Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

martes, 8 de diciembre de 2015

Archivo Talamasca - Grabadora

La vieja grabadora de Daniel Molloy vuelve a sus manos.


Lestat de Lioncourt


Habíamos bajado a la bodega de una de las sedes más antiguas de Talamasca, la de Londres, y estábamos revolviendo entre viejas cajas fuertes. Había objetos valiosos, algunos ligeramente restaurados y otros completamente destruidos por el paso del tiempo. Acumulaban tesoros, como las urracas, y él conocía donde estaban todos y cada uno. Poseía una mente brillante, pero también una memoria increíble.

Por mi parte, como no, merodeaba observando los numerosos lienzos que allí se amontonaban acumulando polvo. Uno de ellos era de Marius. Me quedé con los ojos clavados en la imagen de Armand, su querido Amadeo en aquella dulce época veneciana, y sentí un extraño escalofrío recorrerme por toda la columna vertebral. Era como una tarántula que se movía lentamente, por cada vértebra, recordándome que yo ahora era parte de esa historia, de ese ser que se mostraba como un ángel y de su desesperanza. Tomé aire aspirando el aroma a cerrado, polvo y humedad. Sentí que era un desperdicio que algunos objetos se convirtieran en mera tramoya de una historia que no podía contarse, algo que me desesperaba, y cuando me giré para comentarle algo lo vi mirándome con meticulosidad.

—Estás juzgándonos—comentó—. Pero confía en nosotros, por favor.

—¿Nosotros? ¿Vuelves a ser parte de ésta Orden?—pregunté metiendo mis manos en los amplios bolsillos de mis tejanos—. Explícate.

—Posiblemente, no lo sé—se encogió de hombros y se echó a reír—. No como antes, por supuesto, pero si puedo ayudar lo haré. Ellos me dejan bajar aquí, aceptan mi colaboración, y yo acepto la suya—mientras hablaba me percaté que tenía una caja, algo dañada, entre sus manos.

Era una caja de cartón gruesa, posiblemente de hacía más de veinte o treinta años, con las esquinas rotas y cubierta con una ligera capa de polvo. Me acerqué a él, acaricié la caja y la levanté. Él nunca veía mal mis decisiones, aunque fuesen improvisadas y demasiado temeraria. La tapa quedó entre mis dedos, pero rápidamente cayó al suelo. No dudé en tomar el objeto que contenía con los ojos llenos de lágrimas.

—¡Mi grabadora!—exclamé.

—Y tus viejas cintas—afirmó.

Rápidamente la puse sobre una pequeña mesa metálica, la cual poseía unas minúsculas ruedecillas chirriantes, y al dejarla allí sentí mi corazón agitarse. Volvía a ser un muchacho estúpido, ligeramente alcoholizado y con los pulmones llenos de tabaco. Sí, volvía a ser el idiota buscavidas de siempre. Por unos segundos David Talbot dejó de existir, su elegante figura ya no estaba y tampoco su amable tono de voz hablándome sobre cómo habían dado con ella. No. No había nada ni nadie allí, tan sólo ella y yo.

Las cintas también estaban, con la voz de la mala conciencia de Louis, cargadas de una información que transcribí durante algunas horas y que me costó lágrimas, sudor y la cordura. Había vuelto a dar con ellas, encontrándome cara a cara con mi pasado, y me sentí mareado. Jadeé un par de veces, me sequé las lágrimas con el puño de mi blanco suéter, y me eché a reír.

—Gremt las consiguió hace años—dijo, después de percatarse que antes no lo había escuchado.

—Estas y las viejas cintas de otros periodistas, de los que estuvieron en el concierto, podrían ser una crónica viva de todo lo sucedido durante esos años—comenté acariciando con cariño sus botones—. ¿Podríamos escucharlas?


David me lanzó entonces un paquete de pilas, se sentó en una de las sillas que allí se hallaban y me miró condescendiente. De inmediato las coloqué e hice sonar aquellas cintas, las hermosas cintas que había conseguido de aquella historia tan impresionante como falsa. Louis había mentido demasiado, pero el sentimiento era cierto. Sólo cuando hablaba de Claudia, de aquella pequeña que le rompió el corazón, se sinceraba.  

No hay comentarios:

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt