Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 10 de marzo de 2013

Lo imposible - Parte 10 - II


Parte 10 - II - Llamas en la iglesia.

Aceptó la poderosa sangre del maestro. A pesar de sus discusiones ambos tenían cierto respeto, amor y sobre todo admiración. David quedó frente a ambos negando con la cabeza hasta que habló. -No has aprendido nada, nada... ¿a caso no te enseñó nada tu aventura con Merrick? Jamás aprendes de los errores ajenos hasta que te hundes.-miró a su amigo separando su boca de la muñeca ajena y le espetó- ¡Rowan dijo quererme!-gritó

- Y tú te creíste que su amor estaba por encima de su orgullo... brillante, sin duda.

Tras varios segundos reorganizando mi mente me aparté de Marius y David. Ambos estaban allí para ayudarme cuando ya perdí la esperanza. No sabía que responder, sólo estaba demasiado herido en mi orgullo.

-Te mereces todo lo que te pasa por inconsciente- pronunció David mirándome con cierta severidad-. Lestat, tus impulsos siempre nos causan problemas.

-Señores no estamos aquí para discutir -nos regañó mi maestro-. Es urgente que te cures y volvamos a la mansión. Louis tu amante parece al borde de un colapso que aunque bien trató de ocultar ante nosotros me di cuenta- hizo un inciso tomándome del rostro para que lo viera-. La mujer que lleva una criatura vuestra en su vientre estaba en camino. Basta de absurdas peleas, ya lo haremos cuando todos estemos reunidos- en ese momento tuvo un impulso y me agarró entre sus brazos- ¿David puedes volar?

David únicamente asintió sacando sus manos de los bolsillos para alzarse por los aires. Sabía que se había sentido ridículo, casi como un niño estúpido, al haberme regañado frente a Marius cuando en esos momentos lo importante era regresar pronto a mi propiedad. De igual modo, yo también me sentí absurdo por creer que Rowan me tomaría entre sus brazos, besaría mi frente y me acomodaría sobre sus senos mientras me juraba amor eterno.

-Necesito que encuentren a mi madre, no sé que pueden hacerle a ella también... están locas... y luego esos malditos fantasmas... ¡malditos todos!

Los tres viajamos por los aires, aunque me aferraba a Marius porque aún temía que no estuviese del todo recuperado. Temía por Quinn, él era un idiota y haría cualquier cosa por Mona igual que yo lo había hecho por Rowan. Ambos éramos unos estúpidos engreídos por un amor barato. Sentía los poderosos brazos del maestro rodeándome como aquella vez, pegándome a su torso y dejando que su fragancia se pegara a mis cabellos. Lo sentía como un padre en busca de su hijo, un muchacho huérfano de toda esperanza que acababa encontrando el camino de regreso al hogar. Yo era la oveja negra que regresaba al rebaño, el hijo pródigo... un cordero sumido en sus pensamientos llenos de dolor y furia.

-¿Cómo van tus heridas? -preguntó en un tono serio mientras descendíamos.

Una vez en el suelo abrió mi chaqueta, desabotonó la el chaleco y abrió con violencia la camisa. Ya no había cicatriz visible, pero había perdido mucha sangre y estaba algo aturdido. Acarició mi rostro con rapidez y mis cabellos, besó mi frente como lo haría un padre y después me golpeó duramente. David observaba todo largamente esperando su turno, si bien lo único que hizo fue dejar en mi hombro derecho una de sus manos.

Me dejé caer entonces de rodillas. Toqué con mis propias manos el pavimento y juré venganza. Habían pasado varias semanas sin consumir sangre y eso me pasaba factura ahora. Estaba mareado, pues eso es lo que vio Marius en mí tras asegurarse que estaba bien, o al menos en condiciones.
Si bien, me incorporé porque quería ver a Louis. No lo sentía cerca y eso me preocupó. Cuando fui a buscar a Quinn, al menos sentirlo, tampoco estaba mi hermanito.

-¡Marius!-grité agarrándolo del brazo-. Marius, no están... ellos no están.

-¿Qué dices? -frunció el ceño y buscó la presencia de ambos vampiros, localizando a Quinn a casi nada de llegar con los Mayfair y a Louis no muy lejos de ahí-. Están por First Street ¡Han ido de donde nos hemos quitado!

-Marius... necesitamos un plan-dije agarrándolo de los brazos-. Esas brujas son peligrosas, no cesarán hasta quitarme todo lo que amo ¿no lo ves? -

David colocó de nuevo sus manos sobre mis hombros y me agarró con firmeza, hizo que me girara y sin pensarlo ni un segundo me abofeteó con rudeza.

-¿Por qué?- me quejé.

-No es hora de comportarse como una mujer desquiciada ¿no crees?-intervino acomodando su chaqueta mientras se giraba para ir a por Louis él mismo, pero me alcé a duras penas y lo siguí. El héroe era él y no David.

Noté la impaciencia de Marius en el aire, pues se convirtió de sentimiento a llamaradas. Usó conmigo el don del fuego quemando un tronco frente a ambos. Me miró rudamente cuando me giré esperando respuesta por sus acciones.

-El neófito ya está con la bruja, no podemos hacer nada. Lestat será mejor que te quedes en la mansión, porque no estás en condiciones de ir por Louis. Ah, y ni te atrevas a contradecirme porque esta vez aplicaré el fuego en ti ¿de acuerdo?-sus brazos estaban lacios a ambos lados de su cuerpo, pero se veía tenso a pesar que intentaba parecer de mármol.

-¡Maldita sea!-odiaba las reglas, odiaba que Marius se impusiera y odiaba que tuviese razón. Odiaba todo. Bajé y miré a David con cierta ira-. No toques lo que es mío, no toques lo mío -los celos me podían, o más bien me quemaban más que el fuego de Marius.

-Te preocupas por nimiedades – me reprendió al comprender que estaba celoso-. Cuidaré que David no intente nada - dijo sólo para tranquilizarme como si fuese un niño-. Te aconsejo que te alimentes porque esto será sólo el inicio -sin una palabra más alzó el vuelo.

Acepté el consejo a regañadientes y terminé caminando hacia el pantano cercano. Siempre había alguno que otro cazador furtivo. La carne de cocodrilo, así como su piel, y también sus dientes eran muy apreciados. Allí cacé un par de pobres diablos que caminaban despistados. No sentí dolor por ello, no había pena, pues eran los cocodrilos o yo. Morirían de todas formas.

Esperé unos minutos pacientemente en la casa, la cual estaba vacía y llena de daños en las obras de arte que tanto amé, pero finalmente me levanté del sofá, acomodé mis cabellos y tomé ropa limpia dejando la que llevaba arrojada por el suelo. Eché a correr hasta la puerta y me alcé buscando a Mona.

Buscaba en unos y en otros su imagen, su rostro dulce y aniñado. Deseaba preguntarle porque. Sabía que no estaba en la mansión por una corazonada. La había despreciado, seguramente aunque tuviese a Tarquin a su lado no se sentiría dichosa y era posible que saliese a caminar. Caminar despeja, y más para un alma libre.

Tras más de media hora buscándola la hallé en una de las calles más antiguas de la ciudad, la cual aún no había sido reconstruida en su totalidad tras el desastre de hacía algunos años. Había una iglesia completamente arruinada, la cual daba cobijo en ocasiones a drogodependientes y mendigos. Dentro había trozos de vidrieras en el suelo, los bancos embotados y algunos trotos en mil pedazos, había una vieja imagen en su altar y la cruz estaba descolgada. La mesa donde se consagraba las ostias y se brindaba con el cuerpo de cristo era de piedra, tan pesada que era imposible de mover.

Merodeando aquel lugar estaba Nash vestido de forma impecable. Tenía a Mona del brazo preguntándole por su alumno y también por ella. Parecía que en sus ojos no había calma y tampoco en su mente. Se sentía completamente perdido, dolido y muy asustado. Tenía los ojos llenos de lágrimas que parecían querer salir. La preocupación le invadía hasta hacerle perder la cabeza. Aquel hombre tenía una corazonada y sabía que ésta podía hacerle demasiado daño.

Hacía varios días que Tarquín no respondía mis correos y aunque había cambiado su vivienda ni siquiera estaba en ella, al menos eso me habían logrado decir algunos de sus nuevos y carismáticos amigos. Por ello, decidí caminar por la ciudad cada día buscándolo incansablemente. Sabía que él me necesitaba, algo me decía que mi entrañable muchacho necesitaba de mi ayuda. Y sin embargo, no fue a él quien halle.

-Mona ¿no crees que es demasiado tarde para que estés en un lugar como éste? Mona, ¿dónde está Tarquin? ¿Qué haces aquí? La ciudad se vuelve insegura para una joven como tú en las noches ¿por qué no regresas a casa? si lo deseas puedo acompañarte -siempre tan amable, incluso con la mujer que le había arrebatado cualquier esperanza.

Nash se había enamorado de su alumno nada más verlo. Al tenerlo entre sus brazos, poder acariciar sus cabellos y escuchar sus dulces palabras llenas de gentileza se rindió. Deseó ser el hombre que él buscaba, la persona que le diera todos los caprichos cediendo a cualquier cosa, y sin embargo lo único que era, y sin duda alguna, un pobre idiota.

No comprendía porqué la seguía, pero quizás fue para cerciorarme que no cometiese locura alguna. Mona era una chica desequilibrada que siempre se comportaba de forma caprichosa, en ocasiones me recordaba a Claudia por como manipulaba a todos, pero sobre todo a mi hermanito. Me quedé en un segundo plano al ver como Nash intentaba dialogar ¿qué hacer?... pensé que de momento mejor guardar silencio.

Mona estaba apilado con afán maderas que parecían secas, al menos la mayoría, y algunas telas que aún quedaban de las cortinas de la sacristía. Un par de biblias, varios libretos de canto, y una vieja guitarra destrozada cayeron también con el resto. Comprendí que estaba haciendo y porque lo hacía. En sus ojos no había esperanza y sabía que aunque yo se las diera ella las escupiría. Mona había deseado siempre morir como Ophelia, por ello añadió flores de plástico a todo aquel altar que sin duda era una pira funeraria.

Tomé a Nash del brazo y lo llevé fuera intentando apaciguar su preocupación. Hice que me abrazara y él me rodeó deseando que todo pasase, que Tarquin apareciera con su gentil sonrisa y le hiciese feliz únicamente escuchando sus historias increíbles. Perforé su cuello dejándolo inconsciente y lo recosté en la calle, cerca de las pequeñas tumbas que había alrededor de la iglesia.

Corrí dentro esperando que no lo hubiese hecho aún, quería hablar con ella por si lograba un milagro. Y la vi, allí vestida con aquel vestido azul y con sus lazos sobre sus cabellos tan rojos como la sangre... la vi más hermosa que nunca.

-Mona, antes que hagas nada quiero que sepas que te quiero y que de igual modo te ama Quinn- susurré de forma que únicamente ella lo escuchase, pues temía que incluso inconsciente Nash se percatara de todo.

Tarquin apareció corriendo por la avenida a una velocidad que únicamente un vampiro podía tener, sus ojos estaban desencajados y cuando cruzó la puerta noté que las llamas se prendían. Quise gritar pero el miedo me paralizó y lo siguiente que vi fue a ambos abrazándose, besándose y dejándose consumir por las llamas. Ella y él, juntos al fin en la eternidad más desastrosa. Me lamenté horriblemente, grité con todas mis fuerzas y corrí a buscar algunas cortinas que me ayudasen a apagar las llamas.

Viejas ropas, un mantel para la homilía y tierra... pero nada sirvió. Sus cuerpo estaban abrazados, la cabeza de Tarquin estaba apoyada en la frente de Mona y de ella no quedaba ya casi nada, ni siquiera un mechón de sus hermosos cabellos. Su vestido estaba casi consumido, pero no así sus hermosos zapatos, los cuales parecían haber sobrevivido gracias a que las llamas no afectaron demasiado sus pies. Mi buen amigo era casi huesos negros, tan negros como la noche. Tuve miedo de tocarlos, ya que podían terminar siendo cenizas, y mis lágrimas se agolparon en mis ojos. Y varias preguntas surgieron: ¿debía intentar salvarlos? ¿debía intentar dejar que se perdieran? Rowan jamás me lo perdonaría.

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Lestat de Lioncourt