Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 16 de enero de 2017

Abandóname

Se lo tuvo que decir Stella... ¡Se estaba volviendo como Carl! 

Lestat de Lioncourt

Jamás me había sentido de ese modo. Había dejado constancia de mi negativa ante el hecho que Mona Mayfair, una de mis descendientes más poderosos, se convierta en vampiro. Estaba absolutamente seguro que esa nueva vida no era para ella. Quería volver tras nuestros pasos e impedir que se enamorara perdidamente de Tarquin Blackwood, otro de mis descendientes pese a no llevar mi apellido. Admito que él es muy parecido a mí físicamente y posee una bondad absurda, pero no era el momento ni la situación que ella merecía. Prefería verla marchitarse, uniéndose a nosotros los fantasmas de la familia, antes que convertida en un monstruo.

Usualmente me aparecía para ella. Me sentaba a los pies de su cama y teníamos largas conversaciones. Podía ver en sus hermosos ojos la tristeza y la dureza de una vida dedicada a no ser escuchada ni amada, pero sí usada casi como criada. Ella había cuidado a mi hermosa Evy, su bisabuela, que apenas hablaba y cuando lo hacía era para sentenciar a más de uno en esta vida.

Tendida en la cama, con esos hermosos cabellos de fuego y esa piel tan pálida cubierta de pecas, parecía una muñeca aguardando el momento de cobrar vida. Una vida que se escapaba de entre sus dedos. Podía observar el gotero bajar hasta su intravenosa y como los médicos iban y venían, entre ellos mi otra descendiente Rowan Mayfair, que se preocupaba por sus análisis y comodidad de la joven.

Ocasionalmente el padre Kevin Mayfair venía a verla. Rezaba el rosario con ella y le aseguraba que había un lugar mejor. A mí me obviaba. Sé que me podía ver ese maldito pelirrojo mea pilas, pero hacía como si yo no existiera. Quizá porque le imponía demasiado respeto o tal vez porque si me sentía tras él, observando su ancha espalda, no era capaz de mirar con apetito a una pobre muchacha enferma.

—Tío Julien—dijo aquella noche en la que estaba a punto de marcharse.

—Ya no soy tu tío—respondí molesto sin hacer acto de presencia de mi físico fantasmagórico.

—Oh, vamos... Sabes que es mejor que pueda vivir para siempre cumpliendo mis sueños, viviendo la vida que no he vivido. No puedes ser tan egoísta—susurró lo último como si temiese mi reacción.

Entonces aparecí frente a ella con uno de mis elegantes y sofisticados trajes hechos a medida, con el reloj de plata en mi bolsillo y el bastón en la diestra. Aparentaba unos cuarenta años. El cabello oscuro estaba ligeramente canoso, bien peinado y parecía las ondas que deja sobre la arena las olas del mar. Tenía un aspecto pulcro y gallardo, el cual no se puede comparar con el imbécil de Lestat.

—Dejas la familia—dije golpeando suavemente el césped crecido de aquel trágico cementerio—. Mira como quedó Merrick... ¡Ah, pero ella se involucró mucho antes en todo esto!

—No voy a morir—su sonrisa era la de una niña, no la de una mujer. Parecía tan ilusionada y segura que sólo pude apartar mis ojos azulados de los suyos, los cuales parecían el mismo césped que pisábamos ambos.

—Me dejas, me dejas... —respondí con congoja—. Quería estar a tu lado como ocurre con Stella. Nos abandonas. ¿Qué será de ti sin que yo pueda cuidarte?

—Tengo a mi Noble Abelardo—respondió orgullosa—. Además, voy a tener los conocimientos más antiguos sobre vampirismo.

—¿Y qué hay de los conocimientos antiguos de los brujos de tu familia?—pregunté ligeramente indignado.

—Los sé todos gracias a ti.

Escuché como soltó una risa fresca y se aproximó hasta mi aparición. Entonces hizo algo que hacía mucho tiempo no intentaba. Colocó sus manos sobre la mano de mi bastón. Sólo podía sentir el calambrazo de mi energía, pero no mi vieja piel. Ambos nos miramos con amor y desconsuelo, para luego desaparecer.

Stella me aguardaba en la habitación que habían preparado para Lestat. Estaba hermosa esa noche. Vestía con aquel bonito vestido blanco y el cabello negro con hermosos lazos. Sabía que usaba su etapa más feliz, aquella que vivió cuando era una niña, para recordar los buenos tiempos que habíamos vivido.

—Se marcha—dije apenado.

—Sí, se marcha. Me alegra que se vaya. Deja de ser tan cascarrabias. Te estás convirtiendo en algo similar a Carl—decía bailando por la habitación con su falda del vestido ligeramente remangada en el borde. Movía sus zapatos de charol de un lado a otro en pequeños brincos y arrugaba la nariz. Se divertía.

—Mujeres...—siseé—. Jamás os entendí del todo.

—Ni te hacía falta, tío Julien. Tenías a Richard para consolarte ante tu falta de comprensión, ¿o mejor interés?—dijo deteniéndose para luego echarse a mis brazos.


—Oh, diablillo—suspiré.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt