Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 1 de octubre de 2017

Unión de dos

Y por esto, chicos y chicas, Marius no quiere saber nada de los dos...

Daniel x Armand...

Lestat de Lioncourt 

—Él cree que tienes la culpa de todo lo que ha sucedido entre nosotros.

Al fin habló. Había entrado en la biblioteca donde me encontraba leyendo con ese aspecto de joven trasnochado. Ya no llevaba esas gafas redondas de montura endeble, sino que dejaba a la vista sus ojos violetas. Tenía el flequillo revuelto, algo pegado a la frente por el sudor sanguinolento que recorría esta como pequeñas estrellas dispersas en el firmamento, y la vista cansada. Parecía fatigado, pero a la vez su piel lucía lozana por haber bebido una buena cantidad de sangre. Su camiseta estaba algo arrugada, mal metida dentro de su pantalón vaquero, y los cordones de una de sus deportivas oscuras estaban sueltos.

—Marius siempre cree que el resto del mundo tiene la culpa de sus desgracias.

Comenté dejando a un lado “Historia de dos Ciudades” mientras me acomodaba mejor en el sillón reclinable que había instalado para mayor comodidad. Tal vez era un “parche” en un lugar tan refinado como el que había logrado recuperar y embellecer con esculturas talladas en madera de caoba, frescos y numerosas estanterías repletas de libros que ya no se veían en las librerías. Sin embargo, vi esta maravilla y no me pude resistir a adquirirla. Por otro lado, yo también vestía como un elegante burócrata, uno de esos yuppies neoyorquinos. Había adquirido un nuevo traje diseñado en exclusiva para mí con una línea clásica, era de lana y tenía un tacto muy agradable. También llevaba chaleco a juego, zapatos oxford, camisa de algodón blanca y el cabello largo peinado hacia atrás atado en una coleta y con algo de gomina.

—Pero, ¿y si tiene algo de razón?

Razón, ¿Marius? Ni hablar. En ese caso no. Tal vez sobre la necesidad de incorporar reglas, establecer prioridades y sobre arte. Sin embargo, ¿sobre lo demás? Nunca. Era un hombre que siempre se basaba en su propia opinión y jamás tenía la ajena en cuenta.

—Tú no eres un objeto, yo tampoco—. Respondí alto y claro con la mayor brevedad posible—. Cada uno es libre de estar donde desee estar. ¿No es eso libre determinación? ¿No es eso la libertad que él tanto promulga?

—Armand, lo sé. Sin embargo, siento que le debo el haber cuidado de mí.

—No le debes nada, Daniel—contesté apoyando los codos en los brazos del sillón—. Él cuidó de ti porque así lo quería y sentía, por lo tanto no puede exigirte retribución alguna al respecto.

Hablaba la voz de la experiencia. Durante muchos años pensé que le debía la vida por haberme salvado en dos circunstancias muy precarias. Una de ellas fue cuando me adquirió como esclavo, la otra cuando no me permitió morir envenenado después de la refriega con ese maldito imbécil que me quería como si fuese su puta privada. Sin embargo, me di cuenta que lo hizo por egoísmo. Él quería ser amado aunque nunca logró abrir del todo su corazón. Deseaba idolatrarme como si fuese la figurita de uno de sus viejos dioses o un querubín auténtico, para que yo lo alabara como se alaba a Dios de rodillas y completamente ciego.

—¡Pero me siento un cobarde!—gritó—. Yo aún le amo y respeto.

—Pues corre a sus brazos—dije tras arquear las cejas y sentirme confuso. Si tanto le amaba, ¿qué hacía aún aquí? Debía ir a la Corte donde estaba Marius esperándolo.

—Sí, sé que puede parecer esa la solución, pero no es tan fácil—comentó acercándose a la mesa con aires dubitativos—. Yo no lo amo de ese modo.

—¿Y cómo lo amas?—pregunté.

—No tanto como a ti. Me he dado cuenta que donde debo estar es a tu lado.

En otro tiempo hubiese reído como un adolescente y corrido a sus brazos. Estoy seguro que lo hubiese besado y pedido que no se marchara de mi lado. Incluso habría llamado al servicio para que preparara una habitación espléndida para que se quedase. También le habría comprado una nueva máquina de escribir, ordenador o lo que quisiera para que siguiera ejerciendo como periodista a las órdenes de Benjamín. Pero, ¿ahora? Lo miraba con suspicacia. Podía decir que me amaba, por supuesto, aunque no iba a creerlo con la suma facilidad de otros tiempos.

—Felicidades—dije tras aclarar la voz.

—Armand, por favor—su tono sonó a ruego, un ruego similar al que yo solía hacer a Marius—. Quiero que me escuches como yo nunca lo he hecho contigo.

—Exacto. No lo hiciste—. Me incorporé y eché a caminar sin vacilar ni un segundo en dirigirme hacia donde se encontraba y quedar a escasos centímetros. Alcé mi rostro y lo miré a los ojos con los míos pardos, al borde de la ira y la derrota—. Decidiste que hiciese algo obligado. Sabía que no estabas preparado y queme aborrecerías. Tenía tanto miedo, Daniel. ¡Y me obligaste!—grité finalmente sin pudor porque sentía que mi alma se hacía añicos. Además me aferré a él, lo hice como si fuese mi todo y yo me fuese a convertir en un mero fantasma.

—Ya basta... ¡Basta de reproches!—dijo agarrándome de los brazos provocando que me quedara aún más pegado a él, aunque no moví los pies de mi lugar.

—Yo no he sido quien ha empezado—. Susurré aquello a pesar de saber que sí había sido quien inició todo.

—Armand...—balbuceó mi nombre tras un largo suspiro. Tenía la voz quebrada.

—Dime—dije alzando de nuevo la mirada.

—Yo te amo a ti por encima de todos.

Aquello hizo que mi corazón comenzase a latir desbocado. De nuevo ese sentimiento, otra vez esa pasión que no podía controlar ni remediar. Creí que me volvería rematadamente loco.

—¿Y qué quieres decirme con esto?—pregunté.

—Quiero estar contigo... —susurró.

—Oh, vaya. No esperaba algo así.

Realmente no lo esperaba. Él siempre había huido de mí.

—¿Por qué eres tan duro?

—Porque mi corazón está lacerado y nadie ha deseado cuidarlo. Siempre he sido abandonado y perjudicado. Nunca me han querido escuchar—iba diciendo cuando de repente comenzó a besarme y a quitarme la ropa.

En segundos estábamos desnudos mientras retrocedía hacia la mesa de escritorio bellamente tallada con motivos del cielo y el infierno, en representación de mis pesadillas y carencias religiosas. Quería recuperar la cordura, pero era imposible. Además ambos seguíamos un tratamiento de recuperación del deseo sexual, el cual estaba marchando demasiado bien. Ya no sólo éramos adictos a la sangre, sino que podíamos hallar placer en tocarnos y tocar a otros.

Sus manos, firmes y mucho más grandes que las mías, se aferraron a mis glúteos y los azotaron antes de tomarme de las caderas y subirme a la mesa. Sus ojos eran los de una fiera y los míos también eran bastante salvajes. Ambos miembros se irguieron como flechas hacia el techo y pude notar como su diestra bajaba hasta el interior de mis glúteos, acariciaba mi entrada y hundía un sólo dedo para acabar jadeando cerca de mi boca entretanto yo cerraba los ojos, mis mejillas se coloreaban de un rojo vivo y mi boca dejaba escapar un quejido junto a un pequeño gemido.

No quería pensar en las noches que él habría vivido con Marius. Sentía celos de no haber sido él, de no haber sido salvado una vez más por mi maestro, pero también por no haber sido yo quien le recuperase y amase durante todo este tiempo. Rabia, miedo, desesperación y todo convertido en un deseo sexual que no podía controlar. Mis piernas se abrieron más mientras él me estimulaba y besaba. Su boca soltaba la mía únicamente para mordisquear mi cuello y pezones, los cuales estaban tan duros como mi hombría y la suya.

Al final, él decidió sacar su mano, abofetearme, girarme en la mesa, acomodarme como le pareció oportuno y tomarme del cabello jalando fuertemente de mí a la vez que me penetraba. No hubo paciencia ni ternura, sólo una directa penetración mientras gruñía mi nombre. Yo, por supuesto, me aferré a la mesa como un gato que se afila las uñas en un mueble nuevo. Las embestidas eran rápidas, fuertes y profundas. Abría bien mis piernas, me aferraba como podía y movía mis caderas al mismo ritmo pero de forma contraria. Mi próstata era estimulada por su glande y mis ojos se embarraron en lágrimas sanguinolentas. El libro cayó de la mesa hacia el suelo quedando abierto con las pastas de bella encuadernación hacia arriba.

Pronto lo único que se escuchaba en la biblioteca eran sus testículos y el chapoteo de la fricción de su miembro en mi entrada que ya estaba llena de fluidos. Sentía como mis pezones se rozaban sobre la superficie de la mesa, así como mi miembro lo hacía. No era capaz de acariciarme como me hubiese gustado, como siempre me ha gustado, porque la violencia de aquel sexo me impedía moverme. Era una presa en manos de una bestia hambrienta que había convertido mi traje en guiñapos arrugados junto a su ropa barata.

De un momento a otro, sin saber cómo, se inclinó y me mordió mientras eyaculaba provocando que yo también lo hiciera. Su boca en mi nuca me había hecho sentir el paraíso bajo mis pies, además también estaba su eyaculación presionando con un fuerte chorro mi próstata.


A partir de esa noche Marius me ha dejado de hablar y él ha decidido instalarse en Nueva York.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt