Parte 10 - III
Marius me había estado siguiendo el
paso de forma sumamente cautelosa. Seguramente temía que volviese a
quedar enredado en algún tremendo lío y ésta vez terminara más
que apuñalado. Si bien, cuando se aproximó a mí lo hizo saliendo
de su escondite mostrando toda su fuerza. Sus manos se colocaron
sobre mis hombros como los de un ángel que busca darle consuelo a un
pobre idiota.
-Maestro- así lo llamaba pese a los
años que habían pasado, él siempre sería mi maestro. Me giré al
ver sus manos apoyadas sobre mis hombros que parecían más
estrechos, débiles y casi hundidos. Miré sus ojos profundamente
antes de girarme hacia los restos que se hallaban frente a mí.
-¿Debería? Tal vez... ¿Crees que
funcionaría?
Movió su cabeza en una lenta negación
provocando que sus cabellos rubios en color pajizo, como el vino
joven de las uvas blancas o la harina de maíz, cobraran cierta vida.
Sus ojos de color gélidos bordearon mi figura y apretó suavemente
mis hombros. Sabía que deseaba asentir, pero tuvo que ser sensato.
-No, Lestat- dijo abrumándome con su
voz tomada por los hechos que tenía ante él-. Ellos así lo han
decidido y ha sido su voluntad. Nada podemos hacer. Aún si les
ofrecemos nuestra sangre ten por seguro que volverán a hacerlo,
tarde o temprano- apretó de nuevo mis hombros y yo creí que me
desvanecería.
En ese momento rompí a llorar
golpeando el altar donde las llamas habían acabado con Tarquin y
Mona. Se habían llevado a dos criaturas que amaba, de igual modo que
se llevaron a Merrick una vez. Mis lágrimas se agolpaban con fuerza
en mi ojos y un lamento amargo rasgaba mi garganta. Me sentía
culpable, pues hasta que no me involucré con ella todo estaba bien,
o al menos en calma.
Se agachó ligeramente para palmear mi
espalda intentando dar consuelo. Si bien, nunca le agradó la forma
en la que siempre me comportaba, no podía ser tan cruel como para
dejarme ahí sin palabras que suavizaran el dolor.
-Son cosas que no podemos evitar...
anda ponte de pie y demos a ambos una merecida sepultura, volvamos a
la mansión que ahí te espera tu amante y la madre de vuestro futuro
hijo. Y aunque suene cruel, míralo por el lado amable, la joven
bruja ya no va a atormentarte.
-Marius... es mi culpa- respondí
negando mientras me abrazaba a mí mismo deseando que estuviese allí
mi madre, aunque el consuelo sería igual de cruel y nefasto.
Recordar que Mona ya no estaba y que Quinn no volvería a buscar su
apoyo me desesperaba.
Los ojos de gato enmarcados en una piel
suave, como la de un niño, con una boca bien encajada llena de
sonrisas amargas. Ese joven taciturno que esperaba un milagro cada
día, fuese cual fuese, se había evaporado del mismo modo que la
radiante, libre, caprichosa, sensual y altiva bruja que convertí en
hija. Siempre me recordó en parte a Claudia por los caprichos que
tenía, un tanto a mí porque no tenía límites y un poco a toda la
sociedad corrupta que siempre te llamaba con cantos de sirena. Nunca
tuvo nada bueno en su vida y lo poco que tenía no sabía cuidarlo.
En el fondo de mi corazón sabía que fue un consuelo para ella
encontrarse con él en medio de las llamas.
-No es momento de buscar culpables
-declaró-. Lo hecho está hecho, si bien no hay forma de retroceder
el tiempo y por ello hay que afrontar la realidad. Llórarles todo lo
que quieras, pero vive tú por ellos - se adelantó unos pasos frente
a mí.
Marius con sumo cuidado comenzó a
recoger los restos y las cenizas. Sabía que estaba demasiado abatido
para tocar los frágiles huesos que sólo con un par de toques se
volvían polvo. Buscó con su severa y apacible mirada cualquier
recipiente que pudiese usarse por urnas. Cerca del altar había un
par de recipientes metálicos, los cuales tenían cierto parecido a
una urna convencional aunque posiblemente era donde se guardaban las
ostias consagradas y algunos útiles de misa.
Sus largos dedos manchados de hollín
tocaron el frío metal, lo llevó contra sí como si los abrazara y
comenzó a guardar con cuidado cada pedazo de ellos. De mi buen amigo
no quedaba nada, salvo un colgante que llevaba con un camafeo que
quedó casi destrozado. No sabía si era de su tía o Petronia, su
creadora, se lo había ofrecido. Rompí en un llano más amargo
cuando vi como caía en el pequeño recipiente, y aún más cuando
metió en otro una hebilla del pelo, la cual solía sujetar algunos
mechones rebeldes de hermoso cabello de Mona. Mi alma se rompía a
pedazos y sentí un dolor punzante en mi corazón. Deseé reconstruir
sus cuerpos y darles sangre.
-Hay que darles entierro y dadas las
circunstancias deben enterarse sus allegados. El hijo de Tarquin, sus
empleados, su tío, el hombre que está aún ahí fuera esperando que
su amado pupilo aparezca, su creadora y el resto de inmortales que le
llegaron a amar, respetar y sobre todo desear a su lado aunque fuese
por unas horas.
-Lo correcto es esparcirlas por el
Santuario- en ese momento sentí una agobiante sensación. Petronia
lo sabía, seguramente ya lo sabía. Uno siempre tiene corazonadas
cuando una de tus creaciones, más o menos apreciadas, muere-. Hay
que buscar a Petronia y decirle la verdad... sólo porque ella lo
creó.
Siempre hablaba de su creador como
mujer, pues como hembra se sentía más fuerte y de ese modo quería
verse frente a Arion. Era el corazón de una hembra el que se entregó
al vampiro de color café, ojos almendrados y piel suave. Ella fue
tachada de monstruo al tener ambos sexos, pero siempre demostró ser
más amazona que esclavo, más mujer abnegada a un arte cuasi divino
que un artesano paciente, una mujer llena de placer y amor para
ofrecer únicamente al hombre que veneraba y que ante otros mostraba
una coraza, aunque sabía que quería a Tarquin su manera porque
todo padre ama a sus hijos a su modo.
-Ya habrá tiempo para eso, primero lo
primero- comentó con ambos contenedores de ceniza en sus regazos -.
Vamos al Santuario y luego daremos el aviso -sostuvo las urnas con
una mano y extendió la otra para ayudarme a ponerme en pie-. Yo me
haré cargo de comunicarlo si tú no te sientes en condiciones, pues
sé la historia gracias a Louis.
-Louis ¿está bien?-pregunté
mirándolo con los ojos llenos de lágrimas sanguinolentas-. Tienes
que decirle a Rowan... dieu... Nash- me incorporé dejando atrás al
maestro, para correr hacia donde se hallaba el mortal.
Aquel hombre amaba a Tarquín más allá
de un hijo, lo amaba como un amante y ahí estaba arrojado en la
hierba cerca de la vía y a la vista de todos como un maldito
borracho o un mendigo. Tomé entre sus brazos su cuerpo maltrecho,
casi sin energía, y pedí disculpas por todo, aunque no pudiese
escucharme, para luego volar con él lo más rápido hacia Blackwood
Farm.
Marius se desplazó hacia la mansión
Mayfair, allí Rowan esperaba el regreso de Mona, así como de
Tarquin, intentando no pensar en todo lo malo que podía haber
ocurrido. Supe más tarde que prácticamente tuvo que ser tomada en
brazos por Michael, el cual la miró preocupado deseando romper a
llorar. La chiquilla que tantos estragos hizo en su vida, a quien
cuidaron como una hija, había desaparecido junto al muchacho que
tanto la amó.
No tomaron la urna, decidieron que
ambos descansaran juntos. El funeral se haría al día siguiente,
para que así todos los que los amaron pudiesen asistir. Mientras yo
recostaba en la vieja habitación de tía Queen a Nash. Poseía una
expresión intranquila y balbuceaba su nombre. Me pregunté cuántos
años estuvo esperando una simple sonrisa que le diese la vida
entera, un hombre que sin duda se desvivía por el hijo que Quinn
tenía con Jasmine y por su tío. Él ya no lo hacía por su difunta
amiga, sino por las implicaciones sentimentales que tenía hacia su
muchacho.
Nadie en la casa sintió mi presencia,
todos dormían menos Tommy que terminaba un trabajo para la escuela
en el portátil que mi hermanito le había regalado hacía unos
meses. El chico estaba ensimismado. Cuando pasé por su habitación
estaba terminando unas gráficas y se felicitaba así mismo por lo
bien que estaba acabando, incluso deseaba mostrarle al que
consideraba casi un padre, a Quinn, como estaba quedando.
Jasmine estaba en el cuarto que había
sido de Pops, su hijo dormía abrazado a ella abrazado a un oso de
peluche algo viejo, el cual supuse que podía ser de Tarquin. Tenía
trece años ya, era muy alto para su edad pero tan dulce y frágil
como su padre. Debió pensarse el morir sólo por su hijo, pero él
no era capaz de concebir un mundo sin Mona.
El resto estaban en las otras
habitaciones en los demás edificios de la mansión. No había
huéspedes ya, pues no había habitaciones libres. Así que
simplemente tras hacer el breve recorrido me fui hacia la sala donde
se hallaba una pequeña sala. Allí se reunían mucho junto al fuego,
leían libros y divagaban. Tenía en mi poder su camafeo y cuando lo
miraba me echaba a llorar.
-Debes lanzarte, eres el culpable-
escuché la voz de Nicolas sintiendo sus labios fríos acariciando mi
mejilla-. Debes hacerlo y lo sabes.
Les-tot -mencionó Jasmine la cual,
posiblemente, se había despertado debido a mis sollozos y lamentos-
¿Ocurre algo?
¿Qué podía decirle? Una mujer como
ella no lo comprendería, no lo aceptaría. Tenía casi cincuenta
años, pero estaba tan radiante como cuando la conocí. Era sin duda
un bombón de chocolate, tan dulce y atractiva. Sus cabellos rizados
en tono dorado le daban una imagen atractiva, igual que su bata medio
cerrada.
Me incorporé negando intentando ir
hacia la fuerte presencia que se acercaba. No podía decir nada, nada
de nada. Cuando Marius apareció me abracé a él y murmuró cerca de
mi oreja derecha lo que había hecho.
-He entregado las cenizas de Mona a sus
tíos... -mencionó con voz suave intentando no perturbarme.
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