Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 7 de agosto de 2016

Lucifer y Satanás.

No sé qué decir sobre esto... ¿Y ahora qué? ¿Qué debo pensar de Memnoch?

Lestat de Lioncourt 


Las almas se retorcían a mis pies como si fuera un mar cargado de olas, los llantos ascendían hasta el techo de grotescas estalagmitas creadas por lo que fue lava ardiente y ahora sólo eran oscuras aberraciones, las cuales parecían dientes afilados o dagas esperando atravesar los cientos de miles de corazones impíos que en otro plano creían estar libres de mi poder. Los rostros de esos miserables me recordaban mi misión entre ellos, la cual llevaba demasiado tiempo postergando al meditar cuáles de todas podrían ser las adecuadas.

Mi trono se alzaba en un pequeño risco inaccesible para ellos. Un trono hecho de esqueletos retorcidos de ángeles que habían caído en desgracia y se habían suicidado con sus propias armas, enterrándolas en sus pechos, porque no podían soportar no ser amados por Dios. Por mi parte ya no buscaba esa estúpida recompensa. Yo sólo deseaba demostrar cuan equivocado estaba. Ese fue el principal motivo por el cual busqué a Lestat, un vampiro rebelde, que ha acabado negándome como muchos que han visto el infierno con sus propios ojos y han podido escapar. Quizá niegan tan aberrante visión y tan desoladora verdad. Ya no lo sé y no me importa.

Sé que mi aspecto es imponente, pero puedo cambiarlo según mis gustos y los de los hombres. En ese momento mi cabello era casi blanco, algo más largo y menos ondulado que de costumbre, mis fieros y sabios ojos estaban en marcados en algo de maquillaje oscuro como si fuera una pintura de guerra y mis brazos tenían cientos de tatuajes que hablaban de mi caída, de Dios y su tiranía. Mis ropas eran de cuero, como las de cualquier motorista que intenta cruzar el país más hipócrita de todos y dónde casi hay una hamburguesería por cada habitante. Mis botas, de suela gruesa, tenía pinchos y alambres. Por ende mi aspecto era algo diferente

—Hacía tiempo que no te veía contemplar este hermoso valle solo—comentó una vieja voz, la cual podría decirse que era amiga.

—No estoy solo, siempre aparece alguno de vosotros—respondí.

—Dime algo, ¿por qué no le dijiste que tú y Satanás sois distintos?—dijo apoyándose en el respaldo de aquel majestuoso y escalofriante trono.

Sus delgados brazos asomaban como ramas de piel blanquecina, como si una encina hubiese sido cubierta con las nieves más puras, y sus ojos, esos hermosos ojos oscuros, eran penetrantes y atractivos. Veía en él una belleza dócil que no tenía para nada que ver con la verdad que escondía tras cada una de sus acciones.

—No entendió mi mensaje, ¿cómo podía recordarle que Lucifer y Satanás son dos seres distintos?—dijo encaramándose a los huesos para que su pequeña figura pudiese alzarse en esa “cumbre” de muerte y destrucción. Sus manos acariciaron mi cuello, se deslizaron por mi rostro y acabaron bajando nuevamente hasta mi torso. Allí las dejó mientras sentía como su mejilla derecha golpeaba mi contraria. Su piel era fría, muy fría, como la de una serpiente al contrario que la mía que siempre estaba tibia. Su aliento rozó la comisura de mi boca y su lengua bípeda acarició mis labios—. ¿Cómo? Ni siquiera recuerdan la historia que contaban los judíos más antiguos, pues todos se han quedado con la tradición cristiana y han olvidado sus raíces.

—La verdad—siseó.

—Por así decirlo, pues Dios demuestra cuan cruel es en el Viejo Testamento—dije—. Dios no es bondad. Él castiga cruelmente aunque hayas cometido un error por desconocimiento, necesidad o heroicidad—dije lo último notando como sus uñas arañaban mi torso y él reía bajo.

—Dime, ¿aún me quieres cerca?—susurró.

—Al menos tú no coartas la libertad, sólo tientas.

Nada más decir esas palabras se esfumó y apareció a mis pies tocando con curiosidad aquellas puntiagudas protuberancias de mis botas. Se cortó un dedo y lo llevó a su boca para lamerlo como si fuera una golosina.

—Ah... tiento...—dijo con una sonrisa descarada— ¿yo soy la tentación? Tú provocas tantas reacciones, Lucifer...

—Llámame Memnoch, lo prefiero—respondí.

—Sólo he venido para decirte que tu príncipe tiene nuevo destino—murmuró—. Se ha olvidado de ti.

Eso provocó que me incorporara y lo agarrara del cuello, sin importarme que él tuviese un poder igual de poderoso que el mío. Inició en mí una revolución que instaba a tocar su fría piel y hacerme con el control de su cuerpo. Estaba desnudo y sólo le cubría su sonrisa lasciva. Él no dudó en abrir sus piernas como si yo fuese el gobernante de sus placeres, de ese hermoso reino pérfido.

—Soy tu manzana—dijo entrecerrando sus ojos de largas y pobladas pestañas. Era escandaloso observar ese cuerpo ambiguo de caderas y clavículas marcadas, con una piel tan perfecta y unos pezones rosados que destacaban en su pequeño torso. Satanás era el pecado mayor de este mundo, el Dios de la Oscuridad, y yo sólo era el Príncipe del Infierno donde reinaba en soledad junto a una legión de ángeles derrotados que a veces perdían el juicio.

Estaba sobre él como una gárgola, pero decidí levantarlo de aquella posición tan sumisa para colocarlo sobre mis piernas. Él no dudó en pasar sus brazos por mis anchos hombros, enterrar sus largos dedos en mis casi plateados cabellos y rozar su entrepierna contra la mía. Su miembro, ligeramente endurecido, me hizo sentir un delicioso hormigueo por toda la columna vertebral nada más contemplarlo contra el cierre de mis pantalones.

—Eres el Dios Oscuro, pero aquí en mi reino puedes ser mi puta—dije hundiendo mi rostro en el recodo de su cuello al hombro izquierdo.

Él gimió entretanto llevaba sus manos hacia el borde de mi pantalón, quitándome la correa para dejarla alrededor de mi cuello como una corbata, para al fin bajar la cremallera y sacar mi miembro. Un miembro que se endurecía por momentos y que él miró mordisqueándose su labio inferior. Reí ante ese gesto y él respondió lamiendo mi mentón mientras se bajaba de mis piernas. Entonces, como en la mejor fantasía erótica, comenzó a lamer mi rosado glande para poco a poco engullir todo mi miembro. Mis manos se colocaron en su cabeza ayudándole a hacerlo como a mí me gustaba, o más bien como lo necesitaba en ese momento. Sin embargo, no tardé en agarrar el cinturón y colocárselo a él alrededor del cuello a modo de correa, lo empujé contra el escarpado suelo de roca porosa y dejé que sus glúteos quedaran alzados. Sus brazos estaban pegados a su torso y su torso al suelo.

Rápidamente tomé mi posición dominante tras él y me incliné mordiendo su nuca, lamiendo sus hombros y arañando sus costados mientras viajaba hasta su trasero. Allí dejé que mi lengua se introdujera como una daga en su interior arrancándole de este modo un largo gemido. Mi boca hizo succión entorno a su entrada y mi viscosa saliva lo humedecía todo. Sus testículos se inflamaban del mismo modo que su pene tomaba por completo forma. Pude notar el olor a sudor que transmitía su piel, igual que lo hacía la mía. Era olor a deseo carnal.

Finalmente aparté mi boca para penetrarlo de una sola vez. Una estocada que le arrancó el aliento y un par de lágrimas. Eran lágrimas de satisfacción, de deseo concedido. Por mi parte gruñí como un animal salvaje. Pronto mis testículos comenzaron a golpear sus prietas redondeces, mi mano derecha tiraba de la correa y la zurda azotaba uno de sus glúteos. Mi aliento jadeante, mis gemidos bajos y gruñidos se mezclaron con los sus largos y escandalosos gemidos que alertaban a las pobres y patéticas almas que rogaban perdón a un Dios ciego. Aún así me sentía insatisfecho, por eso salí de él, lo recosté en el suelo, abrí sus piernas en V y lo aproximé a mí quedando de rodillas. Parte de sus glúteos quedaron sobre mis muslos y su entrada quedó perfectamente repleta por mi miembro.

Tras unos momentos él eyaculó estirando sus manos, con uñas cual garras, hasta mis brazos. Pero yo me contuve pues deseaba ofrecerle mi simiente. Así que cuando tuve la oportunidad de salir de ese trasero que apretaba desesperadamente mi pene, el cual parecía una estada encajada en una piedra, lo hice y se lo ofrecí. Su boca se llenó de mi blanca y espesa esencia mientras él me miraba descaradamente.


Había vuelto a caer en el pecado, pero Dios mantenía conmigo su palabra. Quizá porque deseaba ver hasta donde me había equivocado para luego hacerme caer por todo los supuestos delitos cometidos, aunque para mí aquello no era un delito. Él me había dado la libertad de amar, sentir, pensar y ser. Él debía asumir que no siempre se pueden seguir los caminos rectos. 

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt