Mientras mi conversión tenía lugar,
David se hallaba en el pequeño despacho que había pedido para sí.
En la enorme mansión Lion siempre existía un lugar para aquellos
que se unían a la causa, el vivir junto a los demás y coexistir de
alguna forma. Tenía varias cajas sin abrir aún en un rincón, pero
el resto de documentos habían sido colocados con esmero y
dedicación. Toda su vida la había dedicado a investigar, perseguir
metas y guardar silencio en momentos oportunos. Lestat irrumpió en
su vida de una forma atronadora y despertó en él la curiosidad que
creía que lentamente sus largos años mortales iba apagando.
En aquel momento se hallaba con un
libro de hechicería entre sus manos. Dentro de las viejas tapas,
casi destrozadas y ennegrecidas, se hallaban amarillentas y cubiertas
de líneas retorcidas. No era un libro común que podía hallarse en
cualquier estantería, se podía decir que era una obra de arte y en
cada hoja se hallaba un hechizo distinto. Deseaba estudiarlos porque
algunos los usaba los Mayfair desde mucho antes que Julien viese la
luz de este mundo. Sus dedos hábiles buscaban algún conjuro
efectivo contra las Mayfair y a la vez se sentía tan atraído por su
historia, así como por los fantasmas que las rodeaban, que casi
sentía vértigo. La única mujer que amó fue una Mayfair, la gran
bruja Merrick.
-De noche todas las brujas son pardas-
dijo antes de sentir como Mona aparecía en su puerta girando el
pomo.
-¿Quieres una bruja de
verdad?-intervino entrando sin pedir permiso.
-No tendría inconveniente, pero
después de todo lo ocurrido con Lestat y por último con Marius me
hace plantear que sólo tienes una nueva lista de amantes y en ella
estamos todos inclusive el desagradable de Mael- contestó.
Mona era terrible cuando se aburría,
pero aún era peor cuando no la satisfacían. Tarquin parecía haber
salido del redil y ella desesperada por atención corrió al hombre
cuya curiosidad podría ser similar a la de su padre en las
tinieblas, Lestat.
-¡Pero qué dices! -exclamó sonriente
y coqueta ante el castaño enredando sutilmente el índice de su mano
zurda por su cabello-. No soy de las que hacen eso, yo jamás
-comentó entrando en la estancia dejándose ver.
Cualquier hombre habría caído a sus
pies sin necesidad de hechizo alguno. Poseía un traje hermoso y
sensual que marcaba su cintura y que por supuesto parecía fácil de
quitar. Sus cabellos estaban algo revueltos pero se veían hermosos,
igual que su mirada y sus labios algo gruesos. Un rostro aniñado y
un cuerpo estratégicamente proporcionado.
-Mona, te conozco bien -respondió a la
Mayfair inclinándose en su silla hacia delante, lo cual hizo que
crujiera. Acabó alzándose y acercándose hacia a ella-. Pero estoy
acostumbrado a vosotras y ciertamente tenéis un encanto que podría
explotar algunas noches.
-¿Qué dices si te demuestro que soy
la más encantadora de las Mayfair? -rápidamente sus dedos
acariciaron y reptaron por su pecho erizando este con las uñas,
clavando su mirada de inocencia fingida y sonriendo con dulzura
bajando el rostro, ocultando éste entre sus cabellos pelirrojos y
dándole al fin una pose demasiado perturbadora-. Soy muy aventada
¿Verdad? -preguntó en un hilillo de voz lleno de candor.
-Tendrías que hacer tu mejor esfuerzo
para demostrarme que realmente eres mejor que las restantes, aunque
no conozco a todas pero sí poseo los archivos que me llevé conmigo
de Talamasca - sus manos se situaron sobre los hombros de la bruja,
mientras mantenía su mirada recta y cierta pose de elegancia
masculina. Sabía donde estaba y qué se estaba jugando, pero tentar
al peligro de forma precavida y con conciencia podía ser entretenido
pues llevaba semanas deseando conversar con ella. Podría tener
mayores conocimientos si ella se dejaba que si la perseguía
hostigando.
-¿Las restantes? -frunció el ceño en
una forma casi infantil de reproche-. Lo dices como si fuéramos
especímenes -torció entonces la boca en un gesto encantador de
puchero, mostrando una faceta nunca antes vista-. ¿Me estudiarás o
me conocerás como se debe? No quiero ser parte de tus archivos
-borró de su rostro aquella expresión de "enojo"
supliéndola por una dulce y encantadora sonrisa aproximándose una
vez más a su pecho y tomándole de la corbata alisando ésta.
-Mis archivos son para mí muy
apreciados y es lo único que he hecho durante toda mi vida. No
olvides que yo soy como tú, que provengo de un poder similar al
tuyo, y que nuestro creador es el mismo -enunció con tono
caballeroso mientras observaba como las manos de Mona alisaban su
corbata-. Me agradaría conocerte como se debe, pero antes tendríamos
que ir a un sitio más privado ¿o prefieres que lo hagamos en este
despacho?
-Subió con suavidad ambos brazos por
su cuello, ayudándose de éstos a pararse en puntillas plantándole
un apasionado beso. Stella le había enseñado a embrujarlos ahora
sólo con un simple y sutil beso- David... -susurró seductora dando
suaves y cortos roces de su boca con la del vampiro-. Eres más
atractivo de lo que imagine... -sonrió nuevamente pegando sus pechos
sutilmente a su torso aplastándose contra éste.
Se sintió irremediablemente atraído
mientras atrapaba el frágil, en apariencia tan sólo, cuerpo de
Mona. Sus labios rodearon los de la pelirroja mientras se dejaba
llevar en los besos candentes que ella le ofrecía. Ni siquiera podía
creer lo que ella tramaba. Era un hombre dado a pocos romances y los
escasos que había tenido sin duda habían sido un error tras otro,
si bien a pesar de todo Merrick seguía siendo la mujer que lo
cautivó arrancándole el corazón, sosteniéndolo entre sus manos y
después mirándolo con una sonrisa burlona. Louis nunca lo amó y
jamás tuvo más allá de sutiles besos que pronto su amigo rechazó.
Ella sonrió satisfecha lanzándole
contra la silla del escritorio, obligándole a sentarse para luego
así situarse en sus piernas. Por supuesto continuó besándolo
moviendo sutilmente las caderas como si lo estuviese cabalgando.
-David.. -susurraba desabrochando su
saco y deshaciéndose de la camisa, acariciando su pecho y torso
desnudo. Los escasos vellos del pecho se erizaban mientras la miraba
completamente embelesado. Una mujer así no era lo común, ni
siquiera un hombre. Llevaba varios años que únicamente se centraba
en sus investigaciones, viajes y excavaciones arqueológicas que
vigilaba de cerca por mera curiosidad hacia la historia y los hechos
acontecidos con Akasha, Enkil, Khayman y Las Gemelas.
Se dejaba hacer completamente hundido
en un deseo que hacía mucho que no sentía. En ese instante supo que
podía ser un hechizo, pero nada podía hacerle o quitarle Mona que
le dañase. Por ello, tan sólo se dejó hacer buscando mayor roce de
las caderas de Mona y sobre todo librarse rápido de la ropa con
ayuda de la bruja.
-¿Ya? -susurró con inocencia
retirando sus bragas en un suave movimiento, alzando unos instantes
la falda de su vestido y acomodándose en la silla para luego bajar
su pantalón.
Jadeó al sentir sobre él el desnudo
sexo de Mona. Sus manos se acomodaron en su marcada cintura mientras
sus ojos se deslizaban suavemente hacia el prominente escote que
tenía el vestido blanco y ceñido de la bruja. Todos lo consideraban
poco dado a algo así, o mejor dicho todos lo consideraban
homosexual, pero en realidad había un hombre que deseaba a cualquier
mujer atractiva como ella.
Ella se mostró satisfecha con una
larga y sutil sonrisa. Rápidamente acabó situándolo en su entrada
gimiendo al introducirlo con brusquedad en su interior.
-¡David! -gritó estremeciéndose de
pies a cabeza moviéndose con suavidad, entre dulces lamentos y
gruñidos, arrugando la nariz cual actriz porno.
De inmediato pudo sentir el calor,
humedad y presión del interior de Mona. Ella parecía completamente
decidida a enloquecerlo y prácticamente lo estaba logrando. Sus
manos recorrían su cuerpo lentamente mientras buscaba el cierre del
vestido, pero lamentablemente no lo halló y la única solución que
encontró fue subirlo por su cabeza y quitárselo a duras penas.
Tenerla desnuda le hizo estremecer mientras echaba su espalda contra
el respaldo y comenzaba a moverse disfrutando del ritmo que ambos
tenían.
Tomó su rostro hundiendo este en sus
pechos sonriendo complacida dejándose arremeter sin la más mínima
resistencia prolongando cada vez más sus gemidos con la única
intención de llamar la atención de cierto rubio. Sin embargo, los
movimientos de David la hicieron llegar al orgasmo repentinamente ya
que tocó ese punto de placer la cual la enloqueció y de inmediato
acabó profiriendo un desgarrador gemido. Aún no satisfecha recobró
la compostura luego de unos minutos y siguió con el ritmo.
Pudo sentir como la pelirroja llegaba
al orgasmo dándole visión nula a su rostro, pues lo había hundido
entre sus cálidos y perfumados senos. Deseó arrancar con los
dientes la escasa tela de encaje negra que cubría con dificultad sus
pezones. Sus manos hábiles estaban demasiado atentas a otros
menesteres como pellizcar y azotar las nalgas de la bruja, así como
acariciar con descaro su vientre y su espalda.
-No te reprimas... -susurró besando su
cuello y reptando por éste con la lengua incrementando la intensidad
del ritmo, gimiendo desesperada, pues ese roce con aquel punto
desbocaba su lujuria.
Siempre tuvo sensible el cuello, con el
anterior cuerpo y al igual que el actual desde hacía décadas, lo
cual provocó que gimiera y aumentara el ritmo del movimiento de su
pelvis mientras la hacía gozar un poco más. Sus manos se movieron
por su cuerpo apretando sus pechos como si los exprimiera, su boca
buscaba la de ella deseando atrapar aquella lengua inquieta y su piel
se perlaba de gotas sanguinolentas que se mezclaban con las de la
Mayfair. Mona le estaba recordando que era estar con una mujer, cosa
que había olvidado desde hacía algunos años dispuesto a enterrarse
en conocimiento y no entre los muslos de una fémina.
Subió lentamente por su barbilla con
besos hasta llegar a sus labios, los cuales no tardo en atrapar con
los propios, besándole apasionada incrementando aquel ritmo. Estaba
apresándolo entre sus muslos enloqueciendose por completo
denotandolo en sus gemidos.
-¡David! -exclamó estremeciéndose de
la cabeza a los pies con intensos temblores, pues el placer la
invadía haciendo que llorase.
Hundía su miembro en ella con firmeza
concentrándose en ofrecerle el mejor sexo que pudiese tener. No
quería ser una decepción, si bien no era así únicamente sino
siempre. Para todos sus amantes tuvo la delicadeza de pensar primero
en ellos y después en él, sobre todo en el caso de Merrick. Ser un
caballero estaba en su genética, en su forma de pensar y actuar, por
ello siempre ofrecía lo mejor de él y no el egoísmo que algunos
demostraban en los juegos de cama.
- Mona... -jadeó cerrando los ojos
mientras echaba la cabeza hacia atrás con una sonrisa que mostraba
un placer cuasi divino.
-Mi David.. -susurro llenando de besos
a éste extasiada y vuelta loca por su caballerosidad, y sobretodo su
experiencia, amaba que la tratase así pues aquello le excitaba más
inclusive que Lestat.
Estiró su mano diestra hacia su rostro
y acarició sus facciones con cuidado mientras seguía con aquel
ritmo. Había encontrado la forma de complacerla y eso le tendía.
Sonrió acariciando sus labios antes de volver a besarla reteniéndola
entre sus brazos. Pronto la tuvo abrazada por completo. Sus ojos se
cerraron mientras besaba su delgado cuello de cisne y sus marcadas
clavículas.
-Mona... ¿te gusta así o lo deseas
más intenso?-preguntó con sus labios pegados a su cuello- Oh...
Mona...
-Así.. -gimió totalmente sosegada y
complaciente enredando sus dedos en sus cabellos, bajando por su nuca
la cual erizaba implorante por más placer entre gemidos. En segundos
comenzó a cabalgar su cuerpo como si fuese una amazona.
Él gruñó buscando sus labios para
morderlos y besarlos con deseos. Sus manos la recorrían de forma
lenta deseando erizar su piel. Se sentía más allá del paraíso
recordando lo placentero que era estar en los brazos de una mujer.
Ella le provocaba una fiebre que le provocaba aferrarse a su cuerpo
diminuto, frágil, de piel suave y sabor similar a las cerezas
completamente bañado en gotas de sudor rosado por la sangre licuada
en él. Su boca rodeó su pezón derecho succionando sin compasión
mientras se elevaba de la silla.
Con rapidez y sin pensar tiró su
libro, el cual lo ensimismaba, a un lado en el suelo y la recostó en
la mesa comenzando a penetrarla a un ritmo que ella se sintiese
delirar. Pronto la boca de Mona se abrió entre lastimeros y
profundos alaridos por el placer que sentía. Sus muslos se veían
algo enrojecidos y su vagina cada vez estaba más húmeda. Sus
testículos golpeaban ritmicamente y su pene rozaba, daba y ofrecía
el mejor sexo que Mona había tenido en algún tiempo. Él la
vigilaba para saber como darle lo que tanto deseaba, pues tan sólo
quería que el amor que sentía por ella se reflejara en cada una de
sus acciones. Y en un último gemido mientras resoplaba como un
animal salvaje llegó llenándola con su esencia. Ella también llegó
corriéndose de una forma poco usual en una mujer, pero que sin duda
mostraba que ni siquiera Lestat la había llevado a ese estado.
-Te amo Mona, no sé como no me he dado
cuenta que te amo- dijo sin salir de ella hundiendo su rostro entre
sus pechos-. Mis sentimientos son sinceros.
-Dios santo- jadeó llevándose las
manos a la cabeza sin poder concentrarse por unos instantes en lo que
había ocurrido, pero pronto se restableció y sonrió con
inocencia-. David, es mutuo. Jamás me había topado con un hombre
tan caballeroso y bueno- se mordió la lengua pensando en su tío, el
cual había seducido en más de una ocasión.
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