Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

martes, 11 de julio de 2017

Secretos

La amistad es así, ¿no? Tú me cuentas y yo te cuento.

Lestat de Lioncourt 

—Sinceramente, no sé como lo logras.

—Es fácil cuando eres un Mayfair.

Habíamos tenido esa conversación en varias ocasiones. La última fue aquella noche. Fue poco antes que todo empezase a ser más truculento alrededor de nuestras vidas. Dejamos de hablar de ello, por supuesto. También nos olvidamos de las apuestas demasiado cuantiosas. Ya teníamos cierta edad y no nos conformábamos con una vida cómoda, pero tampoco deseábamos arriesgar la escasa tranquilidad y felicidad que ambos teníamos. Creo que fue poco antes de marcharse a Italia, concretamente a Nápoles, cuando se desencadenó una profunda charla que aún hoy recuerdo.

Parecía entusiasta con su última conquista. Era una joven de la calle que ejercía el oficio más antiguo del mundo. Había venido de Gran Bretaña, era irlandesa, y poseía una belleza increíble. No hablé jamás con ella, pero la sonrisa maliciosa que tenía en sus labios cuando se acercaba a él tras las partidas de poker jamás me agradó. Era como si supiera que sería traicionado.

Por mi parte me hallaba envuelto en diversos amoríos. Todos sabían que era un hombre que no tenía miedo a conquistar una cama tras otra. Me revolcaba con cualquiera según las suposiciones de los que creían conocerme. Pero era falso. No lo hacía yo. Era el Impulsor, ese que llamaban “El Hombre”, quien manejaba mi cuerpo y lograba hacer tales pericias. En realidad era un amante adorador de los libros, las tazas de chocolate caliente y los bailes tranquilos. También me perdía el juego pero sólo por la adrenalina del momento. Él era quien bebía, fumaba el triple que yo en mi hermosa pipa y se dejaba la piel en las relaciones amatorias. Al menos lograba ocultar mi verdadera sexualidad en un tiempo donde todo se veía prohibido.

Apenas se estaba eliminando la esclavitud. Por mi parte jamás fui un esclavista nato. Siempre había ofrecido algunos billetes a mis empleados. Para mí era ingrato no darles algo del beneficio que adquiría día tras día gracias a sus manos y el sudor de su frente. Así que no se podía exigir demasiado a una sociedad que veía la mano de obra infantil como algo normal y la mujer como alguien sometida al marido. Tenía que aparentar y ese maldito fantasma lo hacía por mí.

—Los Mayfair sois extraños. Jamás he visto a un hombre como tú en vuestra familia. Son las mujeres quienes llevan el peso del apellido. Tu hermana, por ejemplo, no parece muy por la labor y tú asumes el riesgo. Es muy extraño—opinó recostado hacia atrás en la silla.

Manfred jamás fue atractivo. Ni siquiera en aquella época. Era un hombre de entorno a los cuarenta años, con alguna entrada, ojos pequeños que parecían canicas y una boca generosa. No, definitivamente no era el canon de belleza griego. No obstante conseguía amantes desde antes que enviudara, pero él siempre las rechazó. Por aquel entonces se dejaba querer. Estaba solo, arrepentido y buscaba una mujer que pudiese cuidar de sus hijos. Un error garrafal si me lo preguntan.

—Te contaré algo ahora que estamos a solas—dije notando que nadie nos escuchaba. Estábamos en una pequeña habitación, con un par de copas de más, las cartas regadas sobre la pequeña mesa y el sonido de los cánticos de los borrachos a nuestras espaldas tras una puerta mal encajada. Me sentía en ese momento libre y cómodo para decirlo—. Hay un espíritu o fantasma que nos acompaña. Él dicta las normas. Quien lo ve queda a su cargo y le ayuda a enriquecer a la familia. Mi hermana es una pobre desdichada que jamás lo ha visto y yo sí. Lo veo desde siempre. Con tres años asumí mi papel y hace tiempo que tengo las manos manchadas de sangre. No soy un hombre honesto y además hago trampas. Él me ayuda, Manfred. Eso es todo.

—Te diría que estás loco, pero he visto fantasmas rondando por las viejas vigas de las distintas alcobas que he visitado con mis jovencitas—respondió—. Y también he visto un monstruo distinto. Uno hermoso y que camina por la tierra aunque juraría que está muerto.

—¿Un monstruo?—pregunté con intriga.

—Un vampiro.

Ambos nos miramos durante algunos segundos y sentí que mi corazón se aceleraba tanto como el suyo. Sonaban como tambores de guerra.

—Ella me dio la fortuna que poseo a cambio de hacerle un Santuario para descansar de su compañero. De vez en vez necesita alejarse de la criatura que lo hizo. Y digo lo hizo porque a veces es hombre y otras veces es mujer. Me resulta confuso darle un género o un sexo—dijo asumiendo que podía tacharlo de loco como hacían todos, pero no fue así.

—Ni una palabra del Hombre a nadie—dije.


—Lo mismo te digo de Petronia.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt