Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 3 de septiembre de 2016

Ella, siempre es ella.

—¿Alguna vez pensaste en lo que hacías?—preguntó mientras me recostaba en el sofá junto a él. Había colocado mi cabeza sobre sus piernas como si fuese un cojín. Él sostenía aún un viejo libro. Parecía ensimismado en su lectura hasta que habló repentinamente.

Sus ojos verdes brillaban como los de un gran felino y su boca carnosa se movía con gracia. Parecía un ser sacado de uno de los cuadros de algún artista extremadamente realista. Tenía el cabello perfectamente cepillado y recogido en una coleta simple, algo baja, y rozaba la cruz de su espalda. Sólo llevaba una camisa blanca, muy fresca y veraniega, y unos pantalones negros que envolvían sus largas piernas. No llevaba zapatos. Se había descalzado hacía un buen rato para pasear por la biblioteca antes de sentarse en ese cómodo sofá y divagar como siempre.

Había estado a punto de perderlo, igual que David había perdido a Merrick. Por eso mismo, y no por otro motivo, decidí recorrer el mundo para poner en orden mis pensamientos tras lo ocurrido con los Mayfair. A él lo envié con Armand. No había nadie en quien poder confiar salvo en ese muchacho maldito de ojos castaños y pelo rojizo.

—¿En qué? ¿Sobre qué?—respondí preguntando.

—En ella—repuso.

—Concreta, Louis—dije mirándolo a los ojos mientras cerraba el libro.

—Para mí no hay otra ella, pero puede que para ti sí.

Sabía que era esa “ella”. La misma “ella” que había estado a punto de destruirlo llevándolo a la locura. Aún no tenía claro que ese fantasma infantil fuese nuestra hija. Dudaba muchísimo que estuviese en este mundo buscando venganza. La muerte debió ser liberadora para ella, aunque sabía que no estaba preparada para morir. No lo estuvo con cinco años no lo estuvo en ese entonces.

—Dejemos el tema por la paz—contesté con cierto desdén.

—No—dijo frunciendo el ceño.

—Louis...

Se incorporó, dejó el libro sobre el asiento y echó a caminar por la sala, como una canica que gira y gira sobre las baldosas buscando un lugar donde detenerse. Seguía con la vista sus pasos. Deseaba levantarme y abrazarlo, pero sabía que iba a lanzarme uno de sus dramáticos monólogos.

—¡No puedo dejar el tema! ¡Me persigue su rostro noche y día! ¡Allí donde vaya busco su rostro, intento atrapar sus rizos dorados y me lamento! ¡Era mi hija! ¡Era un pedazo de mi alma!—gritó al fin. Desahogó su ira hacia mí. A veces pensaba que él creía que yo era el único culpable, pero lo fuimos los dos.

—¿Acaso crees que no siento lo mismo?—pregunté con cierto reproche incorporándome por completo del sofá para ir hasta él.

En un arrebato lo detuvo y lo tomé por los brazos, justo por encima de los codos, pero él empezó forcejear. No quería tenerme cerca. Era como si mi presencia le quemase más que el sol mismo.

—¡Pues te veo impasible! Ya ni siquiera la mencionas...—dijo rompiendo a llorar mientras apartaba de mí.

—¿Hace falta mencionarla?—mascullé casi sin aliento. No sabía cómo reaccionar a esos arranques. Jamás lo he sabido.

—Para mí sí...—murmuró.

—Es una forma distinta de duelo, Louis—dije.

—Yo no puedo vivir sin ella. No puedo.

Sus ojos eran dos llamas de esperanza destruida. Parecían arder en el infierno. Maldita sea... ¿cómo no me había dado cuenta? Él revivía cada momento con ella desde su concepción en la misteriosa oscuridad hasta el esparcimiento de sus cenizas.

—Oh, Louis...—mascullé derrotado.

—Si no la recuerdo es como si jamás hubiese vivido. Necesito mencionarla para verla viva frente a mí—me aseguró llevándose las manos al pecho con esas lágrimas recorriendo sus mejillas igual que un paso de misterio. Parecía una de esas vírgenes misericordiosas que lloran por la muerte de su hijo clavado injustamente en una cruz.

—He adoptado una niña. Estaba perdida y sola, su madre había muerto—confesé.

—¿Qué?—dijo sin apenas aliento.

—Que he adoptado una niña—repetí con la voz quebrada— He salvado a una niña del desastre. Antes que ocurriera, Louis, la vi. La vi con esos ojos llenos de magia que Claudia perdió y cuando la escuché gritar...

—Lestat... ¡Se puede saber qué has hecho!—de inmediato se abalanzó sobre mí aferrándome con fuerza. Sus uñas parecían atravesar mi camisa negra.

—No la he convertido ni lo haré—aseguré firme mirándole a los ojos—. Pero por favor déjame fantasear que puedo salvarla como no lo hice con Claudia. Permite que pueda abrazarla, besar su frente y contarle cuentos. Déjame hacerlo. Déjame salvar mi alma y expiar mis culpas siendo el padre que no fui.

Acabé llorando, igual que él. Llorando en silencio. Nos mirábamos como dos idiotas enamorados sufriendo por la misma imagen de idílica familia que una vez tuvimos, la misma que ella destrozó por odio. Ella se sentía vencida y vacía y obró en consecuencia. La culpa fue de ambos, pero lo hicimos por amor.

—Mon coeur...


—Se llama Rose y cree que soy un ángel—añadí antes que él me abrazara como hacía décadas cuando volvimos a vernos, justo antes del concierto.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt