Julien Mayfair es un hombre que no me sorprende ya, pero a veces me enternece pese a todo.
Lestat de Lioncourt
Quedé sin ilusiones. Una vida como la
mía, sujeta a mentiras y problemas de todo tipo, termina
degradándose y convirtiéndose en un pozo oscuro. La perversión
siempre va unida de la mano de las necesidades de verdadero afecto.
Jamás creí que pudiese tener la más mínima oportunidad de ser
feliz en un mundo como el mío. El afecto venía por parte de mis
hijos, pero a veces se diluía en el fondo de un vaso de whisky con
hielo.
Para soportar el sufrimiento de una
vida impía me sentaba por las noches en mi despacho, sacaba algunos
folios en blanco, mi hermosa estilográfica y colocaba mi disco
favorito en el Victrola. Dejaba que la música envolviera la
habitación acariciando cada rincón, mientras él bailoteaba bajo la
luz tenue de mi lámpara.
Entonces, una noche cualquiera,
apareció en mi vida. Estaba en uno de esos locales de mala muerte
que solía acudir, con o sin Lasher, para festejar un negocio que se
había cerrado con éxito. Me había hecho con una pequeña fábrica
que convertiría en fundamental para la industria local, después la
vendería y el dinero lo invertiría en el fondo de la heredera
Mayfair. Ese fondo ayudaría a Stella en un futuro. Ella sería la
gran heredera, pues su madre no era más que una pobre infeliz. Mary
Beth no sabía moverse en el mundo de los negocios, además su marido
era sólo un estúpido alcohólico lleno de problemas.
Richard, así se llamaba, se convirtió
en la pieza fundamental en mi vida. Él me ayudaba a olvidarme de
todos los problemas que caían sobre mis hombros. Mi mujer decidió
abandonarme, mis hijos estuvieron a punto de darme la espalda y
Lasher era cada vez más exigente. Estaba en un periodo delicado.
Sabía que no me quedaban muchos años más. Había cumplido ya los
sesenta años y llevaba demasiado tiempo alargando mi vida,
postergando mi marcha de los negocios y evitando que alguien más
joven quedase bajo las garras despiadadas de ese fantasma.
Quise protegerlo. Nada más verlo deseé
retenerlo entre mis brazos y no soltarlo jamás. Me convertí en un
hombre lleno de celos que cuidaba con caprichos, atenciones y dulzura
a un muchacho que en cualquier momento podía ser destruido por la
rabia incontenible de un monstruo hecho de sombras, ambición y
refrescante lluvia.
No dejé de sentarme en el despacho,
pero esta vez mis memorias tenían un matiz distinto. Los niños
correteaban por la sala, aún eran muy pequeños para comprender la
importancia de mis memorias, y él bailaba ensimismado en los ritmos
de aquella melodía tan sugestiva. Mis pensamientos estaban con aquel
muchacho, delgado de cintura ligeramente estrecha, que me había
hecho caer a los infiernos del deseo, de un amor demasiado apasionado
como para dejarlo escapar, pese a rondar los setenta y ser un anciano
en comparación con sus carnes de apenas veinte años. Él desconocía
la verdad, sólo sabía que era un caballero fuera de la cama y una
bestia sobre el colchón. Nos amábamos, nos codiciábamos, y eso era
lo que yo quería que supiera. Jamás deseé que supiera que estaba
con un poderoso brujo que era capaz de asesinar mediante el fantasma
que contaminaba su vida.
¿Cuántas cosas quedaron cuando desaparecí? Quizá mi amor por él, por Stella y el dinero que amasé.
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