Mi hijo eligió bien. Eligió a una mujer bondadosa y llena de luz... ¡Pero tenía que ser mi niñita! ¿Por qué?
Lestat de Lioncourt
Recuerdo su rostro relajado mientras
acomodaba la almohada tras su cabeza. Su cuerpo era liviano y parecía
frágil. Tenía una piel suave y delicada parecida a la leche de
almendras. Habían logrado salvar su vista y esperaba ahora que
despertara, como si fuese La Bella Durmiente o Blancanieves, mientras
que yo no era ningún Príncipe Azul. De hecho no debía estar en esa
habitación porque podía confundirla, pero me había preocupado
tanto por ella y despertaba tanta curiosidad en mí que me sentía
atraído como las moscas a la miel.
Me quedé allí de pie con ese enorme
ramo de flores campestres, donde había girasoles, amapolas y un
sinfín de flores llamativas como margaritas con pétalos violáceos
u otras cuyo nombre desconocía, esperando que despertara. Había
leído muchas novelas románticas cuando era un niño. Mi madre no
solía comprar cuentos para mí porque decía que era mejor que
empezara con literatura de adulto. Creo que Charles Dickens fue uno
de mis autores favoritos cuando era apenas un mocoso de siete años,
pero también leía a escondidas sus libros y las novelas de amor
eran maravillosas. Podía leer el romance de hombres y mujeres sin
pudor alguno, entregado uno al otro sin miedo, haciéndome sentir
ligeramente triste porque ella nunca pudo amar al hombre de sus
sueños. Mi padre no se detuvo y jamás permaneció por más de dos
horas a su lado. Así que esa escena de una muchacha desvalida
encajaba en esas novelas que hacían suspirar a mi madre y que
alimentaba mi curiosidad por las relaciones personales.
Ella había estado cerca de mi padre.
Posiblemente lo conocía bien. No sabía cuánta información podría
darme de mi progenitor. Yo era casi un clon. Fareed había logrado
aislar la genética de mi madre y dejarme sólo la de mi padre. Mi
cerebro era similar al de él, todo yo era una copia exacta, salvo
que había tenido mejor educación y alimentación provocando que
desarrollara mayor cantidad de músculo, estatura y conocimientos.
Sin embargo, esperaba que ella me diese la valiosa información que
nadie me daba. Quería saber como le brillaban los ojos al reír o la
forma en la cual arrugaba la nariz cuando se molestaba. Necesitaba
saberlo.
Sin embargo, no despertó esa tarde ni
las siguientes. Cada día que pasaba me enamoraba más de ese
semblante sosegado entregada a un maravilloso sueño, pues sonreía.
Pensé miles de veces que posiblemente se sentía reconfortada entre
los brazos de mi padre o entre los de sus tías. Si bien un día
despertó mientras yo miraba por la ventana pensando en qué le diría
al despertar. No sabía como abordar el tema y el parecido debía ser
asombroso. Pero tanto mi padre como yo somos demasiado torpes y
directos. A veces decimos las cosas sin pensar aunque tengamos un
discurso programado.
Hoy ella duerme con ese mismo
semblante. Está recostada en nuestra cama. Sus largos cabellos
negros manchan las sábanas blancas de algodón. Hemos hablado de la
posibilidad de tener hijos en un futuro aunque condenaríamos a
nuestros hijos a la oscuridad. No somos ya lo que se dice humanos,
pero tampoco somos monstruos. Ella quiere tener hijos y yo deseo que
sea feliz. La descendencia para mí no es importante, pero admito que
me hizo sonreír la idea al imaginar que podríamos contribuir al
mundo con un par de niños sanos gracias a los laboratorios de mi
otros padres, Seth y Fareed.
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