Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 4 de junio de 2016

Shake it out

Los siguientes párrafos son de un encuentro entre Michael y Oberon. Los Mayfair no sé como verán esto, pero es algo habitual el incesto y los juegos de cama. Aunque el corazón de Michael es de Rowan su cuerpo precisa caricias que no le ofrecen y Oberon es un macho Taltos demasiado joven como para contenerse. 

Recordemos que Michael habla de llevarse mejor con los hombres que con las mujeres cuando son pareja. Hay quizás una clara intención de este en desvelar su sexualidad ¿o sólo es una forma de decir que las relaciones sentimentales nunca fueron su fuerte? ¡Qué se yo! ¡Sólo soy un vampiro! 

He decidido que este tema puede mezclarse bien con estas memorias. De hecho, esta artista es considerada por algunos de mis compañeros como la perfecta para los Mayfair. 


Lestat de Lioncourt





—¿Acaso creías que iba a ser fácil tratarme?—dijo en aquella inmaculada habitación. Él parecía sumido en una paz fría pero todo era una fachada. Había decidido pintar cada muro de su alma con una práctica frialdad porque no quería que viesen que seguía siendo un niño. Sus padres habían muerto en penosas circunstancias y el mundo parecía haber caído sobre él. Ahora tenía la responsabilidad de ser el único macho de su Pueblo Secreto, de una raza de seres superiores aplastadas por guerras internas y la ambición del hombre.

Había escuchado algunas habladurías sobre lo ocurrido con el Padre Kevin. Este había pedido encarecidamente no volver a visitarlo. Cada vez que lo hacía salía agitado y perdido murmurando que iría al infierno. Desconocía los motivos que le llevaban a Oberon a tratar mal a las personas, pero sospechaba que no era un trato cruel el que experimentaba aquel joven sacerdote de cabellos rojizos, ojos de esmeralda y nariz salpicada de pequeñas pecas.

—No, no esperaba menos—contesté sacando un cigarrillo—. ¿Te importa?

—Sí, porque podemos vivir casi eternamente pero también podemos morir de cáncer. No quiero morir, ¿sabes? Y menos pegado a cientos de máquinas. No, gracias—respondió.

—Bien, bien... —dije guardando el cigarrillo y el mechero.

—Abuelito dime tú... —comentó a cantar de forma cínica—. No, dime de verdad ¿qué esperas?—preguntó incorporándose de la cama.

No me impresionaban sus más de dos metros de estatura porque conocía a su padre. Admito que cuando lo veo observo a ese hombre culto, sosegado, lleno de una soledad que le destruía a pasos agigantados y con una chispa de vida grandiosa. Sus ojos claros eran los de Ashlar. Tenía la misma mirada y una sonrisa que podía doblegar a cualquiera. Pero él no era Ashlar. Mi hija Morrigan era salvaje y no tenía escrúpulos a la hora de decirte todo lo que sentía. Se convirtió en una verdadera carga cuando comprendí que era indomable, sin embargo jamás hubiese deseado que muriera y menos congelada. Él estaba ahí como una mezcla perfecta de ambos intentando averiguar qué esperaba de él.

—Que seas como tu padre—respondí—. Ojalá seas un emprendedor amable y carismático. Alguien que pese al dolor no culpa a todos de sus problemas y sabe escuchar—dije.

—Como mi padre...—aquello hizo que su juvenil rostro de hombre casi adulto se consternara. Rápidamente se aferró al cabezal de la cama y tembló como un junco movido por una suave brisa. Sus ojos azules se llenaron de lágrimas y su boca sonrosada se apretó intentando contener un par de suspiros, los cuales se terminaron escapando mientras buscaba donde ocultarse.

Rápidamente me incorporé tomándolo entre mis brazos aunque él rebasaba mi altura. Abracé aquel cuerpo como si fuese el de un niño antes de notar como se arrodillaba y rodeaba mis caderas con sus largos brazos. Impuse mis manos sobre sus cabellos oliendo sus hormonas desatadas. Era un buen hombre, aunque en realidad no dejaba de ser un niño sin infancia, y yo le había hecho llorar. Había logrado que llorara con sólo mencionar a su figura paterna. Él no tenía padre y yo no tenía hijos.

—Estoy aquí porque eres el hijo de mi hija con un buen hombre. Tal vez no fue sensato que desaparecieran del mundo conocido, pero no me arrepiento de haberla dejado marchar. Ahora tengo un nieto que desearía que fuese mi hijo—musité antes de pasar mis dedos por su cuero cabelludo con suaves círculos y caricias. Hundía mis dedos en sus ondulados cabellos, lograba que se perdieran hasta su nuca y luego nuevamente empezaba con la raíz de los mechones próximos a la frente. Era mi forma de calmarlo porque no sabía qué hacer o decir.

El aroma de sus hormonas me golpeaban la nariz continuamente. Controlaba mis impulsos de oler su piel y palpar sus mejillas igual que lo hacía con su padre, madre y sus hermanas. Él temblaba colocando sus manos en mi espalda baja mientras se lamentaba en un silbido. Esas palabras rápidas como un canto ancestral golpeaba mis oídos. No lograba entender qué decía pero pronto me di cuenta que suplicaba.

—¿Quieres que te ame y respete?—pregunté abarcando su rostro con mis manos.

—Quiero amor—dijo antes de colocar su boca contra mi bragueta.

No me había percatado de lo excitado que estaba por su aroma. Siempre intentaba ignorar ese dulzón perfume que lo envolvía haciéndolo tan cálido, apetecible y extraño. Sólo los brujos y otros Taltos podrían sentir ese aroma golpeando una y otra vez las fosas nasales. Oberon también olfateaba, pero lo hacía de forma distinta y vulgar. Abría con fuerza sus fosas nasales contra el cierre de mis pantalones. Definitivamente él no dudó ni un segundo en bajar la bragueta con sus propios dientes para oler mi entrepierna.

Me sorprendí ayudando a bajar mis pantalones hasta mis tobillos junto a mi ropa interior. Sus ojos azules se clavaron en los míos, tan parecidos y distintos, mientras agarraba mis testículos con la mano izquierda mientras con la diestra levantaba mi pene. Con sensual provocación besó mi glande deslizando la piel sobrante con sus dedos. Su lengua acarició el meato sin dejar de mirarme con esas lágrimas salpicando sus ruborizadas mejillas. Por un instante me dije a mí mismo qué hacía. Yo amaba a Rowan y ella era mi vida. Ya le había sido infiel una vez y provoqué un desastre, pero hacía tanto tiempo que un hombre no se arrodillaba ante mí para complacerme que me dejé llevar.

Un tierno beso sobre la punta de mi miembro fue el inicio de seductora caricias con los labios y la lengua. Lengüeteaba mi glande como si fuese un helado y su mano se movía con soltura por toda su extensión. Las venas comenzaban a contener la dureza de ese pedazo de músculo que cobraba vida. Sentía como palpitaba mientras él gozaba con esas miradas llenas de lujuria. No dudó en engullirlo por completo para luego cerrar los ojos como una jovencita virginal. La mano zurda apretó mis testículos con cierta rabia y las mías le agarraron con fuerza ambos lados de la cabeza. En un momento estaba clavándome dentro de él con furia. Sus manos se apartaron de mi sexo y se colocaron en mis caderas, casi clavando sus uñas, permitiéndome que me moviera con rabia dentro de aquella húmeda cavidad.

Cada estocada era más firme y rabiosa que la anterior. Él temblaba mientras soportaba esos terribles juegos. Sin embargo no tardó en liberarse a duras penas y tirarse al suelo mientras se quitaba aquellos simples pantalones de pijama. Su sexo estaba despierto y era ligeramente mayor que el mío, pero lo que él deseaba de mí no era penetrarme. Me miraba como las furcias baratas de un local de alterne. Tenía los ojos nublados por la necesidad.

Aquel gigante estaba pidiéndome que lo sometiera. Sus piernas estaban abiertas mientras su mano derecha hundía dos dedos en su entrada. Él me decía que estaba listo, aunque yo tenía mis dudas. Finalmente aparté su mano, abrí mejor sus piernas y levanté sus caderas para penetrarlo. Sus tobillos quedaron en mis anchos hombros y mis manos se colocaron sobre su pelvis. Rápidamente escuché sus largos y escandalosos gemidos mientras su respiración se volvía dificultosa como la mía.

Sus manos fueron a la parte superior de su pijama para tirar de la obertura, haciendo saltar cada uno de los botones de nácar, y mostrarme así sus pezones cafés tan duros como su miembro. Él estaba allí tocándose por completo. Se masturbaba con la derecha y con la izquierda pellizcaba sus pezones o llevaba un par de dedos a su boca y los mordía sutilmente. Me provocaba. Quería alentarme alimentando así al monstruo que contenía a diario. Me di cuenta que di rápido con su próstata porque temblaba con cada arremetida.

Él llegó antes al orgasmo apretándome con rabia en su interior, pero no tardó en incorporarse y colocar su boca alrededor de mi glande. Con una sola mirada y ese gesto hizo que me viniera en su boca. Él succionó con apetito bebiendo cada gota. Yo acabé recostado en el suelo y él se colocó sobre mí lamiendo mi cuello, acariciando mis pectorales por debajo de mi camiseta y dejando que sus labios silbaran una melodía que parecía un canto al amor, la lujuria y el desenfreno.

—Reconozco que espanté a Kevin con sexo sólo para que tú vinieras a castigarme—dijo como terrible confesión—. Abuelo Michael, mi llave, ¿me abrirás cada anochecer? ¿Alimentarás a este hambriento Taltos?—preguntó antes de girarme el rostro para que le contestara.

—¿Y mi mujer?—susurré casi sin aliento.

—¿Ella te busca entre las sábanas frías de tu cama?


Esa pregunta hizo que me diera cuenta que hacía meses que Rowan y yo no teníamos intimidad. Aquello me preocupó, pero él hizo que perdiera el hilo de cualquier pensamiento cuando mordió una de mis orejas, silbó suave cerca de ella y me ofreció una calma que creí haber perdido. Desde entonces, cada noche, visito a Oberon y lo alimento de esa forma tan erótica y sexual.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt