Parte 10 - II - Llamas en la iglesia.
Aceptó la poderosa sangre del maestro.
A pesar de sus discusiones ambos tenían cierto respeto, amor y sobre
todo admiración. David quedó frente a ambos negando con la cabeza
hasta que habló. -No has aprendido nada, nada... ¿a caso no te
enseñó nada tu aventura con Merrick? Jamás aprendes de los errores
ajenos hasta que te hundes.-miró a su amigo separando su boca de la
muñeca ajena y le espetó- ¡Rowan dijo quererme!-gritó
- Y tú te creíste que su amor estaba
por encima de su orgullo... brillante, sin duda.
Tras varios segundos reorganizando mi
mente me aparté de Marius y David. Ambos estaban allí para ayudarme
cuando ya perdí la esperanza. No sabía que responder, sólo estaba
demasiado herido en mi orgullo.
-Te mereces todo lo que te pasa por
inconsciente- pronunció David mirándome con cierta severidad-.
Lestat, tus impulsos siempre nos causan problemas.
-Señores no estamos aquí para
discutir -nos regañó mi maestro-. Es urgente que te cures y
volvamos a la mansión. Louis tu amante parece al borde de un colapso
que aunque bien trató de ocultar ante nosotros me di cuenta- hizo un
inciso tomándome del rostro para que lo viera-. La mujer que lleva
una criatura vuestra en su vientre estaba en camino. Basta de
absurdas peleas, ya lo haremos cuando todos estemos reunidos- en ese
momento tuvo un impulso y me agarró entre sus brazos- ¿David puedes
volar?
David únicamente asintió sacando sus
manos de los bolsillos para alzarse por los aires. Sabía que se
había sentido ridículo, casi como un niño estúpido, al haberme
regañado frente a Marius cuando en esos momentos lo importante era
regresar pronto a mi propiedad. De igual modo, yo también me sentí
absurdo por creer que Rowan me tomaría entre sus brazos, besaría mi
frente y me acomodaría sobre sus senos mientras me juraba amor
eterno.
-Necesito que encuentren a mi madre, no
sé que pueden hacerle a ella también... están locas... y luego
esos malditos fantasmas... ¡malditos todos!
Los tres viajamos por los aires, aunque
me aferraba a Marius porque aún temía que no estuviese del todo
recuperado. Temía por Quinn, él era un idiota y haría cualquier
cosa por Mona igual que yo lo había hecho por Rowan. Ambos éramos
unos estúpidos engreídos por un amor barato. Sentía los poderosos
brazos del maestro rodeándome como aquella vez, pegándome a su
torso y dejando que su fragancia se pegara a mis cabellos. Lo sentía
como un padre en busca de su hijo, un muchacho huérfano de toda
esperanza que acababa encontrando el camino de regreso al hogar. Yo
era la oveja negra que regresaba al rebaño, el hijo pródigo... un
cordero sumido en sus pensamientos llenos de dolor y furia.
-¿Cómo van tus heridas? -preguntó en
un tono serio mientras descendíamos.
Una vez en el suelo abrió mi chaqueta,
desabotonó la el chaleco y abrió con violencia la camisa. Ya no
había cicatriz visible, pero había perdido mucha sangre y estaba
algo aturdido. Acarició mi rostro con rapidez y mis cabellos, besó
mi frente como lo haría un padre y después me golpeó duramente.
David observaba todo largamente esperando su turno, si bien lo único
que hizo fue dejar en mi hombro derecho una de sus manos.
Me dejé caer entonces de rodillas.
Toqué con mis propias manos el pavimento y juré venganza. Habían
pasado varias semanas sin consumir sangre y eso me pasaba factura
ahora. Estaba mareado, pues eso es lo que vio Marius en mí tras
asegurarse que estaba bien, o al menos en condiciones.
Si bien, me incorporé porque quería
ver a Louis. No lo sentía cerca y eso me preocupó. Cuando fui a
buscar a Quinn, al menos sentirlo, tampoco estaba mi hermanito.
-¡Marius!-grité agarrándolo del
brazo-. Marius, no están... ellos no están.
-¿Qué dices? -frunció el ceño y
buscó la presencia de ambos vampiros, localizando a Quinn a casi
nada de llegar con los Mayfair y a Louis no muy lejos de ahí-. Están
por First Street ¡Han ido de donde nos hemos quitado!
-Marius... necesitamos un plan-dije
agarrándolo de los brazos-. Esas brujas son peligrosas, no cesarán
hasta quitarme todo lo que amo ¿no lo ves? -
David colocó de nuevo sus manos sobre
mis hombros y me agarró con firmeza, hizo que me girara y sin
pensarlo ni un segundo me abofeteó con rudeza.
-¿Por qué?- me quejé.
-No es hora de comportarse como una
mujer desquiciada ¿no crees?-intervino acomodando su chaqueta
mientras se giraba para ir a por Louis él mismo, pero me alcé a
duras penas y lo siguí. El héroe era él y no David.
Noté la impaciencia de Marius en el
aire, pues se convirtió de sentimiento a llamaradas. Usó conmigo el
don del fuego quemando un tronco frente a ambos. Me miró rudamente
cuando me giré esperando respuesta por sus acciones.
-El neófito ya está con la bruja, no
podemos hacer nada. Lestat será mejor que te quedes en la mansión,
porque no estás en condiciones de ir por Louis. Ah, y ni te atrevas
a contradecirme porque esta vez aplicaré el fuego en ti ¿de
acuerdo?-sus brazos estaban lacios a ambos lados de su cuerpo, pero
se veía tenso a pesar que intentaba parecer de mármol.
-¡Maldita sea!-odiaba las reglas,
odiaba que Marius se impusiera y odiaba que tuviese razón. Odiaba
todo. Bajé y miré a David con cierta ira-. No toques lo que es mío,
no toques lo mío -los celos me podían, o más bien me quemaban más
que el fuego de Marius.
-Te preocupas por nimiedades – me
reprendió al comprender que estaba celoso-. Cuidaré que David no
intente nada - dijo sólo para tranquilizarme como si fuese un niño-.
Te aconsejo que te alimentes porque esto será sólo el inicio -sin
una palabra más alzó el vuelo.
Acepté el consejo a regañadientes y
terminé caminando hacia el pantano cercano. Siempre había alguno
que otro cazador furtivo. La carne de cocodrilo, así como su piel, y
también sus dientes eran muy apreciados. Allí cacé un par de
pobres diablos que caminaban despistados. No sentí dolor por ello,
no había pena, pues eran los cocodrilos o yo. Morirían de todas
formas.
Esperé unos minutos pacientemente en
la casa, la cual estaba vacía y llena de daños en las obras de arte
que tanto amé, pero finalmente me levanté del sofá, acomodé mis
cabellos y tomé ropa limpia dejando la que llevaba arrojada por el
suelo. Eché a correr hasta la puerta y me alcé buscando a Mona.
Buscaba en unos y en otros su imagen,
su rostro dulce y aniñado. Deseaba preguntarle porque. Sabía que no
estaba en la mansión por una corazonada. La había despreciado,
seguramente aunque tuviese a Tarquin a su lado no se sentiría
dichosa y era posible que saliese a caminar. Caminar despeja, y más
para un alma libre.
Tras más de media hora buscándola la
hallé en una de las calles más antiguas de la ciudad, la cual aún
no había sido reconstruida en su totalidad tras el desastre de hacía
algunos años. Había una iglesia completamente arruinada, la cual
daba cobijo en ocasiones a drogodependientes y mendigos. Dentro había
trozos de vidrieras en el suelo, los bancos embotados y algunos
trotos en mil pedazos, había una vieja imagen en su altar y la cruz
estaba descolgada. La mesa donde se consagraba las ostias y se
brindaba con el cuerpo de cristo era de piedra, tan pesada que era
imposible de mover.
Merodeando aquel lugar estaba Nash
vestido de forma impecable. Tenía a Mona del brazo preguntándole
por su alumno y también por ella. Parecía que en sus ojos no había
calma y tampoco en su mente. Se sentía completamente perdido, dolido
y muy asustado. Tenía los ojos llenos de lágrimas que parecían
querer salir. La preocupación le invadía hasta hacerle perder la
cabeza. Aquel hombre tenía una corazonada y sabía que ésta podía
hacerle demasiado daño.
Hacía varios días que Tarquín no
respondía mis correos y aunque había cambiado su vivienda ni
siquiera estaba en ella, al menos eso me habían logrado decir
algunos de sus nuevos y carismáticos amigos. Por ello, decidí
caminar por la ciudad cada día buscándolo incansablemente. Sabía
que él me necesitaba, algo me decía que mi entrañable muchacho
necesitaba de mi ayuda. Y sin embargo, no fue a él quien halle.
-Mona ¿no crees que es demasiado tarde
para que estés en un lugar como éste? Mona, ¿dónde está Tarquin?
¿Qué haces aquí? La ciudad se vuelve insegura para una joven como
tú en las noches ¿por qué no regresas a casa? si lo deseas puedo
acompañarte -siempre tan amable, incluso con la mujer que le había
arrebatado cualquier esperanza.
Nash se había enamorado de su alumno
nada más verlo. Al tenerlo entre sus brazos, poder acariciar sus
cabellos y escuchar sus dulces palabras llenas de gentileza se
rindió. Deseó ser el hombre que él buscaba, la persona que le
diera todos los caprichos cediendo a cualquier cosa, y sin embargo lo
único que era, y sin duda alguna, un pobre idiota.
No comprendía porqué la seguía, pero
quizás fue para cerciorarme que no cometiese locura alguna. Mona era
una chica desequilibrada que siempre se comportaba de forma
caprichosa, en ocasiones me recordaba a Claudia por como manipulaba a
todos, pero sobre todo a mi hermanito. Me quedé en un segundo plano
al ver como Nash intentaba dialogar ¿qué hacer?... pensé que de
momento mejor guardar silencio.
Mona estaba apilado con afán maderas
que parecían secas, al menos la mayoría, y algunas telas que aún
quedaban de las cortinas de la sacristía. Un par de biblias, varios
libretos de canto, y una vieja guitarra destrozada cayeron también
con el resto. Comprendí que estaba haciendo y porque lo hacía. En
sus ojos no había esperanza y sabía que aunque yo se las diera ella
las escupiría. Mona había deseado siempre morir como Ophelia, por
ello añadió flores de plástico a todo aquel altar que sin duda era
una pira funeraria.
Tomé a Nash del brazo y lo llevé
fuera intentando apaciguar su preocupación. Hice que me abrazara y
él me rodeó deseando que todo pasase, que Tarquin apareciera con su
gentil sonrisa y le hiciese feliz únicamente escuchando sus
historias increíbles. Perforé su cuello dejándolo inconsciente y
lo recosté en la calle, cerca de las pequeñas tumbas que había
alrededor de la iglesia.
Corrí dentro esperando que no lo
hubiese hecho aún, quería hablar con ella por si lograba un
milagro. Y la vi, allí vestida con aquel vestido azul y con sus
lazos sobre sus cabellos tan rojos como la sangre... la vi más
hermosa que nunca.
-Mona, antes que hagas nada quiero que
sepas que te quiero y que de igual modo te ama Quinn- susurré de
forma que únicamente ella lo escuchase, pues temía que incluso
inconsciente Nash se percatara de todo.
Tarquin apareció corriendo por la
avenida a una velocidad que únicamente un vampiro podía tener, sus
ojos estaban desencajados y cuando cruzó la puerta noté que las
llamas se prendían. Quise gritar pero el miedo me paralizó y lo
siguiente que vi fue a ambos abrazándose, besándose y dejándose
consumir por las llamas. Ella y él, juntos al fin en la eternidad
más desastrosa. Me lamenté horriblemente, grité con todas mis
fuerzas y corrí a buscar algunas cortinas que me ayudasen a apagar
las llamas.
Viejas ropas, un mantel para la homilía
y tierra... pero nada sirvió. Sus cuerpo estaban abrazados, la
cabeza de Tarquin estaba apoyada en la frente de Mona y de ella no
quedaba ya casi nada, ni siquiera un mechón de sus hermosos
cabellos. Su vestido estaba casi consumido, pero no así sus hermosos
zapatos, los cuales parecían haber sobrevivido gracias a que las
llamas no afectaron demasiado sus pies. Mi buen amigo era casi huesos
negros, tan negros como la noche. Tuve miedo de tocarlos, ya que
podían terminar siendo cenizas, y mis lágrimas se agolparon en mis
ojos. Y varias preguntas surgieron: ¿debía intentar salvarlos?
¿debía intentar dejar que se perdieran? Rowan jamás me lo
perdonaría.
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