Mi querido muchacho me miraba sin salir
de su asombro. Su rostro era una muestra de la incredulidad. Hubiese
deseado en ese momento haber guardado silencio porque dentro de mis
sueños en las madrugadas imaginando mi declaración, noche tras
noche mientras me llamaba cobarde, hallaba en él una respuesta
distinta. Parecía querer decir cualquier cosa pero los nervios le
hacían fallar en cada intento.
-Bien, te dejaré a solas para que
puedas decir algo coherente -intervine al ver permanecía atónito-.
Nos vemos abajo si lo deseas.
Balbuceó algo intentando salir del
mutismo y al ver sus ojos de felino tan azules sentí que mis piernas
temblaban. Deseaba tanto besar sus labios mientras notaba como bajaba
la mirada y sus mejillas se coloreaban notablemente.
-No.. no espera, Nash -sonrió apenado
y nervioso ante su reacción-. Lo lamento -se apresuró a alcanzarme
tomándome de los brazos-. Sólo me tomaste por sorpresa.
Alcé el rostro hacia él, pues siempre
fue un hombre que me sacaba algunos centímetros a pesar de su rostro
tierno. Un muchacho digno de cualquiera que él desease. Sin embargo,
siempre fue delgado y estrecharlo fue mi delirio. Sentir sus manos
sobre mis brazos únicamente logró alterarme.
-He cometido un error al decirte la
verdad- sentencié al comprobar que nada había cambiado, aunque
quizás era sin duda para mal-. Pero no quería marcharme a viajar, y
quizás no verte en años, sin la posibilidad de decirte lo que
siempre he sentido.
-Nash yo, solo –suspirando clavo la
mirada unos instantes en mí desviándola casi de inmediato- Las
cosas no han resultado bien últimamente, creo que eso es lo único
bueno que me ha ocurrido en semanas -en su semblante se dibujo una
expresión llena de tristeza dando unos pasos hacia atrás
desplomándose al sofá, cubriendo entonces su rostro con ambas
manos.
No comprendí sus palabras, aunque pude
deducir que su matrimonio no era tan perfecto como me hacía ver.
Siempre sospeché que nunca fue feliz como él pretendía. Me
aproximé a él preocupado inclinándome hacia delante. Mi mano
derecha acarició sus cabellos apartando algunos mechones de su
frente.
-Mi querido muchacho, ¿qué está
pasando en tu vida?-mi tono de consuelo tal vez lograrían tan sólo
alarmarlo pues parecía gritar que sospechaba ciertos asuntos.
-No puedo ocultarlo -suavemente apartó
sus manos observándome tragando sus lágrimas- Mona se ha ido...
-respondió en un suave murmullo.
-Vaya... -me arrodillé entonces frente
a él tomando sus manos entre las mías y deseando que ese gesto le
reconfortara-. Deberías venir con nosotros en el viaje, pues tal vez
los buenos recuerdos te hagan sentirte mejor y si ella regrese
podrías volver. Sabes que no te retendría.
-La casa me necesita más que nunca
-con toda tranquilidad sonrió detallando cada facción de su
semblante entreabriendo sutilmente los labios como si desease ser
besado. Percibí ese gesto con gran inquietud sin saber qué hacer.
Sus labios eran tan provocadores y mi
deseo era grande. Me sentía con coraje por haber hablado con un
viejo amigo sobre el tema, abriéndome a él después de años
guardando mi secreto. Me aproximé más a él besándolo como lo
hacía un chiquillo. Ya había olvidado que era hacer ese gesto, pues
desde que me había cautivado no era capaz de besar a mis conquistas
ni de tener nada más allá de roces. Me convertí en un fantasma del
hombre social que siempre buscó cierto afecto. Sentí que era un
canalla por aprovecharme de su debilidad, pero de no haber sido por
Mona quizás en algún momento, por extraño y lejano que pareciese,
habría podido tener mi oportunidad.
Asombrosamente él respondió a aquel
beso sin oponerse, su respiración hasta ahora regular poco a poco se
fue agitando suspirando entre besos como si el aire le faltase.
–Nash..- murmuró separándose unos
cuantos centímetros otorgándome escalofríos.
Al fin tenía lo que me merecía,
aunque me sentía sucio por las formas en las cuales estaba
obteniendo todo. Sin embargo, ese era mi momento y no el de otro.
Volví a besarlo soltando una de sus manos para llevar la mía a su
entrepierna. Deseaba algo más que besos, pues no sabía si iba a
tener una posibilidad similar. Me sentía viejo, cada vez era más
imposible sentir esas emociones, y él parecía aceptarme en cada
acción. Ya no importaba nada. Y él sin reparo ni resistencia abrió
las piernas con suavidad en un gesto reflejo ante mi osada caricia
que parecía no importarle. Él quería sentirse amado y yo deseaba
demostrarle que era la mejor opción.
Me sentía completamente excitado y
sólo pensaba en deshacerme de mi ropa y quitarle a él la suya, pero
había esperado tanto tiempo que quería disfrutar de todo sin
celeridad. Ya habría tiempo en la cama para derrochar mi parte más
impulsiva, menos caballerosa, que él aún no había visto. Bajé el
cierre de la cremallera e introduje mi mano entre sus ropas
interiores. Pronto tenía entre mis dedos su miembro y mi lengua se
colaba libre en su boca. Un sonoro gemido se escapó de sus labios
erizándose mi vello de la nuca.
-Deja que yo borre la tristeza,
Tarquin- dije cerca de sus labios besándolo de nuevo y sintiendo que
era mi día de suerte, o quizás un buen sueño de los que hacía
años tenía y que parecían perseguirme.
-Supondrás que yo.. -interrumpió el
termino de la frase tiñendo de carmín intenso sus mejillas
otorgando un tono iridiscente y aún más metálico a sus orbes
azules.
Aquel rubor me confirmó que nunca
había tenido una experiencia con un hombre, eso hizo olvidar
cualquier reparo y todos mis remordimientos se quemaron en una pira
funeraria. Sentí un calor y un vigor que no había percibido desde
hacía más de dos décadas y volví a sentir joven con deseos de
demostrar mi experiencia. Estaba cometiendo una locura y sin embargo
no me iba a detener. ¿Y si me detenía y terminaba alejándolo para
siempre? Prefería no alejarme en ese momento y al menos llegar al
final, perderme en su cuerpo y olvidar las consecuencias. Tarquin no
era para mí, me lo había dicho miles de veces y aún así me
imaginaba su piel sudorosa y sus gemidos altos en cada estocada. Unas
veces lo trataba peor que a una puta y otras de forma tan delicada
que parecía desvanecerse en mis manos.
-No importa- susurré cerca de sus
labios desabrochando por completo su pantalón y también su camisa.
Miré su torso blanco oscilando, tan delgado como lo había imaginado
y con las costillas algo marcadas. Era muy delgado y siempre lo
imaginé de aquella forma. Ni siquiera podía imaginar que me había
excitado viéndolo en alguna ocasión cuando era verano en los países
que visitábamos. Esos atardeceres en las hermosas playas donde
compartíamos caminata mientras las olas nos salpicaban. Jamás creí
que fuese completamente inocente, pues en ocasiones percibía cierto
guiño y después me juraba que sólo fue una loca ilusión. Como iba
diciendo, desabroché su camisa y comencé a bañar su torso con mis
besos, que cada vez se encendían más, mientras mi mano derecha lo
masturbaba suavemente deseando escuchar mayores gemidos de sus
labios.
Y pronto llegó mi deseo. Sus suaves
suspiros y gemidos fueron aumentando con el avance de las caricias y
las atenciones mostrándose cada instante más excitado. Parecía
apoderándose de su ser aquel deseo, sabía perfectamente que estaba
mal, sin embargo ya nada podía hacer al saber que su amada Mona no
estaba más con él.
Besé su vientre mientras bajaba sus
pantalones hasta sus tobillos y lo miré fijamente como un amante que
desea un gesto para saber si debe continuar. El gesto fue un suspiro
mayor que los anteriores y por ello lamí la punta de su miembro
sintiendo como éste ya estaba duro casi por completo. Quería
probarlo todo con él, hacerle sentir y que luego me hiciera a mí
gemir su nombre al tener mi miembro entre sus labios. Necesitaba
saber que era mío aunque fuese en unas pocas horas.
Si él me hubiese elegido jamás habría
dejado que sufriese, pues su felicidad era lo más importante. Pero
la eligió a ella y yo me hice a un lado rogando que fuese lista.
Siempre deseé que lo mantuviese satisfecho y seguro en un matrimonio
feliz, pero al parecer no lo fue. Lloré el día de su boda, pero no
por lo hermosa de la ceremonia sino porque realmente estaba perdiendo
sin hacer nada. Me mantuve allí viendo como Lestat sacaba los
anillos de su chaqueta y le tendía al hombre que amaba los anillos.
Ella parecía triunfante y yo me hundía cada vez más. Pero al fin
tenía lo que tanto había soñado y al fin parecía que finalmente
tenía suerte.
–Nash..- gemía mi nombre
estremeciéndose a cada segundo, era verdad se encontraba en el limbo
del placer más no era esa mujer, la cual se había llevado no
solamente su corazón al irse si no también lo poco de cordura que
existía en el provocando estos desmanes inimaginables hasta ahora.
Sabía que ella era la causante, que él sólo deseaba amor y que yo
se lo daría. Vaciaría mi corazón para él ofreciéndole lo poco
que quedaba de mi vida.
No dudé en continuar con mis juegos e
introduje lentamente su miembro en mi boca. Sentía como palpitaba y
se endurecía, así como notaba el mío duro dentro de mis
pantalones. Me había jurado no volver a desear a Tarquin y tras mi
confesión poner tierra de por medio, por eso en aquel momento tan
íntimo quise decirle todo antes de marcharme.
Sin embargo, en esos momento sólo
quería que cuando acabáramos desease venir con nosotros y vivir una
aventura a espaldas de todos, aunque durara tan sólo unos días más.
Mis aspiraciones eran escasas, tan sólo un poco de felicidad antes
de acabar postrado en el olvido de un centro para ancianos... porque
pronto me vería allí olvidándome incluso de los fastuosos días en
los cuales fui joven y como él pude elegir el amor, pero el amor no
llegó hasta que Tarquin se apareció frente a mí y decidió ser
cautivador. Mi lengua se perdía sobre su miembro apretándolo y
humedeciéndolo. Tiraba de su piel mientras mis dedos acariciaban sus
ingles y testículos. Sin embargo, antes que aquello fuese a más me
aparté para incorporarme y deshacerme de mi cinturón, el cual cayó
pesadamente contra el suelo, desabotoné el primer botón y bajé la
cremallera para sacar mi miembro sintiendo cierto alivio.
-¿Deseas que te enseñe a hacer feliz
a un hombre? Es parte del amor entre iguales- dije inclinándome para
rozar sus labios sintiendo escalofríos sólo al imaginar éstos
sobre mi cuerpo.
Su respuesta fue tremendamente
tentadora. Acabó cerrando los ojos con suavidad alcanzo a asentir
sin importar nada más.
Estaba tan ensimismado en el momento
que supuse que sólo estaba asustado. Siempre dijo ser bisexual, pero
jamás se dejó llevar por un hombre. Temía quizás no estar a la
altura, o eso pensé, pero lo único que hice fue ayudarle a
arrodillarse frente a mí. Ofrecí mi miembro rozando con la punta
sus labios cálidos y gruesos. Siempre había imaginado como sería
el momento, sobre todo cuando recitaba o leía en voz alta algún
fragmento. Esas imágenes impúdicas me excitaban de tal forma que
era incapaz de moverme de la postura en la cual me sentaba. Yo
quedaba petrificado mirando a mi alumno y él sonreía
encantadoramente... lo cual me hacía sentir un villano.
-Despacio, mi muchacho, no quieras ir
rápido en tu primera vez.
Suavemente introdujo el miembro en su
boca succionando nervioso. Percibí entonces como temía hacerlo mal,
o herirme, y eso me provocó una ternura que jamás me tuve en un
momento así. Ni siquiera el primer hombre con el que estuve me hizo
sentir esos escalofríos cargados de ternura que él me obsequiaba.
Con cuidado lo incorporé besando sus labios mientras sacaba su ropa.
Estaba con el cuello alzado y casi de puntillas, no era bajo de
estatura pero Tarquin era muy alto. Desnudaba su cuerpo como si fuese
un maniquí y luego hice lo mismo conmigo, aunque temía que me
rechazara al ver lo viejo que podía ser a pesar de mantenerme en
forma. Quería ser deseado por sus manos y sentirlas por todo mi
cuerpo, igual que su mirada llena de deseo, pero sabía que aquello
no iba a ser del todo posible. Con cuidado lo llevé hasta la mesilla
auxiliar cercana y lo giré para besar su espalda suavemente.
Suspiró al verse a mi merced y eso me
dio cierta felicidad. Creí notar cierto nerviosismo por querer
sentirme y a la vez se intentaba concentrar que ocurría. Si bien,
creo que me confundía.
Esos suspiros me alentaban a acariciar
sus nalgas mientras pensaba en todas las veces que lo quise para mí.
Tal vez debí ser más directo años atrás, no esperar a que se
casara para no estar en una posición tan humillante para mi orgullo,
pero eso ya no importaba. Él estaba ahí dispuesto a sentirme y
suspirando provocando que me sintiera deseado. Besé la cruz de su
espalda y mordí su costado derecho mientras mi mano derecha
acariciaba sus pezones hasta llegar a su ombligo.
-Tienes una piel muy suave, jamás
estuve con un hombre con la piel tan suave... nunca imaginé que
fuese tan delicada - mi corazón bombeaba con deseo y yo ya no pude
esperar más. Entré en él con cuidado para no provocar rechazo por
su parte. Gemí su nombre con un te amo que no pude controlar, ya no
importaba nada. Si quería gritarlo lo gritaría y lo había hecho
nada más introducirme en él sintiendo su presión. Aquello fue tan
maravilloso que creí que mi cabeza se perdía y que realmente sólo
soñaba.
Él percibió una descarga de placer y
su cuerpo tembló estremeciéndose profiriendo un ronco gemido. Y ese
ronco gemido provocó que me estremeciera y decidiera comenzar a
moverme a un ritmo mayor que aquel que yo deseaba. Tantos años
deseando, tanto tiempo soñando, y finalmente moría de placer
sintiendo aquel cuerpo joven y ese alma torturada que tanto amaba.
Era como si me hubiese muerto y fuese a los cielos, ascendiendo con
rapidez, mientras me decía que el golpe sería duro pero prefería
eso a no intentar alcanzar al mismísimo Dios.
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