Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 27 de marzo de 2016

Me busca

El olor a pan recién hecho con mantequilla inundó mis fosas nasales, del mismo modo que el café recién hecho y el dulce aroma a chocolate vertido sobre la bollería de hojaldre. Tras el pulcro expositor podía ver las magdalenas, bizcochos y suculentas tartas decoradas con adornos simples de frutas o manga pastelera. Sobre el mostrador se hallaban los distintos platos pequeños, perfectos para los diversos tamaños de vasos y tazas de café, con sus azucarillos y cucharas dispuestas a tintinear dentro del vidrio o la porcelana blanca. Al fondo estaba la máquina de café y el molinillo triturando el grano. La tostadora no daba a basto con los bollos recién horneados traídos desde el otro extremo de la avenida. El cesto del pan ya estaba por la mitad y no quedaban pan brioche.

Era una de esas cafeterías que abrían casi todo el día sin importar el horario. Cientos de trabajadores, estudiantes o turistas se amontonaban en sus coquetas mesas de pies de hierro forjado y encantadores tapetes campestres. La clientela era variada y siempre parecía bastante ruidosa. Había llevado muchas veces a Rose a tomar tomar batidos mientras conversábamos de sus progresos en sus estudios. Pero esa vez no estaba ella. Me encontraba solo y perdido en un mar de gente deseosa de consumir un café cargado, leche caliente, té o unos cuantos dulces.

No comprendía que hacía allí de pie con la gabardina negra colgando de mi brazo derecho un maletín agarrado con la izquierda. Llevaba una corbata roja burdeos y una americana del mismo tono, pero los pantalones eran gris humo como el chaleco. Sólo la camisa era blanca como el pañuelo que llevaba en el bolsillo superior de la chaqueta. Mis cabellos estaban recogidos en una coleta tensa y mi frente se encontraba despejada. Jamás me había vestido tan elegante para ir a ver a mi pequeña. Aquello era extraño desde un principio.

Entonces me percaté. Fuera no era de noche. El sol resplandecía y penetraba una brisa agradable propia de la primavera. El olor a jazmines y dondiegos penetró rápidamente en mi nariz llevándome a los recuerdos de mi adorada Nueva Orleans.

—Señor, el joven de la mesa número doce le está esperando—dijo una camarera—. El muchacho que se esconde tras el periódico.

Miré hacia la dirección que ella me indicaba y en ese instante él bajo el periódico, lo dobló con elegancia y lo dejó sobre la mesa muy cerca de su café. Con elegancia rompió la bolsita de azúcar, la vertió y comenzó a mover la cuchara provocando que sólo llegase ese sonido a mis oídos. Mis pupilas se dilataron y mis piernas temblequearon. Ese rostro ligeramente alargado, sus ojos profundos y azules, su boca carnosa y esa expresión de bondad y malicia me destrozaron los nervios. Él era Memnoch, el Diablo, y me estaba esperando.

Deseé gritar pero estaba enmudecido por el pánico. Quise correr aunque mis piernas parecían fallarme. Empecé a sudar sin poder siquiera secarme porque estaba paralizado. Era terrible. Aquel momento era horrible para mí. Él había dado con la cafetería que adoraba mi hija adoptiva, donde en alguna ocasión fui con Louis, y en donde discutía frecuentemente con algunos grupos de jóvenes sobre literatura, música o cine. ¡Qué horror!

—Lestat... —la voz de Louis taladró en mi mente provocando que me sobresaltara y entonces desperté. Él estaba a mi lado acariciando mi rostro con ambas manos mirándome desconcertado—. Lestat, mon coeur, ¿qué ocurre? ¿Qué sucede? ¿Estás bien? Me he despertado y he visto tus músculos tensos... ¿tenías una pesadilla?


—El demonio me está esperando... —fue lo único que pude balbucear.  

Aquello no era sólo una pesadilla. Yo sabía que él me estaba persiguiendo incluso en los momentos más apacibles de mi vida. Había sentido tan real cada segundo de ese sueño que comprendí que era un truco para nada barato como los que usó cuando estaba tendido en la capilla. Amel no dijo nada y su silencio me perturbó durante horas.

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt