Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

miércoles, 5 de octubre de 2016

La verdad tras la reina.

Mael explicó cómo conoció la verdad sobre Akasha. Yo también hubiese creído a Maharet.

Lestat de Lioncourt


El imbécil orgulloso de Marius la adoraba, pero a mí no me traía buenas sensaciones pese a toda la dramática historia, de lucha y honor, que decían que poseía a sus espaldas. Mis ojos merodeaban cada uno de sus rasgos, escudriñaban en sus ojos hieráticos, y me alejaba para contemplarla sentada en su trono de oro, junto a su consorte, mientras percibía como mi viejo compañero de penurias, Marius, admiraba su belleza codiciando su amor. Yo no lograba amarla como a una madre abnegada por todas sus criaturas. Avicus me habló de ella, de la transformación que le dio a su vida. Él era un guerrero que habían convertido contra su voluntad, el cual llevaron hasta el reino vecino, el antiguo Kemet, para que ella diese el visto bueno. Se incorporó de su trono, caminó hacia él y le otorgó nuevos poderes a través de su poderosa sangre.

No fue hasta que conocí a Maharet, tras alejarme de ambos, cuando ella me confió la verdadera historia. Todo encajaba a la perfección. Acababa de salir de Venecia. Marius me había dado acogida en su casa y yo, como no, le había advertido que aquel muchacho, de hermosos cabellos cobrizos y maravillosos rasgos faciales, le traería grandes problemas y haría que vertiera miles de lágrimas. Caminaba cerca de lo que hoy es San Petesburgo. Había casi medio metro de nieve. Mis pies se congelaban, sentía en mi rostro como se cortaba con miles de navajas en cada bofetada que me ofrecía el viento, y, como no, me empeñaba en proseguir bajo aquella nevada.

Ella salió a mi encuentro. Sus cabellos rojizos ondearon en el aire como si fuera un fuego para calentar mis manos. Sin decirme nada, sólo con gestos, me hizo seguirla hasta una pequeña cueva que tenía por casa. Estaba aislada del frío, el fuego crepitaba en una hoguera y me regaló ropas secas, cálidas y casi de mi medida. Noté que toda ella estaba tejida por su inmenso telar, pero no supe cuál era el producto hasta que la vi arrancarse mechones de pelo y unirlos a sus obras. Quedé fascinado.

—Me llamo Maharet—dijo moviendo rápidamente sus dedos por su telar. Parecía una araña construyendo una inmensa tela de araña, pero en realidad sólo hacía una manta gruesa para pasar los peores días del invierno—. ¿Qué haces por aquí?

—Viajo. Quiero conocer el mundo y comprender lo que somos—expliqué notando que era vieja, pues tenía una presencia que no había captado en ningún otro vampiro, ni Eudoxia o Avicus.

—He visto que conoces a Akasha, pero no la verdad. Siéntate, acomódate junto al fuego, y te contaré lo que esa tirana logró hacerle a mi familia—susurró.


Durante horas me contó su infancia, como su madre la había educado, para finalmente hacerme ver lo que había ocurrido. Ella me habló del dolor que había atravesado su piel, así como la piel de su hermana, hasta su alma. Explicó las leyes que impuso la soberana Akasha, como Enkil sólo era un pelele y que ella se creía una diosa. No la interrumpí. Cuando finalizó su relato hasta aquella misma mañana me incorporé, caminé hacia ella y besé sus mejillas. La amaba por su entereza, su sabiduría y el poder que transmitía aunque ella sólo quería sobrevivir.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt