Lasher aparece de nuevo para recordarnos todos los pecados que cometemos.
Lestat de Lioncourt
Llegó mi momento. Ese momento que
siempre aguardé. Realmente tenía razón. Volví a la vida mientras
otros sólo eran olvido, huesos en un ataúd o simplemente cenizas.
Nadie pudo esperar que yo me detuviese. No importó el tiempo,
tampoco los caprichos que tuve que cumplir a modo de genio de la
lámpara maravillosa. Nada importó en realidad. Pude hacerlo, y eso
es lo único que merece cierta relevancia.
Elegí metódicamente cada pedacito del
árbol familiar, planté la semilla del orgullo y la traición, hice
que se regara con pasión libidinosa e incestuosa, podé lo podrido o
insignificante, y dejé mi huella en el árbol tallando mi apodo:
Impulsor.
Cuando me marché de First Street,
siendo la oveja negra de un rebaño cuidadosamente seleccionado,
sentí que mis pies volaban sobre el asfalto y que mis monstruosas
manos eran hermosas, pues sostenían a mi madre. Ella era la bruja
elegida. No se comportó como la primera, aquella que me tuvo entre
terribles dolores hacía siglos. No me apartó, no me rechazó. Ella
me abrazó pensando en lo portentoso que era, en las posibilidades
que le traería a la ciencia y en un amor irracional. Yo era su
verdadera familia, a quien debía proteger. Ilusa.
Ambicionaba volver al lugar donde fui
destruido, pero a la vez invocado. Sabía que ese círculo siempre
estaría en mi código de ADN. Era como un lugar especial que todo
ser como yo conocía. No era un secreto para mí, pero quizá sí
para los humanos. Donnelaith silbaba en mis recuerdos y se
agitaba como las grandes ramas de un fresno.
Pero no es sólo mi historia, aunque
soy el protagonista. Debo abrir paso a todos aquellos que quisieron
detenerme, al amor peligroso que se vivió en distintos puntos de
este país miserable, a las canciones y poemas que envolvieron mis
escasos días y, como no, a la orden de sabios que se condenaron unos
a otros. Es el tiempo de gozar de una verdad pútrida.
Soy la sombra que al final ofreció luz a vuestra oscuridad...
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