Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

viernes, 3 de junio de 2016

Dolce vita

Armand y Marius... o lo que es lo mismo esclavo y amo... vuelven a demostrar que el amor es algo más que palabras románticas.

Lestat de Lioncourt 





Sus manos recorrían mis mejillas dejando que un intenso rubor se formara en ellas. Quise echar a correr, pero permanecí en el mismo lugar perdiéndome en aquellos ojos azules tan gélidos. Parecía una escultura tallada con gran perfección y detalle. Era majestuoso debido al color dorado de esos cabellos que caían sobre sus hombros y se perdían en la cruz de su espalda. Podía considerar a ese hombre el más hermoso que había alcanzado a ver. Imaginé su figura en mitad de una iglesia siendo adorado como Dios hecho hombre. Sin embargo, era otra clase de ser inmortal y todopoderoso. Un ser que amaba el arte y apreciaba la belleza.

—Deja que pinte sobre tu cuerpo como antaño—dijo rompiendo la poca calma que había logrado sostener.

Habían pasado siglos desde que ese maestro de las pinturas decidió hacerme su tentación, su musa, su querubín y, por lo tanto, eterna pasión. Al menos, así quería creerlo. Deseaba creer que era su pasión, su ilusión, su deseo y lo que provocaba que aún estuviese ahí deseando arrancarme la ropa para hacerme vibrar como un cristal ante una nota musical.

No dije nada. Él tomó la decisión gracias a mi silenciosa respuesta. Me quitó la camisa lentamente despojándome de ella hundiendo su imperturbable rostro en mi cuello, deslizó su lengua por mis clavículas y succionó mis pezones mientras se arrodillaba para quitarme los pantalones y zapatos. Yo jadeaba nervioso. Sus manos eran expertas en encontrar mis zonas más erógenas. Su aliento contra mi piel ya provocaba ciertas emociones.

Cuando me tuvo desnudo deslizó sus manos suavemente por cada músculo y rasgo. Luego, con la misma parsimonia, agarró el paquete de hormonas y sin pensarlo una vez clavó en mí la aguja. Un picotazo simple creó en mí un desenlace fatal. Mi miembro cobró forma y mi boca sintió sed, pero él decidió atarme las muñecas y colgarme de un gancho que ya tenía preparado en aquel hermoso taller. De inmediato sacó el látigo y comencé a sentir como sus siete colas rozaban mi torso, glúteos, espalda, piernas e incluso mis hombros y caderas. Cada marca que hacía se iba eliminando suavemente gracias a las células mutadas por La Sangre. Sin embargo, el agradable dolor me excitaba y provocaba que mis pezones se endurecieran buscando ser pellizcados, mordidos y tocados mientras su duro miembro me llenase como tanto ansiaba. Pero no sucedió de ese modo. Sólo pude aullar su nombre una y otra vez hasta ofrecerme el consuelo de sus dedos en mi entrada.

Mis ojos estaban llenos de lágrimas sanguinolentas, mi piel tenía pequeñas gotas rojizas sobre mi figura y mis cabellos se pegaban sobre mi frente completamente arremolinados. Deseaba ser tomado. Quería que él me hiciese suyo de una vez. Mis ojos ardían ante la belleza y el poder que él desprendía. Supliqué un beso, una caricia o simplemente una palabra que me mantuviese cuerdo dentro de ese infierno. Pero no ocurrió. Únicamente introdujo un tercer dedo palpando mi próstata con más diligencia mientras mis piernas de redondos, suaves y trémulos muslos se abrían. Sentí que eyacularía, que derramaría mi semen manchando mi vientre y el suelo del taller, pero él se apresuró a colocar un anillo alrededor de la base de mi sexo, por debajo de mis testículos y el cuerpo de mi miembro, mientras mordía mi sensible y rosado glande. Sus dedos no estaban ya en mi culo, pero los sentía. Sentía esa deliciosa presión y entonces me di cuenta que había introducido un pequeño vibrador que se encendió arrancándome gemidos largos y tortuosos.

Aún teniéndome así me inyectó una segunda dosis para ofrecerme nuevamente dolorosos golpes, aunque esta vez usó una vara de bambú y una pala de maderas con rugosidades de metal. Mi piel ardía. Sobre todo ardía la de mis glúteos donde se concentraba completamente eufórico. El vibrador cedió a la dilatación de mi entrada y cayó al suelo. En ese momento creí que sería al fin satisfecho, pero él decidió que otro mayor debía ocupar su lugar.

Antes de proseguir con esos sucios juegos me vendó los ojos, tapó mis oídos con unos audífonos sin cables especiales para aislarse del mundo con los decibelios de un buen equipo de música, y me soltó provocando que cayera al suelo. Allí noté varias manos atándome a lo que sentí como un potro de tortura como si fuese un paquete. Mis piernas quedaron completamente abiertas y mis brazos pegados a las patas de aquel extraño mueble. Alguien me tomó del pelo y me introdujo su glande en la boca, para luego golpear con esta en una fuerte embestida mi campanilla, mientras otro hacía lo mismo en mi adolorida y dilatada entrada. Me usaron de forma violenta hasta derramar su semen como si fuese una puta barata y dócil, ¿pero no era eso? ¿No me había convertido en eso? Mientras lo hacía podía sentir los latigazos de mi maestro, de mi amo, haciendo vibrar cada célula de mi piel.

Aquellas penetraciones no fueron las únicas. Paré de contar cuando la cuarta pareja entró en mí disfrutando mientras apreciaba otra descarga de hormonas, aunque ellos no eyacularon. Sólo me mancharon los primeros como si quisieran marcar primero el territorio para que el resto supiera que ya había sido conquistado. Era un vampiro y podía soportar tanto sufrimiento, pero ansiaba su cuerpo junto al mío y no el de sus nuevos discípulos humanos.

En algún momento, entre la conciencia y la oscuridad de aquel placentero infierno, me quitaron la venda y permitieron que viera sus rostros. Eran jóvenes. Parecían muchachos de no más de veinte años. Todos ellos me ofrecieron su semen como regalo pues eyacularon en mi rostro o en mi boca. Llevaba el sabor de todos en mis labios pero no el suyo. Él sólo miraba mientras tomaba una dosis de hormonas masculinas y las introducía en sus milenarias venas.

Nada más terminar esos muchachos se marcharon dejándonos a solas. Él me penetró con rabia haciendo rebotar con fuerza sus testículos en mis glúteos. Podía percibir el cosquilleo de su suave pero grueso vello púbico sobre las marcas de su látigo. Ya no podía regenerarme como deseaba. No me concentraba en las heridas, no podía hundirme en cada trozo de mi cuerpo y ayudarlo a sanar, porque él seguía haciéndome daño. Su látigo golpeaba mi espalda hasta que un joven trajo un cirio grueso y lo derramó contra las muescas de mi espalda. Él se quedó allí mirándonos mientras yo sufría ese cruel trato vejatorio. No lo había visto antes y parecía de tiernos dieciséis años, los mismos que yo tuve una vez, pero su rostro era aún más aniñado debido a las pecas que salpicaban su nariz y los tirabuzones rojizos que caían sobre su frente.

En el momento que creí que Marius me daría su simiente recordándome que era suyo se fue hacia el chico, se colocaron ambos frente a mi rostro y le dio a beber su semen. Él no dudó en succionar con gozo cada gota. Luego el mismo chico me desató y me quitó el aro de mi miembro, lo tomó entre sus labios y dejó que su lengua me incitara a derramar toda aquella leche cálida que había logrado retener. Eyaculé en la boca de un muchachito mientras él llenaba un cubo de agua en la pila que allí tenía instalada. Al apartarse el joven para irse y no volver él me tiró agua y me ofreció nuevos latigazos. Me golpeó hasta que caí agotado, inconsciente y algo insatisfecho.


Nunca olvidaré esa lección.  

No hay comentarios:

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt