Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

jueves, 7 de abril de 2016

Amsterdam ciudad de vampiros.

Mona y Tarquin no dan señales de vida, pero este escrito ha llegado a mi poder ¿por qué? ¿Para qué? ¿A cuenta de qué?

Lestat de Lioncourt


—¿Por qué lo has hecho?—preguntó entrando de improvisto en la zona de mi despacho.

Habíamos comprado un pequeño loft en Amsterdam cuando las quemas se propagaron por todo el mundo. Durante algunos días estuvimos caminando por el campo, tal y como pedía el vampiro llamado Benjamín. Para mí no había problema en caminar sin rumbo por caminos polvorientos, enfangados o llenos de maleza. Recordé el zumbido de los insectos cerca de mis oídos, intentando apoderarse de mi sangre y de mi paciencia, en Sugar Devil Island mientras merodeaba aquellas tierras pantanosas y me dejaba guiar por sus misterios, tesoros y fantasmas.

Quise volver a mi vieja granja y recorrer los pasillos de la mansión, observar el retrato de Virginia Lee y acariciar los camafeos de mi tía Queen por última vez. No sabíamos si íbamos a vivir o morir, pero quería recordar todo aquello como si hubiese sido ayer mismo. Necesitaba estrechar a mi hijo, que ya es un adolescente, y decirle que lamento ser un padre ausente que sólo sabe enviar dinero a través de fondos de inversión difíciles de seguir porque se encuentran en paraísos fiscales.

Ella, por el contrario, sólo se quejaba. No quería volver a Nueva Orleans a buscar a Lestat ni a ninguno de sus vampiros más cercanos. Pero yo sé que no era por nuestro viejo amigo, sino porque no quería enfrentarse a Julien Mayfair tras todo lo ocurrido. Había un saco de huesos diseminado por un campo santo y los huesos llevaban el nombre de cada una de nuestras heridas, recuerdos, esperanzas rotas, malos consejos y fallidos intentos de adolescentes rebeldes. ¿Para qué volver allí? Pues por nostalgia como si fuéramos ya unos ancianos deseando llegar al hogar para descansar al fin en una tumba sin nombre, pero ella no se sentía de ese modo. Noté entonces lo distintos que éramos ella y yo y di gracias a Lestat por haberla convertido. Me gustaba apreciar esas diferencias y degustarlas cada noche como si fueran nuevas.

—Ha estado llamando a varias agencias y he tenido que matar a uno de sus espías, ¿tú qué crees?—dije girándome para verla.

Ese rostro dulce parecía sosegado pero su mente elocubraba alguna locura. Sabía que era inquieta y lo supe nada más hablar unas horas. Del mismo modo supe que quería casarme con ella y vivir por siempre atado a su cintura. Estaba preciosa como el primer día que nos vimos y como cualquier otro día. Sus labios tenían un llamativo tono carmesí similar al de su vestido de fiesta. Seductora a más no poder y yo un idiota rendido a al borde de sus tacones.

—Lo dices como si te importara matar ahora—murmuró dando un par de pasos hasta mi silla, para colocarse a horcajadas sobre mí tras subir sutilmente su estrecho vestido.

—No me gusta matar inocentes porque siento mis manos manchadas de sangre—respondí tomándola por la cintura perdido en sus ojos verdes. Podía notar sus manos jugando con la solapa de mi traje, con la punta de mis rizos y con mi pómulos algo marcados. Ella me erizaba la piel como si fuese la presencia del mismísimo Diablo.

—Quinn, no te preocupes más—dijo tomándome del rostro—. No quiero volver, no quiero ataduras, no quiero reglas, no quiero dar explicaciones y sobre todo no quiero verle.

—Mona, cálmate—dije de inmediato—. No te he pedido que vayas a verle ni hagas una visita conmigo a Nueva Orleans.

—¿Vas a volver? ¡Quinn!—se exasperó e incorporó de inmediato dando un par de fuertes taconazos sobre el parquet.

—No te pongas histérica, por favor—me recosté en aquella cómoda silla de cuero, como si fuese un ejecutivo a punto de enviar a la quiebra a la competencia, y la miré como si fuese un regalo divino. Me recreaba en sus curvas y en su forma de agitarse por todo y por nada.

—No estoy histérica...—mintió—. Sé que quieres ver a tu hijo y saber cómo está todo. Desaparecimos sin más y posiblemente algunos no vivan más de unos años más...—bajó sus párpados pensando en Michael, Nash y otros tantos que queríamos. Pero sobre todo lo decía por mí porque yo no toleraba demasiado los funerales ni las despedidas.

—Lo dices por Nash—susurré.

—Sé que él te ama y que tú le quieres a tu modo. Estás muy agradecido con ese hombre.

No se equivocaba. Durante años jamás creí que él me amara, pero ahora cuando ves todo desde fuera, con otra perspectiva, puedes notar el amor fluyendo en sus palabras y en cada uno de sus abrazos. Me deseaba, me codiciaba, me protegía y me dejó libre para que estuviera con la mujer que me arrebató el corazón desde el primer segundo. Nos comportamos como Taltos salvajes en mitad de un ritual de apareamiento y no nos importó en absoluto. No hubo pudor ni tabúes porque no son bienvenidos a un mundo efímero y poco práctico como el que vivíamos. Pero ahora he tenido tiempo de releer mis memorias, de plantearme muchas situaciones y tener muchísimos “Y sí...” en mis labios, en mi mente y en mi corazón.

—Por supuesto que lo estoy. Él ha estado cuidando de Tommy—respondí.

—¿Y qué harás? Dime. ¿Volver? ¿Hacerle saber al monstruo de Petronia que estás vivo?—sus ojos se fijaron en los míos con cierto pavor, ¿o tal vez el pavor provenía de mí?

—No sé si ese monstruo sigue vivo... ¿has visto cuántos están muertos? Dios... salimos vivos por puro milagro—susurré agitándome.

Recordé aquella noche terrible. Habíamos viajado para visitar a Maharet a lo profundo del Amazonas. Durante algunos años estuvimos encerrados en la biblioteca. Sólo salíamos a divertirnos algunas noches, pero la mayoría de ellas las pasábamos leyendo y redactando información para mantenerla a salvo más allá de los libros. Nosotros queríamos una copia de todo lo que allí había y Maharet aceptó si le ofrecíamos parte de la historia que teníamos en nuestro linaje.

Era una mujer comprensiva y deseosa de escuchar buenos relatos que la mantuvieran cerca del mundo real. Khayman solía pasar las noches en silencio escuchando nuestros relatos, riendo de vez en cuando o caminando junto a ella completamente embelesado.

Thorne aplaudía como un niño cada vez que llegábamos al final de una historia y pedía más como el público más entregado. Estaba ciego aún cuando llegamos y al recuperar la vista pudimos contemplar que tenía mirada de niño pese a su tamaño, su inteligencia y su fuerza bruta. Era demasiado inocente.

Mekare no hablaba y de vez en cuando recibía visitas de dos viejos miembros de Talamasca. Quise acercarme a David Talbot, pero había muchos jóvenes en la sala y decir en alto el nombre de Lestat, aunque sólo fuese mentalmente, provocaría una avalancha que no quería. Allí quería ser uno más, un chico cualquiera deseoso de tener información de primera mano.

Una noche nos quedamos a solas con todos vigilado únicamente por Khayman. Los últimos días había estado con los auriculares puestos escuchando viejas canciones de rock. Pude notar que el cantante tenía un tono similar al de Lestat, pero no me atreví a preguntar si era él. Mantuve la distancia hacia el gran guerrero y guardián de Kemet hasta aquel día en el cual le dije que vendríamos pronto, que nos marchábamos a comprar algunas prendas y artículos de artesanía. Él sólo asintió. Horas más tarde una columna de humo surgía de la espesura del Amazonas cuando nos acercábamos, los gritos de horror y contemplar a Mekare en movimiento por la jungla quemando a jóvenes, igual que Khayman, provocó que no descendiéramos ni a recoger nuestras cosas. Huimos de allí.

—¿Ahora llamas milagro a comprarme zapatos?—preguntó echándose a reír mientras se quitaba los zapatos y los dejaba sobre la mesa.

—Ah... eres incorregible—murmuré.

—Admite que acepto usar estos tacones porque son tu fetiche—dijo apoyándose en la mesa dejando que sus pechos se vieran turgentes e insinuantes en aquel escote en forma de gran V. Su piel era tersa y parecía hecha de seda con un aroma dulzón similar al que pude oler en su jardín. Ella era pícara y atrevida, con una inteligencia demasiado viva y una mirada que te ahogaba en miles de emociones.

—Y el tuyo—susurró colocándose junto a mí, sentándose en la mesa dejando sus piernas suavemente abiertas y tomando mi mano derecha para colarla entre ambas. Palpé sus muslos cálidos y el borde de su prenda íntima. Ya no era igual a ser humano, no me excitaba de ese modo, pero jamás negué a tocarla como si fuese un objeto valioso e imposible de ser igualado.

—Estamos hablando de ti y no de mí, mi noble Abelardo—murmuró colocando su frente sobre la mía para luego reír como una niña que hace una travesura.

—¿Crees que debería llamar a casa?—pregunté.

—No—dijo sacando mi mano de entre sus faldas para luego sentarse en mis rodillas—. Si llamas sabrán donde estamos. El dinero ya les dice que estamos vivos, aunque tú mismo has preferido que sólo lo sepa Jasmine y ella sabe cerrar su mente a cualquiera.

—Lestat sufre...

—Lestat sólo sufre realmente si le pasa algo a su rostro, a su madre o a Louis—aseguró tras darme un beso en la mejilla—. ¿Me acompañas? Deseo caminar por la ciudad y olvidarme de esta conversación absurda—se incorporó y tiró de mí provocando que me levantara—. Ah, por cierto, he estado jugando en La Bolsa y hemos ganado unos cuantos millones que me encantaría derrochar en algo lujoso, ¿qué tal un descapotable? Creo que será divertido disfrutar de la velocidad en un coche como ese.

Deseé decirle que no necesitaba un vehículo así para divertirme a su lado, pero sólo me encogí de hombros y decidí escuchar a mi delicioso demonio de cuerpo de mujer y rostro aniñado. Dos jóvenes, casi adolescentes, correteando por una ciudad tan inmensa resultábamos insignificantes y por lo tanto la magia surgía efecto. ¿Y cuál era la magia? Desaparecer ante la mirada de cualquiera.




No hay comentarios:

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt