Louis y Viktor ocasionalmente se reúnen a mis espaldas. Voy a tener que pedirle a Amel que me diga todo lo que hablan.
Lestat de Lioncourt
—Al final lo has logrado. Ya tienes lo que siempre has deseado—dije
mirándolo con cierta preocupación en mi semblante. No podía evitarlo.
Ante mí tenía la copia perfecta de Lestat. No cabía duda
alguna que eran genéticamente idénticos. Incluso se sentaban igual en la mesa,
salvo que Viktor no colocaba sus botas en el borde ni jugueteaba con sus dedos
por los relieves de las esquinas.
—Me dices esto como si realmente fuese un funeral—murmuró
quitándole peso al asunto. Pero para mí
había una enorme lápida que pendía de un hilo, igual que la espada de Damocles,
queriendo aplastarlo hasta convertirlo en una masa viscosa de sesos, carne
picada y huesos astillados.
—Eres un inconsciente como tu padre—repliqué.
—Un soñador, prefiero decir que soy un soñador—dijo
levantándose de su asiento, para luego colocar sus manos sobre la mesa e
inclinarse suavemente hacia delante.
Estábamos en la biblioteca “francesa” de Armand. Los libros
estaban perfectamente colocados por los sirvientes, pues Lestat los había
estado desordenando noches atrás. Creo que había leído más de la mitad de los
volúmenes mientras conversaba de vez en vez con Amel. Ese espíritu no paraba de
hablarle de cosas que conocía del resto de vampiros, secretos que el mundo ya
se había tragado en el olvido y que él recuperaba para vomitarlo con palabras
elegantes entre susurros.
Viktor vestía una camisa celeste y un suéter azul marino con
el cuello en forma de pico. Sus pantalones eran unos tejanos negros de vestir
de una marca popular entre los jóvenes. Las botas eran similares a unas que
tenía Lestat y por un momento pensé que eran las mismas, pero recordé que su
padre era algo más bajo y tenía un par de números menos en el calzado.
—Un iluso, Viktor—siseé.
Él se echó a reír saliendo de detrás del escritorio para
quedarse tras mi espalda. Sus dedos largos y finos, tan parecidos a los de
Lestat, se colocaron sobre mis hombros apretando suavemente mientras yo
suspiraba. Su colonia era algo menos intensa y más fresca, pero yo seguía
prefiriendo la de su padre porque me traía buenos recuerdos que nunca he
querido olvidar.
—Esto ya no es una condena. No implica que esté maldito y
vaya a tener que estar refugiado por siempre en un mundo lleno de oscuridad,
sin belleza y sin esperanza—hizo un inciso para inclinarse y besar mi mejilla
derecha. Después con cariño susurró cerca de mi oído una frase que había
escuchado mil veces en las últimas horas en los labios de ese descarado
proclamado “Príncipe de los Vampiros”— No es una maldición.
—Sé que no es una maldición, pero la oscuridad sigue
presente—respondí de inmediato levantándome—. Siempre hubo belleza, Viktor,
pero también la belleza trae consigo muerte y autodestrucción—me giré para
verlo provocando en mí un estremecimiento. Era como ver una copia exacta de ese
maldito cabrón.
—Realmente eres pesimista…—dijo tomándome del mentón.
Pese a su buena educación y su ropa ligeramente diferente a
la de su padre era tan descarado como él. No había pérdida. Lestat estaba ahí
bailoteando en su ADN impulsándolo a ser igual de iluso, torpe y terco. ¿Y no
era eso lo que provocaba que lo amara de ese modo? ¿Y yo qué era? Un maldito
cobarde que siempre negaba lo evidente. Me mentía a mí mismo y jugaba a no
quererle, pero le quería. Sin duda alguna yo amaba a Lestat más que a cualquier
cosa en este mundo.
—No, sólo soy demasiado realista— dije mientras él apoyaba de
nuevo sus manos en mis hombros y ponía su frente contra la mía. Esos maravillosos
ojos azules se clavaron como dagas en los míos—. Temo que la situación
desemboque en algo terrible para ambos.
—¿Hablas de Rose?—preguntó con una ligera sonrisa de
enamorado. Cada vez que decía su nombre sus ojos brillaban. No me había fijado
en ese detalle jamás pero Lestat también poseía ese brillo cuando pronunciaba
mi nombre. Me sentí entonces un imbécil. Siempre había tenido el corazón de su
padre en mis manos y había despreciado todo creyendo que era el culpable de mis
desgracias y desvelos, pero en realidad yo era el culpable de toda la locura
que él cometía. Me di cuenta que si estaba al lado de Lestat quizá dejaría de
actuar como un idiota.
—Adoro a Rose. Salvé su vida hace unos años, Viktor. Para mí
es tan hija mía como de Lestat—dije aquello de todo corazón. Realmente apreciaba
a esa niña como si fuese mía.
—Sé que aún lloras la muerte de Claudia.
Al pronunciar su nombre creo que mis ojos se entristecieron
lo suficiente como para hacer que Viktor me rodeara. Me abrazó con cariño
sincero y acarició mi espalda con ambas manos. Quería consolarme, pero el
consuelo jamás llegaría a mi alma porque yo había sido el verdugo de una
criatura inocente durante demasiados años.
—Claudia es parte de mi sufrimiento diario, de una tortura
que jamás va a terminar. Me temo que llegará el Juicio Final y seguiré
sufriendo por sus cabellos dorados, su rostro de muñeca y sus palabras
crueles—susurré con la voz tomada.
—Te prometo que no me echaré atrás. Soy un Lioncourt y no
temo a nada—afirmó.
—Ten cuidado… tu padre decía que no temía al Diablo y un día
se presentó ante él para bailar con su mismo ritmo—bromeé apartándome mientras
le daba pequeños golpes en el pecho—. Por mucho que Faared te haya dado una
educación esmerada eres igual que tu padre.
—¿Y eso es malo?—preguntó.
—Tal vez para David… —dije provocando que ambos nos riéramos
mientras nos volvíamos a abrazar.
Viktor es un inconsciente pero intenta hacer bien las cosas.
Nunca dejaré de temer por él porque jamás he dejado de temer por Lestat y por
todos aquellos que amo.
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