Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

viernes, 8 de abril de 2016

Discusión y sinceridad.

—No eres capaz de disfrutar de la vida sin destruir la mía en pedazos—dijo con sus ojos llenos de lágrimas sanguinolentas.

¡Ah! ¡Cuánto odiaba y amaba esas lágrimas! ¡Qué hermoso se veía y cuán horrible podía sentir mi corazón dando un vuelto, o tal vez dos, al contemplarlo en esas terribles circunstancias! Y lo hacía por mí y no por otro. No eran lágrimas de cocodrilo sino lágrimas de un hombre que no sabía esconder ya sus sentimientos. Él sabía que ya no éramos monstruos legendarios sino una nueva raza, una mezcla perfecta, que caminaba como si fuéramos los superhombres de Nietzsche que surgimos tras la muerte de Dios.

—¿Tu vida?—pregunté achicando los ojos para estallar en carcajadas—. ¡Yo no he hecho nada para destruir tu vida!—agité los brazos y luego me eché hacia atrás acomodándome en un sillón de orejas.

Estábamos en París, en el edificio que había adquirido Armand para él. Ahora lo usaba asiduamente sólo para poder despejarse leyendo ociosamente libros de todo tipo. Había encontrado incluso revistas de decoración amontonadas cerca de la entrada de la vivienda y libros que ofrecían con los periódicos más sensacionalistas. Louis no podía vivir sin leer aunque fuera literatura ligera, pero amaba autores sesudos que le hicieran meditar durante horas dando vueltas y vueltas por las habitaciones, con el ceño fruncido y las manos tras la espalda. Louis meditaba demasiado y yo amaba las novelas de acción y llenas de problemas donde los hombres, débiles y heroicos a la vez, lograban sobrevivir.

—¡Has expuesto la tuya sin importarte nada! ¡Lo has hecho otra vez!—se quejó.

—¡Sólo he ido a investigar unos hechos del pasado! ¡Sólo iba a buscar una tumba y nada más!—grité.

La tumba era la de Akasha. Tras la muerte de Maharet, Khayman y Mekare no había parado de pensar en ella. Quería saber dónde se encontraba su cuerpo para dejar un ramillete de lirios y ofrecerle mis disculpas. No sabía porqué quería ofrecerle disculpas, pero sentía que debía hacerlo.

—¿Y si su espíritu está allí esperándote? ¿Y si encuentras su tumba y ella está de algún modo viva?—preguntó subiéndose a horcajadas sobre mí mientras me agarraba las solapas de mi chaqueta.

—¡Tonterías! Ahora soy más fuerte y poderoso. Puedo con un espíritu como el suyo—dije acercando mi rostro al de él. Podía contemplar sus ojos brillando como los de un gato callejero. Tenía la mirada torva e inquisitiva, libre quizás de estas culpas que podían caer una a una como pesadas losas sobre mí, y también veía lo desesperado porque le diese la razón.

—¡No eres Dios!—gritó furioso empujándome contra el respaldo.

—¡Casi puedo serlo, Louis! ¡Además no sólo acabaría con tu vida sino con la de todos! ¡Sé lo que me hago!—grité levantándolo de mis rodillas para agarrarlo de los brazos. Mis manos rodearon como las largas patas de una araña sus brazos, algo más delgados que los míos, mientras lo miraba embelesado sin que se percatara.

—Aunque no pasara nada... Aunque sólo destruyera un pedazo de tu alma... Aunque sólo sintieras angustia y cayeras de nuevo en una depresión terrible...—balbuceó rompiendo a llorar una vez más. Esas lágrimas me estaban volviendo loco y me debilitaban como a Superman la Kriptonita—. ¡Aunque sólo fuese eso! ¿Sabes cómo me sentiría? ¡No, no lo sabes! ¡Cómo vas a saberlo!

—Louis...—suspiré agotado y agobiado. Quería pedirle perdón, pero él parecía dispuesto a querer abrir su corazón allí mismo. Así que sólo suspiré su nombre esperando que se callara. Si abría de nuevo su pecho y me mostraba sus sentimientos era capaz de arrojarme a sus pies llorando.

—Te amo, Lestat—dijo con cierta facilidad, aunque eso no implicaba en absoluto que no fuese sincero—. ¿No ves que no sé vivir sin ti? ¿No ves que no sé siquiera dar un paso sin ti? He vivido algo más de una década aislado del mundo porque no me parecía tan maravilloso sin ti. Fuera puede haber miles de piedras preciosas, de mundos de incalculable valor, e historias imposibles de creer si no se viven pero todo me parece humo, cenizas y basura amontonada cubierta de polvo si tú no estás a mi lado para darle un precio.

Guardó silencio dejando que sus lágrimas me acuchillaran y mis manos se aflojaran. Deslicé mis dedos hasta su cintura deseando besarle como hacía tiempo que no lo hacía, pero sólo pude repetir su nombre una y otra vez.

—Louis, Louis, Louis...

—No intentes callarme—musitó casi sin aliento—. No intentes callarme cuando intento ser sincero conmigo mismo de una maldita vez.

—Está bien...—dije pegándolo contra mí con cierta ternura. Sólo he podido ser tierno con cuatro seres en este mundo: Mi madre, Claudia, Rose y Louis.

—Siempre he sabido la verdad pero la he negado para no hacerme daño. Te juro que no lo hacía conscientemente, sin embargo con el paso de los años he ido arrancando el velo poco a poco y contemplando una verdad más hiriente que los propios rayos del sol.

¿Esperaba esa confesión? Sí. ¿Pero esperaba esa sinceridad que destruía cada poro de mi alma? No. No lo esperaba. Coloqué mi mano derecha sobre sus oscuros y ondulados cabellos y la otra la dejé sobre sus dorsales. No me importaba que manchara mi camisa de seda blanca con su sangre. ¿Qué importaba? Estaba sosteniendo al ser que me daba aliento cuando lo perdía.

—Sigue, te estoy escuchando—dije.

—Acepto que sin ti no sé vivir porque me he vuelto un idiota—balbuceó apoyando su mejilla derecha sobre mi hombro derecho.

Deseé que el tiempo se detuviera en ese momento y que él no se marchara jamás. Quise quedarme allí de pie con él entre mis brazos suplicando por un amor que era suyo desde hacía siglos.

—¿Dependes de mí?—pregunté con los ojos cerrados intentando paladear cada segundo.

—No, no es eso—dijo—. Sólo que mi vida se vuelve terriblemente aburrida, barata y oscura. Contigo los días son mejores y no es porque te idealice.

—¿Y por qué es según tú?—dije esperando una respuesta que me hiciese comprenderlo del todo.

—Porque hace tiempo decidí con quien deseaba vivir cada segundo de mis días sobre la Tierra.

—Tú eres mi corazón—admití—. Allí donde voy todos los caminos indican tu posición. Busco desesperadamente el lugar en el que te encuentras para atraparte entre mis brazos y llenar tu rostro de sinceros besos de amor. Puedo tener el mundo entero a mis pies, estar rodeado de gente fascinante que me adula y aprecia, pero me faltas tú. Pienso en ti y sonrío—guardé unos segundos de silencio esperando poder retomar el aliento, pues lo perdía—. ¿Te has planteado alguna vez por qué sonrío tanto? Sonrío porque te imagino maldiciendo hasta a mi sombra cuando cometo una tontería, sonrío porque sé que sólo tú eres capaz de embelesarme con sólo una mirada y sonrío porque recuerdo tus caricias indecentes de niño bien educado.

—¿Por qué te has convertido en profeta de mi religión?—preguntó.

—¿Y cuál es tu religión?—dije echándome a reír bajo mientras lo estrechaba con firmeza contra mí.

—Intentar ser feliz pese a todo. Una religión que tú creaste y me mostraste—dijo con una sinceridad arrolladora.

¿Realmente yo le había enseñado eso? No lo sé. Pero siempre intento ser feliz pese a las dificultades. Mi madre siempre se preocupó porque fuese feliz, como cualquier madre, y yo comprendí ese punto cuando Rose fue creciendo y me demostró que no hay nada peor que la infelicidad en un hijo. Sin embargo ya tenía la lección bien aprendida e intentaba luchar contra las depresiones en mis ratos de pena, en mis rincones donde me lamentaba alejado de todo y todos, para poder surgir con fuerza como la tempestad que viene tras la calma en una tormenta.

—Louis...—dije su nombre con cariño y entrega, pero en un tono suave como una caricia a media luz—. Si dejara de hacer locuras dejaría de ser yo. Soy un vampiro que sólo sabe vivir al límite, entre momentos de peligro y otros solitarios donde me hundo en mis recuerdos, y tú deberías...

—Debería asumirlo—dijo alzando su rostro para dejar su boca cerca de la mía.

—Sí—susurré apoyando mi frente en la suya.

—La próxima aventura, Lestat, llévame aunque sea peligrosa. Llévame contigo a los infiernos si allí deseas ir—sus manos soltaron mis solapas, ya terriblemente arrugadas, para rodearme por los hombros con sus brazos y juguetear con algunos de mis dorados y rizados mechones.


—Está bien... te lo prometo—dije justo antes de cerrar los ojos mientras dominaba su boca. Esos labios carnosos estaban suplicando porque lo besara.  


Lestat de Lioncourt 

Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt