Lestat de Lioncourt
El mundo seguía su habitual destino
hacia el declive cuando nos conocimos, y creo que no ha cambiado
demasiado su trayectoria. Las luces de la ciudad siguen sin dejar ver
las estrellas, la contaminación oculta el sol que tanto daño te
hace, y tener esperanzas en éstos días, tan aciagos y desoladores,
es una virtud que ninguno de los dos podemos desaprovechar. Siempre
he creído que eres un impertinente, pero quieres saber. Te mueres
por saber. El conocimiento te llama la atención seduciéndote como
una peligrosa sirena en un mar revuelto, lleno de dificultades, que
afrontas como si fuese un juego. Eres temerario, impulsivo e
irrespetuoso. Tienes la gallardía que a muchos les falta. Atraes a
masas ingentes y te proclaman Rey de imposibles, Mesías de milagros
y Príncipe de un reino que está en sombras perpetuas.
Hoy, aquí en ésta ciudad cuyo nombre
no importa, he visto a varios jóvenes con un ejemplar de tu nueva
novela. Hablaban emocionados de ti como si fueras únicamente un
personaje. No se decidían por una frase en concreto. Estaban
eufóricos por saber de ti, pero te veían como algo irreal. Eres una
fábula, como yo, de un soñador que consigue sus grandes triunfos
para ofrecerle al mundo un rayo de esperanza.
¿Y yo puedo tener esperanza? Dímelo,
Lestat. ¿Hay esperanza para mí? ¿Sigues creyendo que sólo soy un
espíritu vengativo? Ya no crees mi testimonio. Mi historia se
convirtió en una bonita invención, una metáfora similar a la tuya
para ellos, que te logró amedrentar tan sólo unos meses. Recuerdo
como yacías en esa capilla con la mente perdida, convertido en una
figurilla más en el altar, y ahora te veo enérgico y sabio. Quizás
esos días te sirvieron para reflexionar, para no temer más, para
dejar de llorar y convertirte en alguien más fiero.
Quizás sirvió para algo el
encontrarnos. Tal vez moldeé en ti un espíritu más fiero, más
firme en tus convicciones, y con una experiencia que te hace meditar
cada noche si fue cierto o no. Sé que lo haces. Conozco bien cómo
eres y aún mi nombre retumba en tu mente, golpeando las paredes de
tu cerebro, susurrando que debes echar la vista atrás por si estoy
ahí, entre las numerosas esculturas de los museos, observándote
deseoso de echarte el guante.
De algún modo, Lestat, estaremos
siempre unidos. Jamás podrá estar del todo seguro. Sé que tus
pasos son medidos, aunque sigues siendo igual de irresponsable e
irreverente. Nadie podrá obligarte a tomar medidas sensatas. Nunca
tomarás verdadera conciencia de lo importante que puedes llegar a
ser para el mundo.
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