Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 6 de agosto de 2016

Una fiesta

Hay que aceptar a los que amamos tal cual son. Creo que Julien lo hacía, aunque su sobrina y nieta no.


Lestat de Lioncourt


La fiesta había comenzado hacía más de una hora. Todos los invitados estaban arremolinados en la planta inferior escuchando a la banda tocar. La mayoría eran familiares y otros eran amigos muy cercanos a nosotros y a nuestros negocios. Lionel aún no levantaba más de un palmo del suelo y ya intentaba seguir la música con su torpe baile. Stella, con su cabello lleno de lazos de color turquesa como sus encantadores y vivarachos ojos, ya había cumplido cinco años y se negaba a marcharse de la fiesta, estaba agarrada a la mano de su hermano mayor mientras Carl, con algo más de ocho años, refunfuñaba sentada en un sillón moviendo sus pequeños pies enfudados en unos delicados zapatos de charol. Eran los únicos niños de la fiesta. La mayoría eran jóvenes y parejas de mediana edad.

—Me alegro que no viniera ese—dijo mi hija y sobrina Mary Beth parecía complacida porque Richard no había podido asistir.

—Estás muy confundida—respondí apoyado en la pilastra de la escalera. Tenía la pipa entre mis manos y colocaba con cuidado dentro el tabaco para apretarlo con suavidad.

—No quiero a ese engendro en mi casa—comentó—. Menos frente a todos, tío Julien.

—¿Qué tiene de malo?—pregunté alzando mi ceja derecha—. ¿Acaso no estaba siempre invitado el borracho irlandés de marido?

Jamás me gustó ese hombre para mi hija. Sentía que era un imbécil que sólo traería problemas a la familia. Estaba desesperado pensando en que jamás me libraría de él y un día apareció muerto. Lasher se había librado de él como me prometió.

Aquel hombre estaba siempre ebrio e intentaba estafar a todo aquel que se acercaba a la mesa de poker donde se encontraba. Sentía que la culpa era mía. Ella lo conoció cuando me acompañó a una de esas timbas donde se apuesta el dinero, la vida y al alma a un par de cartas. Por eso mismo decidí que debía rogarle al supuesto demonio, el fantasma que caminaba por el jardín meditabundo los días más sobrios y como hoy bailoteaba de un lado a otro con esa estúpida sonrisa, que acabara con mi sufrimiento.

—¿Cómo puedes meterte con los muertos?—dijo indignada.

—Ah, ¿cómo puedes meterte con el hombre de vida?—contesté llevando la pipa a mi boca.

—Tu mujer está aquí—chistó indignada.

Ella estaba indignada. Hija de un incesto, amante mía para poder a la pequeña revoltosa de Stella y mujer de varios hombres en esta maldita ciudad. Ella se hacía la digna frente a todos.

—Ah, esa. Me ha pedido el divorcio esta mañana—dije encendiendo la pipa.

Entonces apareció él. Me había hecho caso. No tenía por qué ocultarse entre la muchedumbre. Llevaba un espléndido vestido que se ceñía a su pequeña cintura y su sonrisa era radiante. Sus labios eran voluptuosos, su piel era perfecta y sus ojos tenían un brillo especial.

—Sácalo de aquí, Julien—respondió hecha basilisco.

—No—respondí antes de dar una calada a mi pipa.

Sólo nos separaba algunos metros y mis pasos rápidos, aunque elegantes, hizo que en menos de un minuto, pese a que tuve que esquivar camareros y borrachos, lo tuve entre mis brazos. No me importaba en absoluto lo que pudieran pensar de mí. Él era la persona más importante en mi vida después de mis nietos y mis hijos.

La pequeña Stella correteó hasta donde nos encontrábamos y acabó aferrada a los bajos del vestido de Richard. Sonreí al contemplarla tan fascinada con aquel jovencito. Era mi pequeña, mi adoración, y no tenía nada que ver con la amargada de su madre. Aquella niña era adorable y mi corazón palpitaba fuertemente cuando la tenía entre mis brazos. Sabía que moriría joven como muchas de nuestros antepasados. Pero tenía la esperanza que no fuese así. Tenía la ilusión de vivir algunos años más hasta que ella no me necesitara.

—Me gusta como le queda ese vestido—dijo con aquella sinceridad infantil—. Y me gusta que te haga sonreír. Sonríes como Lionel cuando le doy un beso en la mejilla.

—Tu sobrina me odia—susurró bajo aferrándose a mí con cierto temor.

—Vaya, una pena—dije inclinándose sobre él rozando con mis labios su oreja derecha—. Pero mi nieta te adora—chisté—. Aunque no tanto como yo—añadí.

Estuvimos bailando durante algo más de una hora. La música era encantadora. Los familiares reían, bebían y bailaban con torpeza cada pieza. Aún el charlestón no era moda, pero el jazz y el blues hacían las delicias de los presentes. También las canciones tristes llenas de amores imposibles hacían la vida más atractiva en mitad de una fiesta donde lo más importante era relajarse y disfrutar.

La casa estaba repleta de vida. El jardín olía a dondiego y jazmín, igual que él ya que había conseguido un perfume francés fresco y atrayente que me recordaba a mi hogar, a la verdad y la mentira, que yacía en cada rincón de la mansión. Por mi parte disfrutaba de un jovencito lleno de encantos mientras mi mujer se había marchado indignada, completamente ofendida, por mi descaro y desplante. Mis hijos sólo murmuraban entre ellos dejándome hacer, pues sabían que yo estaba simplemente siendo yo mismo. Ellos me aceptaban del mismo modo que yo acabé haciéndolo.

—Julien—susurró mientras le retenía por la cintura bailando lentamente. La cantante daba toda su alma a una canción llena de sensualidad—. ¿Por qué me has hecho venir así? Podía usar ropa masculina y no demostrar lo que soy ante todos. Muchos nos están mirando.

—Claro, amor, ¿acaso no mirarían a un chico con estas piernas mucho mejores que las de sus mujeres?—dije echándome a reír—. Soy viejo, Richard, y no te imaginas siquiera la edad que ya tengo. El descaro es lo único que me queda. No me importa decirles a todos en la cara lo que ya saben—sus ojos brillaban como perlas oscuras mientras yo lo sostenía como si fuera un clavel frágil recién abierto.

Él me besó dulcemente con timidez y yo no dudé en atraparlo con rabia. Aquel beso confirmó que lo amaba como él me amaba a mí.  

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Lestat de Lioncourt