Feliz cumpleaños Lasher...
Lestat de Lioncourt
—Todo ha acabado.
Su voz taladró mi cabeza, perforando
con fuerza mi cerebro, mientras me decía que eso significaba que
quizá la muerte venía a buscarme. Deseaba morir. Sentía un dolor
horrible en las caderas y un vacío horrible en mi alma. Algo había
salido mal. Aún recordaba los alaridos, el parto frente a la puerta
en el hall de entrada y los golpes de Michael intentando que abriese.
Como si fuese una pesadilla. Todo parecía haber venido de una de
esas torturas bíblicas de Dios a los hombres, de esas que nadie
cree.
—Rowan....
El trino de las aves denotaba que había
finalizado la noche. Me preguntaba si realmente seguía con vida o me
había convertido en un fantasma, como la mayoría de nuestros
familiares. Los pasos sobre la madera hacían vibrar mi cuerpo, así
como mi alma. Sabía que había un peligro ahí fuera, pero no era
capaz de abrir los ojos.
Podía percibir presión en mis senos
de vez en vez, unas manos enormes acariciando mi vientre y el calor
que desprendía otro cuerpo. No obstante, no era capaz de averiguar
qué era. Gemí, creo que lo hice, entre el dolor y el placer. Mis
piernas se agitaron como unos pobres peces fuera del agua y mis dedos
acariciaron la rugosidad del suelo.
Al final, algo me incorporó y me llevó
hasta el sofá. Pude aspirar bien el aroma de su cuerpo, el cual me
brindó un deseo que corrompió cualquier otra sensación o
sentimiento. Quise palpar esa figura con la misma pasión que lo
había hecho hacía meses a mi reciente esposo. Mis ojos se abrieron
cuando noté el mullido asiento del mueble.
—Madre, madre...—decía con una
sonrisa tan similar a la suya, pero con una boca idéntica a la mía.
Sus ojos tenían la belleza de los de Michael, pero la suspicacia de
los mismos que veía cada mañana al mirarme al espejo.
—¡Quién eres tú!—grité
aturdida—. ¡Mi bebé!—chillé palpando mi vientre mientras
notaba que estaba desnudo, así como yo tenía mal acomodada la ropa.
No estaba mi hijo en mi vientre, lo cual me decía que había
parido—. ¡Dónde está mi hijo!
—Yo soy tu hijo—advirtió—. Soy
tu regalo de Navidad, madre.
El resto de la historia ya es vieja y
conocida. Han pasado más de dos décadas y sigo sintiendo miedo,
preocupación y un deseo extraño de proteger todo lo que él era.
Sabía que era un monstruo, sabía quién fue en otro momento,
comprendí entonces que Lasher, el ser que estaba frente a mí, había
ocupado el cuerpo de mi hijo. Si bien, no dejaba de ser mi hijo. Era
mi criatura. No tenía mucho más en este mundo. Pensé que si dejaba
que el resto de la familia, la comunidad científica y el mundo
entero se enteraba de este suceso, quienes podrían señalarlo de
milagro o maldición, podría acabar con él y conmigo en alguna
institución. Sería usada como si fuera un alienígena y él, él
podría ser convertido en objeto de laboratorio y vivisección.
Reconozco que quedé impresionada, pero
no iba a permitir que lo destruyeran. Conservaría a mi hijo, del
mismo modo que le permitiría vivir. Sería yo quien lo investigara,
yo quien lo protegiera, yo quien hiciera de madre y compañera.
Además, su aroma me confundía. Parecía un ángel, su perfume era
atractivo y el deseo me envolvía por completo.
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