiera—. El señor Curry, para quienes no lo
sepan aún, es un descendiente de uno de los bastardos de Julien
Mayfair. Julien tuvo muchos hijos fuera del matrimonio y de la propia
familia Mayfair, la cual tenía ciertas normas sobre los enlaces
matrimoniales—explicó—. Julien tuvo relaciones con la monja de
la escuela católica donde estudió su hija, y a la vez sobrina
nieta, Stella Mayfair.
En ese momento Stella se echó a reír.
Tenía la apariencia de una mujer adulta, aunque solía ser una niña
a ojos de todos. Cuando volvió a aparecer era una pequeña, una
jovencita, con calcetines blancos con encajes. Era hermosa. Sus
pequeños y brillantes ojos azules encandilaban a David Talbot. Él
parecía enamorado de la fuerza de esa aparición, pero no dijo nada.
—Michel contrajo matrimonio con la
mujer que le salvó la vida, Rowan Mayfair. Ambas vidas quedaron
truncadas por culpa del espíritu que manipuló a generaciones
enteras. Su primogénito se convirtió en el envase perfecto para el
fantasma de Lasher, el cual era conocido con otros nombres tales como
Impulsor o El Hombre—cuando dijo eso se notó un cambio en los
afables rasgos del brujo.
Él estaba allí sentado, con una
camisa blanca de algodón y unos pantalones de vestir impecables como
sus zapatos. Su rostro reflejaba bondad, pero en ese momento parecía
consternado. Sin pretenderlo miró el árbol del jardín, donde yacía
el cadáver de su hijo y de la hembra Taltos que tuvo con su propia
madre.
—Él, como su esposa, entraron en la
vida de Lestat cuando éste creó a su sobrina, Mona Mayfair, porque
su prometido, Tarquin Blackwood, se lo rogó. La joven moría y él
la salvó de los brazos de la muerte, como no. De nuevo hizo lo que
quiso, cumplió su capricho, e hizo que la muchacha se librara de un
destino fatal—dicho aquello sonrió mirando a los dulces ojos de
Michael, aunque llevaba unas bonitas gafas de pasta negras—.
Bienvenido.
Michael tenía las patillas blancas,
algunos mechones blancos también en su barba y tupé. Sin embargo,
seguía siendo un hombre muy atractivo y sin casi arrugas. Poseía
unos ojos muy llamativos que parecían gemas preciosas. Sin duda
alguna era hermoso, como todos los Mayfair, y poseía un encanto
único. Él sonrió agradecido por su presentación, más extensa que
en otras ocasiones, y se echó a reír.
—Gracias por venir a visitarme. Hacía
tiempo que no veía a vampiros ni tenía conocimiento de ustedes,
salvo si hablamos por cierto libro que llegó hace meses a mi
despacho—comentó—. ¿Alguien sabe algo de mi sobrina? No
encontré que él la mencionara.
Todos guardaron silencio. Era un
secreto a voces. Mona y Quinn podían estar muertos. Aquella
encantadora y lujuriosa pareja, los dos asesinos que Lestat entrenó,
se convirtieron en humo y cenizas. Sin embargo, ¿cómo decirle algo
así? No, imposible. Prefirieron no decir algo que pudiese ser
erróneo, pues suficiente había sufrido ya.
—No, hay jóvenes que aún no se han
reportado—explicó David—. No se altere ni alarme. Posiblemente
están heridos, pero vivos. Muchos de nosotros, cuando estamos
heridos, solemos enterrarnos para curar heridas—señaló entonces a
Antoine que bailaba junto a una descalza Sybelle, cuyos cabellos
estaban revueltos y caían sobre sus hombros sin cuidado.
—Tiene razón—dijo.
—¿Podríamos preguntarle sobre
algunas cosas que todavía no tenemos claras?—interrogó Benjamín.
—¿Y para qué habéis venido aquí
si no es para eso?—preguntó, para de inmediato encender un
cigarrillo y darle una calada. Fumaba despacio, con elegancia.
—¿Sabe su mujer que sigue
fumando?—dijo Benji de improviso.
—Ahora sí, gracias por
delatarme—respondió echándose a reír—. Dime, ¿qué preguntas
tienes para mí?
—La primera es, sin duda alguna,
saber cómo se sintió cuando supo que Rowan quería huir con
Lestat—aquello fue una puñalada directa, pero él no se mostró
molesto u ofendido.
—La amo y amo su felicidad. Ella
creía que así huiría del dolor que nos perseguía, que la hundía
y ahogaba, así que ¿por qué me iba a sentir mal? Creo que me sentí
muy mal cuando supe que Lestat no se la llevó consigo—aquello
sorpendió a todos—. Amo a mi mujer, pero la amo feliz y libre. Si
yo no era capaz de hacer que fuese feliz, ¿por qué iba a atarla a
mí? ¿Por un papel que decía que debíamos unirnos hasta la muerte?
Tonterías—se encogió de hombros y echó hacia atrás en la silla
del despacho, para luego mirar a ambos entrevistadores y a Daniel,
que seguía revisando todos los aparatos—. Miren, ahora todo es
distinto. Tenemos un futuro, pero antes no lo teníamos. Yo no podía
darle un futuro. Amaba muchísimo a mujer, la sigo amando con todo mi
corazón, pero si amas realmente a alguien permites, aunque no lo
crean, cualquier cosa—tiró la colilla en un cenicero cercano y dio
otra calada.
—¿Qué futuro poseen?—preguntó
con curiosidad David—. ¿Una nueva empresa?
—No—negó—. Yo sigo siendo
constructor. Amo que las casas cuenten de nuevo su historia, sean
habitables y robustas. Deseo dar un lugar donde la vida tenga refugio
y se pueda disfrutar a diario. Esa es mi función. Rescato ruinas
para volverlas a convertir en paraísos—explicó—. Mi mujer es
científica. Es neurocirujana. Una mujer brillante, firme, tenaz y
centrada en la salud de sus pacientes. Quiere salvar vidas, tantas
como sea posible, porque tuvo que quitar algunas... como bien
sabrán—Talbot asintió, al igual que Benjamín.
Rowan mató a una niña cuando tenía
unos siete años, aunque no lo hizo intencionadamente. No sabía de
sus poderes. Ella desconocía que su mente era tan brillante. También
mató a un hombre que quiso violarla siendo adolescente y a su padre
adoptivo, el cual era detestable y ruin. Era una historia que
conocimos porque los papeles de Talamasca, de los Mayfair y los
Taltos, transcendieron a los medios. Si bien, la mayoría los tomó
como relatos de ficción. ¿Quién iba a creer en fantasmas, brujas y
Taltos? Nadie.
—¿Entonces?—interrumpió Benjamín.
—Siempre he querido un hijo que
completara mi vida. Ella se unió a mi deseo. Estuvimos a punto de
tener a Chris, pero Lasher nos arrebató el momento. Nos convirtió
en seres vacíos, llenos de dolor y desaliento—estiró su mano,
hacia una lata de cerveza que estaba ya casi terminada, y dio un
trago. Luego dio una nueva calada al cigarrillo, tiró la colilla al
cenicero, y los contempló a ambos—. Gracias a la ciencia, muestras
de tejido y una de nuestras parientes, una chica cuyos datos no
desvelaré, hemos tenido una hija.
—¿Bruja?—preguntó de inmediato
David.
—Creímos que habíamos desvinculado
el gen Taltos, dejándolo dormido, para tener una hija normal. Sin
embargo...—llevó la boquilla del cigarrillo a los labios, pensó
en decir la palabra pero se le atragantaba, y entonces la puerta se
abrió.
Era una mujer alta, hermosa y joven.
Una mujer cuyo aspecto era muy similar al de Stella. Tenía una piel
rosada muy fresca, de mejillas encendidas sin necesidad de
maquillaje, y unos ojos profundos de color azules similares a los de
Michael. Ella estaba allí, con un traje rojo arrebatador. Dentro de
la casa, con la calefacción encendida, no hacía falta muchas
prendas de abrigo... o zapatos. Estaba descalza y era alta, muy alta.
—Papá, no queda leche—dijo apoyada
en el marco de la puerta.
Entonces los ojos de esa mujer y los de
Talbot se cruzaron, se fundieron en un mutuo conocimiento y
prácticamente comenzaron a luchar en silencio.
—¡Julien!—gritó de improvisto.
—Juliet—señaló la joven—.
Julien es el hombre de la pintura de la escalera. Dicen que yo poseo
su temperamento—sonrió con malicia—. Y algunos de sus encantos,
¿quieres probarlos?
—Y su alma, posees su alma...
—Tonterías—comentó Michael,
aunque se notó que dudó. Mentía. Ese era el proyecto. Ese era su
futuro. Una hija Taltos, maravillosa y sensual, que poseía un
carácter dominante y que sabía como rechazar a los hombres. Pudo
ver en ella a Michael en su belleza, así como a Rowan en su
inteligencia, pero el resto era de Julien. Su padre lo sabía, pero
lo intentó ocultar—. Se parece a Julien, es cierto, y tiene un
temperamento muy similar al de Stella.
—Padre, no hay leche—dijo
impaciente.
Michael se levantó, aplastó el
cigarrillo en el cenicero y sacó la cartera de su pantalón. Dio un
par de pasos, hacia ella, para ofrecerle un par de billetes.
—Ve a la tienda. Cómprate helado de
leche merengada, unos cuantos litros de leche y una cajetilla de
cigarrillos para mí—indicó.
—No le diré nada a mamá si tú los
echas ahora, de inmediato. Cuando venga de la tienda no quiero
verlos, me asustan. Tienen la piel fría y los rasgos... —iba
diciendo, intentando parecer inocente.
Él la echó de la habitación,
cerrando la puerta a sus espaldas, para luego mirar a todos. Suspiró
cansado, como si no supiera qué decir, para luego alzar la voz y
pedir, con toda educación, que se marcharan.
—Debo decirles que tienen que
marcharse. Es una lástima, pues me agradan las visitas—comentó—.
Si hablan con Lestat, por favor, quiero que le den un abrazo de mi
parte.
Todos tomaron sus cosas. Daniel guardó
todo apresuradamente. Antoine y Sybelle ayudaron al viejo periodista.
David se quedó apoyado en la ventana, sin moverse, mientras el resto
se marchaba. El no se iría. Él quería hablar con Michael porque
habían compartido la vida de un hombre bueno, honesto y leal. Un
hombre llamado Aaron Lightner.
—Por favor, es mejor que se vaya—rogó
Michael.
No estaba indignado, sino preocupado.
No quería que Talamasca se personara allí y pusiera su vida patas
arriba, otra vez. Estaba preocupado. Necesitaba alejar a todos de su
hija, de su pequeña, de lo que él consideraba un deber y una
necesidad. Quería dar amor incondicional a ese ser, el cual ya
formaba parte de sus vidas como siempre sucedió.
—¿Es lo que quiere Julien?—preguntó.
—Es lo que quiero yo—afirmó el
brujo.
—Es Julien en el cuerpo de tu hija,
lo sabes—dijo el vampiro.
—Márchate—rogó.
—Michael, lo sabes.
Se movió hacia el brujo, observándolo
con cierto cariño. No sabía porqué pero le quería, a su modo le
quería. Quería al hombre que tenía frente a él. Se había
enamorado de su historia y su trato amable.
—¿Y qué si lo es?—contestó
elevando el tono—. Ha logrado volver a la vida. Es alguien nuevo,
con una nueva oportunidad, y se la merece. Se merece ser feliz, señor
Talbot—sus ojos mostraban determinación y sus palabras fuerza.
Era un hombre de más de sesenta años,
pero aparentaba unos cuarenta. Se conservaba con una belleza mágica,
casi irreal, y una fuerza similar al de un joven. Sin embargo, su
corazón era viejo. Un corazón que había sufrido. Un alma que había
llorado demasiado. Quería ser feliz con una familia ligeramente
normal.
—¿Y el resto de Taltos?—dijo
intentando mantener el tono, aunque Michael lo había roto.
—Vivos, colaborando con el Hospital y
los proyectos de Rowan—murmuró sintiéndose acorralado.
—Nació de una de los Taltos,
¿cierto?—susurró con suspicacia acercándose más a él.
—Sí, ¿eso cómo puedes
saberlo?—preguntó.
—Meras suposiciones—indicó.
—Por favor, váyase.
No se lo confirmó con palabras, pero
sí con hechos. El hecho de rogarle que se fuera, que se alejara de
ellos, le dio a entender todo. David Talbot decidió marcharse de la
habitación, dejando atrás a Michael intentando calmarse. Cuando
bajó las escaleras la vio en la puerta, con las bolsas de la compra
bajo sus pies y un cartón de leche en su mano derecha.
Era atractiva, muy deseable, y poseía
un aroma que lo atraía como la miel a las moscas. Ella dejó el
cartón en la mesilla cercana al paragüero, donde había un delicado
jarrón cargado de flores silvestres naturales, y se acercó a él
decidida. Ésta vez llevaba tacones, los cuales se escucharon por
todo el hall. Él se quedó de pie, acomodando los gemelos de su
camisa. Intentaba calmarse. No quería discutir. Sabía quien era, lo
que había ocurrido con Lestat y una vez con él, cuando fue a
indagar sobre Aaron.
—Es un placer volver a verte—dijo
con una sonrisa peligrosa, como la de todas las mujeres que saben que
pueden lograrlo todo. Una mujer fuerte, diferente al resto, y con una
inteligencia soberbia.
Se acercó al vampiro, rodeando sus
hombros con sus largos brazos, y apoyó su frente en él. Era mucho
más alta, por los tacones y los algo más de diez centímetros que
los diferenciaba. Coló sus manos por los ondulados cabellos de
Talbot, dejando que sus dedos se movieran rápidos y seductores, para
luego inclinarse besando suavemente sus labios.
—Dale a Lestat recuerdos de mi parte,
Mr. Talbot—susurró.
Después se marchó de allí, dejándolo
de pie frente a la puerta. Segundos más tarde estaba en la calle,
caminando hacia el coche que le esperaba.
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